Enlace Judío México e Israel- Es curioso que el texto bíblico casi no haga mención de las abejas, pero sí de la miel. Especialmente porque se refiere a Eretz Israel, la Tierra Prometida, como un lugar del que fluye la leche y la miel.

Sin embargo, hay un detalle muy singular en el que poca gente repara: Las abejas —insectos, a fin de cuentas— son animales impuros. Así que ahí empiezan las cosas interesantes.

La regla tradicional judía es que “todo lo que sale de un animal impuro, es impuro”. Pero la Biblia hace referencias a la miel como algo permitido, así que los antiguos sabios judíos se dieron a la tarea de discutir a qué se debía esta singular excepción.

Eso los llevó a reflexionar sesudamente sobre lo que hacen las abejas (o lo que no hacen), y llegaron a la conclusión de que los dos principales productos que hacen estos singulares insectos —la miel y la llamada Jalea Real— son diferentes en su naturaleza y, por lo tanto, uno sí es aceptado como kosher (la miel), pero el otro no.

La miel es entendida por los sabios judíos como un producto que no proviene directamente de las abejas. Estas, en realidad, sólo transforman algo que es tomado de las plantas. Por ello, no se le ponen objeciones para su consumo humano. En cambio, la Jalea Real es una secreción glandular de las abejas, hecha para alimentar a las larvas en proceso de crecimiento o a la Abeja Reina del panal.

De cualquier modo, la miel nunca fue utilizada en los sacrificios del Templo, y Filón de Alejandría explicó que ello se debía justo a ser el producto de un animal impuro (un insecto). II Crónicas 31:5 habla de que se llevó miel al Santuario como parte de una ofrenda, pero está claro que se refiere a productos para ser consumidos por los Kohanim y los Leviim. En contraste, en Levítico 2:11 es explícita la prohibición de quemar miel en los sacrificios, junto con cualquier otro producto leudado.

Aquí la noción principal es que nada que pueda fermentarse debe ser usado como sacrificio.

Así que, a efectos prácticos, la miel vino a ser considerada un deleite para el ser humano, pero no para D-os. Nosotros la podemos comer sin problemas. Es limpia. Pero no se debe usar en los rituales del Santuario. En esa dimensión, es impura.

Esto nos pone frente a una posibilidad muy interesante: las cosas que son legítimamente agradables y dulces para el ser humano, no necesariamente tienen que serlo para D-os. Por supuesto, esto no se refiere a que algo impuro o pecaminoso pueda o deba ser tolerado, sino a que D-os respeta nuestra dimensión material y finita, y permite que con toda legitimidad disfrutemos del fruto de nuestro trabajo.

Y es que, al final de cuentas, ese ha sido el simbolismo de la miel —y de las abejas— por excelencia: el dulce fruto del trabajo dedicado y honesto.

Todo ello hace todavía más significativo que a la tierra de Israel se le relacione con la miel, o que el símbolo por excelencia del deseo de que un Año Nuevo nos traiga felicidad y prosperidad sea, del mismo modo, la miel (en este caso, combinada con manzanas). Como si de este modo estuviésemos conscientes de la dimensión plenamente humana en la que nos desenvolvemos, enterados de que es perfectamente legítimo buscar nuestra propia satisfacción.

Los simbolismos de la miel continúan: No nada más es el punto intermedio entre lo sagrado y lo profano, sino que también es una representación de lo perdurable. La miel tiene una capacidad sorprendente para mantenerse útil a lo largo, literalmente, de milenios. Se han recuperado tarros de miel en tumbas egipcias, cuyo contenido todavía es comestible, pese a que fue producido hace más de dos mil años.

Además tiene muchos usos medicinales. Es un excelente antibacterial, y ayuda mucho a la garganta irritada o reseca; también es hidratante, ayuda a la digestión, y muy útil en el tratamiento de quemaduras y heridas.

Por ello, sintetiza todo lo bueno que puede provenir del trabajo: Aun con todas las limitantes que tenemos como seres humanos, pese a todos los defectos que pueda tener nuestro carácter, el trabajo honesto y disciplinado —comparable al de las abejas— da como resultado todo aquello que llena de dulzura nuestra vida, que hace que cada nuevo año sea de bendición y prosperidad, y que incluso puede renovar nuestra salud o nuestra vida entera.

Todo ello llega a su máxima expresión en ese milagro hecho realidad que es Israel, la tierra de la que fluye leche y miel. A muchos les puede parecer que los judíos de hoy se han vuelto menos religiosos. Y tal vez sea cierto. La sociedad israelí, al igual que las sociedades occidentales, está altamente secularizada.

Pero ¿es eso malo? Por sí mismo, no. Hay sociedades religiosas que han sido brutales y deshumanas (por ejemplo, los antiguos asirios; muy devotos a sus dioses, pero unos absolutos criminales sanguinarios).

Lo que distingue al israelí es su trabajo. Disciplinado, convencido, a fondo. Es así que se ha logrado derrotar al desierto y levantar bosques en donde antes sólo había arena, y campos de cultivo en donde sólo hubo pantanos y piedras en otras épocas.

El resultado es dulce, reconfortante, sanador. De regreso en su tierra ancestral, el pueblo judío ha renacido —literalmente, de sus cenizas— e incluso ha impuesto su liderazgo mundial en muchas áreas benéficas para todos (por ejemplo, la tecnología agrícola o la medicina).

Si Israel es la tierra de la que fluye leche y miel, podemos decir que el pueblo judío tiene naturaleza de miel: es resultado de miles de años de trabajo, es perdurable y no pierde su dulzura ni sus cualidades aun a través de los siglos, y está aquí para hacer de la vida algo más agradable o para sanar a la gentede sus heridas.

Hay otra similitud más fuerte, impactante: las abejas no tienen un sistema respiratorio como el de los mamíferos. Por citar un ejemplo, el 15 de abril de 2019 un terrible incendio destruyó la Catedral de Notre Dame, lugar en el que vivía una colonia de más de un millón de abejas. Afortunadamente, la zona donde tenían sus panales no se vio afectada por el fuego, pero sí por el humo.

Sin embargo, las abejas resultaron ilesas. Al no tener un sistema de respiración y oxigenación similar al nuestro, no se vieron particularmente afectadas. Digamos que sólo se quedaron desmayadas durante un rato, y luego siguieron su vida normal.

Con sus obligadas distancias, pero algo muy similar sucedió con el alma judía durante el Holocausto. Lamentablemente, en este caso la tragedia sí se saldó con la muerte de seis millones de personas. Pero no la del alma judía. Nuestro espíritu milenario, nuestra fe indestructible, nuestra vocación por seguir adelante, se mantuvo intacta, ilesa. Salió avante del negro humo de los hornos crematorios, incluso con la fuerza suficiente para sobreponerse al nazismo y casi de inmediato refundar a Israel.

El pueblo judío tiene alma de abeja, espíritu de miel.

En cierto modo, cuando el texto bíblico nos dice que Eretz Israel es ese lugar del mundo del que fluye leche y miel, se refiere a nosotros, su gente, sus hijos.

Humanos. Profundamente humanos. Sí, tal vez haya que sortear los aguijones de las abejas que tanto cuidan su miel. Pero una vez que se logra superar esa prueba momentánea, llega el momento dulce.

Del mismo modo, a veces los judíos somos un tanto rudos —sobre todo en Israel, país con una idiosincrasia muy singular—. Directos, poco diplomáticos. Pero sólo hay que ir un poco más allá de las apariencias. Les aseguro que con un poco de paciencia, en el fondo de cada hijo o hija del pueblo de Israel, encontraréis un corazón hecho de miel.


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