Enlace Judío Mexico e Israel – En entrevista exclusiva, Alejandro Rubinstein nos devela el fascinante mundo de la genealogía: esa disciplina que escarba en los archivos de la historia en busca del origen de los apellidos. ¿Tienes antepasados judíos? ¡Descúbrelo! 

 

Alejandro Rubinstein dedica su vida a tirar de los hilos que conducen hacia el pasado para encontrar el origen de las personas, de las familias, muchas de las cuales buscan esclarecer si, perdidas en el polvo de la historia, yacen sus raíces judías, esperando a ser expuestas.

Algunas personas acuden a él por mera curiosidad pero, otras, lo hacen para integrar un expediente que les permita reclamar la nacionalidad española o portuguesa, con base en su legítimo derecho como descendientes de antiguos judíos sefardíes, expulsados de aquellas tierras en el siglo XV.

Buscar una nacionalidad española o portuguesa y, por lo tanto, europea, es natural para los latinoamericanos si se considera que “hay una situación política de inestabilidad en la región que ha hecho que muchas personas busquen obtener una segunda o tercera nacionalidad“, dice Rubinstein en exclusiva para Enlace Judío.”

Pero obtener la nacionalidad de esos países no se trata de un asunto sencillo, advierte, pues si bien muchísimas personas en América Latina tienen apellidos de origen español o lusitano, “eso no necesariamente los conduce a la obtención del pasaporte.”

La relativa estabilidad de España y Portugal hace que muchas personas se sientan atraídas por la posibilidad de obtener un pasaporte de esas naciones, que les abriría las puertas no solo de esas naciones sino de casi toda la Unión Europea.

Obtener un documento de identidad europeo “da derechos pero también da obligaciones. Si una persona comienza a tener ingresos tiene que definir el régimen fiscal al cual se va a adherir.” Un mexicano, por ejemplo, que quiera iniciar actividades económicas en la Unión Europea “tendrá que notificar a la autoridad mexicana de dicha situación. Y en algunos casos va a tener que definir, de plano, cuál es la autoridad fiscal que prevalecerá, si la hispana, por dar un ejemplo, o la mexicana.”

Entre los muchos derechos que adquiere quien reciba la nacionalidad europea se encuentra el de tener acceso a una educación superior gratuita, lo que para Rubinstein “es una manera muy correcta de tener esa interrelación entre gobierno y gobernados.”

Para gozar de ese y otros beneficios, dice, los gobiernos europeos le piden a la gente que no solo adquiera el pasaporte correspondiente sino que vaya a vivir a esos países. Esto, dice, “es natural: si te voy a dar un beneficio, pues lo único que te pido es que seas partícipe de la sociedad, que cumplas con las obligaciones para que puedas hacer uso de los derechos.”

Aclara que esto no es un requisito indispensable pero sí es una manera de priorizar el acceso a los servicios a quienes viven o nacieron en el país sobre los que solo tienen el pasaporte.

La nacionalidad portuguesa

El plazo legal para aplicar por la nacionalidad española para los descendientes de judíos sefardíes ya venció. Sin embargo, este sigue vigente para la nacionalidad portuguesa. ¿Qué hay que hacer para obtenerla?, se le pregunta a Rubinstein.

“Son mucho más estrictos los portugueses que los españoles y han pedido cosas como que el hecho de que demuestren su ascendencia hispana no basta sino que parte de su línea hispana debe de pasar por Portugal.”

Haciendo un recuento histórico, Rubinstein recuerda que “la expulsión de 1492 sí contrajo la salida de muchos judíos; algunos números hablan de centenares de miles, otros son un poco más pretensiosos y hablan de millones de personas… cualquiera que sea la cifra, el 80% decidió irse al Este o al norte de España, de tal manera que migraron, ya sea a Inglaterra o a Holanda, algunos a Suiza, y la gran mayoría se fueron a Italia para después ir a Grecia y a Turquía. Pero un 20% de la masa crítica (…) cruzó la frontera desde España hasta Portugal.”

Los judíos que llegaron a Portugal lo hicieron temporalmente y “ni siquiera pudieron enraizarse”, pues estuvieron ahí apenas cinco años. “Sin embargo, estuvieron y dejaron algo de huella y pasaron por algunas ciudades que son indicativas de que esas familias españolas tuvieron que ver con Portugal. Y lo mismo sucedió a la inversa: hay familias notoriamente hispanas que tienen raíces portuguesas. Si bien su familia, los descendientes de esa familia solo pasaron por España, el hecho de tener la ascendencia a familiares portugueses les permite abrir un poquito más fácil las puertas al pasaporte portugués.”

Hay en Portugal dos lugares donde se puede tramitar el pasaporte, dice Rubinstein: Lisboa y Oporto. En Lisboa se atienden casos de personas genuinamente —y por favor, no quiero sonar a racista, es una manera de expresarlo— judías. Esto es de quien no se duda ni se discute su origen judío.”

