Enlace Judío México e Israel –  Sin duda estamos frente a un virus sumamente peculiar que por un lado logra cursar de forma asintomática en un vasto número de habitantes y que por otro, afecta de manera devastadora a gran parte de los órganos del cuerpo, ocasionado complicaciones graves, que algunas veces llevan a la muerte.

Este abanico de factores, aunados a la susceptibilidad que todos tenemos de contagiarnos, lo ha convertido rápidamente en la gran pandemia que estamos transitando, en la cual hasta el día de hoy al menos uno de cada 1,000 terrícolas ha dado positivo al coronavirus. 

Ha sido bien descrito que el virus SARS-CoV-2 ingresa a través de las vías respiratorias hasta el pulmón, sin embargo, puede ir más allá y provocar una inflamación generalizada que afecta al riñón, los vasos sanguíneos, la piel y el corazón. Pero además, la enfermedad COVID-19 tiene amplios efectos en el sistema nervioso central: ocasiona un espectro de manifestaciones neurológicas que vale la pena conocer, estudiar y describir para mejorar su detección, tratamiento y seguimiento. 

Muchos de los síntomas neurológicos se presentan en etapas tempranas de la infección, incluso antes de la fiebre y tos. Entre ellos están el dolor de cabeza, mareos, baja de estado de alerta, dificultad para concentrarse, debilidad y dolor muscular. Pero dos de ellos, la pérdida del sentido del olfato y del gusto, son síntomas característicos que aparecen en el 20 a 80 por ciento de los casos leves y que suceden de una manera inusual: no con una congestión nasal por moco, como en las gripas habituales. Estos síntomas, principalmente descritos en los jóvenes, prevalecen casi siempre por dos semanas antes de resolverse.

Sin embargo, en casos más severos, pueden presentarse también convulsiones, embolias y eventos vasculares, que pueden llevar a la parálisis y estado de coma. En un estudio publicado hace unos días en Annals of Neurology, un grupo de la Escuela de Medicina Feinberg de la Universidad de Northwestern, reportó que casi la mitad de los pacientes hospitalizados tenían algún síntoma neurológico. En Wuhan, los médicos indicaron que el 45 por ciento de los pacientes con COVID-19 severo tenían déficit neurológico y en Francia, un estudio encontró que el 84 por ciento de los pacientes en las unidades de terapia intensiva tenían manifestaciones neurológicas y 15 por ciento de ellos mostraron dificultad para tomar decisiones y controlar su comportamiento luego de haber sido dados de alta.

A pesar de ello, aún no se sabe a detalle si el virus infecta las células nerviosas lastimándolas directamente, si las manifestaciones neurológicas surgen como resultado de los mecanismos de defensa del cuerpo o si son causadas por la formación sistémica de coágulos en la sangre. O más bien, una combinación de las tres. Lo que sí, es que los neurólogos afirman que sin duda, éste, como los coronavirus que causan las enfermedades de SARS y MERS, tienen claros efectos neurológicos a corto, mediano y posiblemente también, a largo plazo. 

Ante esto, en un artículo publicado en el Journal of Alzheimer’s Disease, el Dr. Majid Fotuhi, médico de NeuroGrow Brain Fitness Center en Virginia y de Johns Hopkins Medicine, clasificó en tres etapas el daño que COVID-19 ocasiona en el sistema nervioso. 

NeuroCovid Etapa I

Cuando el virus daña de forma puntual a las células epiteliales de nariz y lengua haciendo que se presente la pérdida del sentido del olfato y del gusto, recuperándose ambos sin ninguna intervención.

NeuroCovid Etapa II

Cuando la presencia del virus en el cuerpo provoca una respuesta aumentada del sistema inmunológico con la abrumadora tormenta de citosinas que ocasiona que los pacientes puedan experimentar coágulos en venas y arterias del cerebro. Además, pudiendo afectar los nervios craneales, periféricos y los músculos, provocando síntomas neurológicos como fatiga, hemiplejia, pérdida de sensibilidad, visión doble, dificultad para hablar o coordinar movimientos, incluso parálisis.

NeuroCovid Etapa III

En esta etapa, el nivel de citosinas es masivo, causando una respuesta inflamatoria explosiva que logra romper la fina barrera entre la sangre y el cerebro, permitiendo el paso de las citosinas y otros componentes sanguíneos, además de partículas virales, al cerebro. Esta invasión, a modo de pequeñas hemorragias cerebrales, ocasiona encefalitis, convulsiones, delirio, confusión, coma, pérdida de la conciencia y en algunos casos graves, la muerte.

Luego de COVID-19

Debido a que estamos aún en una fase inicial y aguda de la pandemia, con los casos aumentando día a día, a pocos meses de la recuperación de los primeros pacientes, aún no ha transcurrido tiempo suficiente para entender las secuelas a mediano y largo plazo del coronavirus como podrían ser la pérdida de memoria, enfermedad de Alzheimer o depresión. Los autores del estudio sugieren mantener el seguimiento de los pacientes que fueron hospitalizados por COVID-19 y presentaron síntomas neurológicos durante la infección. 

Las células del cerebro, las neuronas, pueden ser infectadas por el virus porque cuentan con los receptores ACE2 que permiten el ingreso del SARS-CoV-2 a su interior. Dentro de ellas, el virus podría permanecer por un tiempo prolongado sin hacer daño, en una especie de estado durmiente, provocando a la larga una degeneración neurológica que en su caso, aparecería tiempo después. Meses o años luego de haber sobrevivido al COVID-19. Esta hipótesis, que sin duda debe seguir siendo estudiada, cobró relevancia porque se ha encontrado una aumentada prevalencia de enfermedad de Parkinson entre quienes tuvieron hace varios años la enfermedad de SARS.

Evidentemente aún quedan más preguntas que respuestas frente a COVID-19. Entre más personas están contagiadas, las consecuencias neurológicas a mediano y largo plazo serán un mayor tema clínico, un tópico fundamental que impactará la salud pública. Posiblemente se está gestando una nueva línea de estudio para los médicos neurólogos y los neurocientíficos de los laboratorios.  

 


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