Enlace Judío México e Israel- La envidia es una emoción que parece ser externa a nosotros, sin embargo, se trata de una combinación de ideas que se encuentra dentro de cada uno.

La Torá es una de las fuentes de conocimiento más importantes de la humanidad y siempre ha brindado una perspectiva interesante respecto al comportamiento del ser humano. Y este caso no es una excepción.

Los primeros dos hijos de Adán, Caín y Abel, fueron parte de las primeras apariciones de la envidia. Caín que fue quien la tuvo, no supo controlarla y Abel que murió por la falta de entendimiento de su hermano, sobre la postura de Dios acerca de la realidad.

En este caso, no estamos hablando de una simple búsqueda de venganza, sino que se trata de una compleja situación en la que Caín busca lo que su hermano tiene, la gracia divina. Los dos propusieron un sacrificio ante Dios y Dios tomó sólo el de Abel.

El relato nos cuenta que Caín no lo tomó bien, su reacción a la decisión divina fue de desdén. Su plan empezó ahí, la idea de deshacerse de Abel, se presentaba como una solución clásica de los conceptos económicos: oferta y demanda. A mayor oferta, menor demanda y viceversa.

Es decir, de acuerdo a ésta lógica, si el único sacrificio ofrecido era el de Caín, la falta de competencia forzaría a Dios a aceptarla.

Esto es lo que expresa la envidia a Caín. Una falta crucial de aceptar la realidad. El negarse a entender cómo podía adaptar su sacrificio a la voluntad de Dios, quien lo creó y forzar así a su propio creador a aceptar su queja respecto a la realidad.

Así que Caín pierde la vida a causa de la envidia. Se derrama sangre por la inhabilidad de un hombre de adaptarse aunque sea un poco a la realidad. De hacer un berrinche, su destino.

Se sabe que la maldición que le puso Dios a Caín por el asesinato, es deambular por el mundo y no poder echar raíces nunca. Esto es lo mismo que pasa con la gente envidiosa, su foco se queda en los demás y nunca logran enfocarse lo suficiente en ellos para mejorar; es decir, su atención siempre gira en torno a otra persona, evitando eventualmente superarse y ser la mejor versión de sí mismos.

La envidia no mata al otro, sino que nos va corroyendo por dentro, momento a momento. Así que ¿cómo curarla?

Pues de la manera más directa, quitémosle a las personas el enfoque avaricioso que normalmente se llevan nuestra atención. Y empecemos a notar nuestra propia vida, nuestro propio pasado, nuestro propio futuro.

Si Caín se hubiera preguntado cuál era la razón detrás del korbán (sacrificio) y cómo podía hacer para participar de la forma correcta, el resultado hubiera sido crecimiento y no envidia.

Así pasa con todo, con la ciencia, la literatura o incluso en el comercio; nunca se ha tratado de eliminar a la competencia, sino en tener un mejor servicio o producto.

Y esto, nunca empieza por la envidia.


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