Enlace Judío México / Mordechai Dixler – Hace unas semanas se leyó el texto inicial de Genesis, al final de la porción se introduce el personaje de Noé; el único hombre que encontró favor divino en la generación degradada del Diluvio. El siguiente fragmento empieza: “Éstos son los hijos de Noé;” sin embargo, la Torá continua elaborando sobre las cualidades personales de Noé: “Noé era un hombre justo; era puro en su generación, Noé fue con D-os.” Sólo después de esa descripción leemos que Noé tuvo tres hijos: Shem, Jam y Yafet. La Torá nos dice que va a presentarnos a sus hijos, sin embargo, nos habla de su personalidad antes de hacerlo ¿No es eso extraño?

Rashi (Rabi Shlomo Yitzjaqui) explica que la narrativa está organizada de esa manera para enseñarnos el valor de las buenas obras. La rectitud de Noé y su pureza son consideradas como sus propios hijos, y por eso son enunciadas junto a ellos. De hecho, se mencionan antes, porque el legado más grande de Noé y el legado de todos aquellos que son realmente espirituales, son sus buenas obras.

Los padres aman a sus hijos, y podemos estar seguros que los justos demuestran gran cariño a sus propios hijos. Sin embargo, el amor de un padre a sus hijos es natural y esperado. Las pocas excepciones trágicas a esa norma usualmente se explican por otros factores emocionales severos. La “norma” es amar y cuidar de los hijos. El amor por las buenas obras, sin embargo, no es tan natural – como fuimos creados con un deseo innato de auto satisfacción; no nos es tan fácil servir a otros, incluso servir a D-os. Por ende, en los momentos que nos damos a los demás, nuestras acciones son más preciadas y valoradas a los ojos de D-os.

Fuente: Project Genesis