Enlace Judío México e Israel – Confieso no saber mucho sobre futurología y que enunciados basados en estos conceptos me resultan muy difíciles de digerir. Particularmente en estos meses de pandemia cuando vemos surgir visionarios iluminados que presumen saber cuáles serán las consecuencias de la peste. Algunos hasta exigen donativos para recibir “vacunas” que los hagan inmunes a la enfermedad. Y no pocos incautos caen en la trampa.

Por suerte, no es necesario ser futurólogo para percibir que en estos meses se ha producido un fenómeno muy interesante que −si lo sabemos elaborar− podrá mejorar, sin ninguna duda, nuestra experiencia judía.

Al cerrarse las actividades que regularmente se llevan a cabo en las instituciones encargadas de la educación judía formal e informal como clubes, escuelas, agrupaciones juveniles y sinagogas, la experiencia vital del judaísmo quedó confinada a los cuatro codos del hogar. El Shabat, la Tefilá, las evocaciones de la Shoá, y de los caídos por la defensa de Israel, Yom Haatzmaut, Lag Baomer, Yom Yerushalaim y ahora Jag Shavuot, salieron del marco institucionalizado para encontrar un nuevo significado personal y familiar.

La familia retomó, sin buscarlo, el papel que había tenido en el pasado y que delegó en profesionales, no siempre identificados con el sentido y el sentir de la experiencia judía, ni especializados en el difícil arte de la transmisión del sentimiento, la espiritualidad,  la emoción ni la creencia.

La Tefilá no se rigió por la conducción de Jazanim (hablo en tiempo pasado porque aquí en Israel, volvieron a abrirse las sinagogas, aunque con limitaciones) que tantas veces corren carreras contra el reloj, y permitió que padres e hijos se detuvieran a comentar lo que recitaban automáticamente en los templos, sin pensar en su significado. Lo mismo sucedió con las fechas que se conmemoraban con actos calcados años tras año en ceremonias tantas veces vaciadas de contenido que por su manera no pueden profundizar ni en la historia ni en el sentir, de pronto, cuando llegaron al hogar encontraron tierra fértil para el redescubrimiento.

Muy pocas familias ingresaron en el pasado muy cercano a Yom Haatzmaut a la mesa festiva como si fuera una festividad más. Este año, algunos lo hicieron y descubrieron que tras los fuegos de artificio había otra manera de festejar la independencia y la existencia de un Estado judío soberano. Lag Baomer, sin fogatas en Israel y sin Hilulot públicas, parecía imposible, pero sirvió, con la ayuda de Internet, para investigar la vida y obra de rabí Akiva y sus alumnos, de rabí Shimón bar Yojay y su hijo, de Bar Cojvá y de las masacres contra judíos en tiempos de las Cruzadas ocurridas en los días del Omer.

El salón de la casa fue la nueva-vieja sede de devoción y de cantos y plegarias. En la casa se pueden elucidar contenidos y preguntar lo incomprendido, sin el regaño de los docentes más preocupados por terminar el programa que por enseñar.

Los mensajes que la institucionalización del judaísmo había concentrado repetitivamente podían cobrar vida.

En los próximos días festejaremos Shavuot, el día de las primicias, “cuando ofrezcáis a .A. oblación de frutos nuevos en vuestra fiesta de las Semanas” (Bemidbar 28:26). Día en el que según la Torá, “te alegrarás delante del Señor tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva” (Devarim 16:9). Conmemoremos la recepción de las tablas de la ley en el Sinaí. No pocos deberán leer los Diez Mandamientos en los hogares, que quizás, siguiendo viejas tradiciones, adornen con ramas verdes y plantas. Otros podrán organizar su propio Tikún, adaptándolo en forma y contenido, para hacerlo familiar. Todos podremos ajustar el menú a la tradición, entonar canciones alusivas, y hablar de temas trascendentes de nuestra identidad.

Recordar los nombres de la fiesta nos va a ayudar: festival de la cosecha, Jag Hakatzir; día de los primeros frutos, Yom Habicurim; el tiempo del regalo de nuestra Torá, Zman Matán Toratenu; día de la reunión y de asamblea, Atzeret.

Pese a que a diferencia con Pésaj y Sucot, Shavuot casi no tiene actividades prescritas después de la destrucción del Templo, la tradición rabínica incluyó acciones de mucho impacto: la lectura del Libro de Rut, instituida a principios de la Edad Media, porque corresponde a los temas de la fiesta, la cosecha, la entrega de la Torá, y el rey David, la vigilia de estudio, y tradiciones culinarias muy ricas.

Es habitual en las comunidades judías (con la excepción de las yemeníes) consumir leche y queso en Shavuot, porque la Torá se compara con la leche y la miel; el nombre del Monte Sinaí en Tehilim 68:17, “¿Por qué observáis, montes altos (gavnunim), al monte que deseó .A. para su morada?”, Gavnunim evoca la palabra queso (gueviná); después de haber recibido las leyes del Cashrut en el Sinaí, nuestros padres no consumieron más que platos de leche hasta que terminaron de casherizar sus utensilios hirviendo, y así comer carne allí. Así se comen tartas de queso, blintzes y kreplaj (tortitas de queso), arroz con leche, el pan de los siete cielos (hojaldre u otra masa de siete pisos relleno de queso), burecas, samosas (empanadillas crujientes), así como pasteles con miel.

Esta enumeración nos ofrece un programa completo para Shavuot en el seno familiar.

Solo imaginarnos, por ejemplo, una lectura de Rut comentada, pausada, analizada, convertiría al hogar en una experiencia festiva más rica imposible de lograrse en ningún otro espacio tradicional.

Quizás debamos agradecer a la cuarentena esta posibilidad y cuando regresemos a la “normalidad” podamos seguir el proceso de educar en el hogar la acción, aprendiendo pericias olvidadas, y destrezas perdidas.

Cambiar la rutina, exige maestría. Contamos con ella. Es el momento de practicarla.

Si la cuarentena sirvió para ello, agradezcámosle la oportunidad y no la abandonemos.

Jag Sameaj


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.