En Oporto, en cambio, se atienden las solicitudes de los descendientes “de los mal llamados ‘marranos’ o anusim que, con el paso de las generaciones, no son judíos y, entonces, tienen que demostrar su ascendencia y también tienen que demostrar un claro origen sefardí, no bastaría con ser hispanos o lusitanos.”

El gobierno portugués exige que los expedientes sometidos a dictamen cuenten, inclusive, “con una determinada extensión de hojas para evitar hacer estos libros interminables que contengan más recuentos novelescos que datos históricos contundentes.”

En su calidad de experto en genealogía, Rubinstein juega un papel importante para los tramitantes, pues extiende “cartas genealógicas de origen sefardí que están debidamente sustentadas por la institución que represento y que se instituye, por así decirlo, como la instancia lógica que pueda acudir hacia las instancias portuguesas, toda vez que es un centro de documentación que contiene el acervo más grande en América Latina de información sobre judíos.”

Por otro lado, “tengo una página web, que es importante que la gente pueda acceder a ella, que se llama elorigendetuapellido.com. Ahí puede uno entrar y hacer la solicitud, al nivel que uno quiera, de la investigación. Es una investigación básica donde nada más quiero saber de dónde viene mi apellido, cosa que es perfectamente válida para aquella persona que no quiera llegar a más de esta investigación, pero también, aquel que quiera la carta genealógica (…), el que quiera también el certificado de origen portugués, que también resulta ser importantísimo y, sumados a estos dos documentos, también extiende una línea de descendencia. Si bien la carta de origen genealógico habla de una línea de ascendencia y se apoya con documentos históricos, también puede llegarse a apoyar con otro tipo de documentos auxiliares que vienen a demostrar el origen de esta persona.”

 

El trámite

Los interesados en rastrear su origen judío deben proporcionar la mayor cantidad de datos que pueda: nombre completo, lugar y fecha de nacimiento propios y de tantos antepasados como sea posible. “Evidentemente, mi trabajo es buscar generaciones más arriba de las que en condiciones normales tú tienes alcance.”

El análisis previo de esta información “me podrá determinar si tienes origen o posibilidades de origen judaico o no. Hasta ahí llegaría mi primera parte de la investigación. Pero si se encuentra esta línea y si se puede llegar a explorar, pues indudablemente de ahí puedo yo partir y empezar a documentarlo con todos los métodos de investigación que tengo para poder fortalecer tu caso, armar un árbol genealógico que fortalezca un caso.”

Pero ese árbol genealógico no es suficiente: hay que darle un sustento documental. Se requieren actas de nacimiento, partidas eclesiásticas que demuestren el momento en que los antepasados del interesado se convirtieron al cristianismo, actas de matrimonio, fe de bautismo, pasaportes, actas de defunción… cualquier documento puede ayudar a robustecer un caso, “para los geneálogos es oro molido.”

 

No hay apellidos judíos

Para Rubinstein, hay que partir del hecho de que “no existen los apellidos judíos y eso es algo difícil de creer. ¡Cómo es posible! Si May Samra es judía, pues ‘Samra’ es un apellido judío. Si Alejandro Rubinstein es judío, pues ‘Rubinstein’ es un apellido judío. Pero resulta que los apellidos, si algo son, son no judíos. Los judíos usamos apellidos, empleamos apellidos pero carecemos de apellidos.”

Los judíos han utilizado “las fórmulas de patronímicos, esto es, los nombres que derivan del padre. Así es como, en muchos casos y en varias ramas de las comunidades judías en el mundo, cuando somos llamados hacia un acto público de la religión, nos llaman no por nuestro nombre común, nunca me llaman por ‘Alejandro Rubinstein’, me llaman por el nombre que me corresponde acorde al rito o acorde al pueblo de Israel.”

No fue sino hasta el siglo XI que los judíos comenzaron a adoptar apellidos, y fue justamente en España y la Península Ibérica donde se “tropicalizaron los nombres judíos, se hispanizaron de alguna manera, para entrar en el complejo de la sociedad que estaba en pleno manejo de los musulmanes, y cuando estaban los musulmanes y los judíos se permitía que utilizaran sus formas patronímicas de manera muy abierta. Ya cuando empieza el proceso de la reconquista, los judíos empiezan a adoptar formas más generales y con una tendencia hispana, abandonan la costumbre morisca y se empiezan a acuñar nombres que son comunes, comúnmente utilizados por judíos, pero no son apellidos judíos.”

Como ejemplo, Rubinstein propone el apellido Sevilla. Este apellido corresponde a una ciudad del sur de España pero, ¿todos los Sevilla son judíos? “La respuesta es sí y no. Ni todos son judíos ni ninguno es judío. Pueden haber judíos con el apellido Sevilla pero también hay los que no. Esto nos viene a demostrar que los apellidos, como tales, no son un indicio absoluto de ser judío, pero sí nos permiten jalar este hilo para que, en la investigación genealógica, podamos llegar hacia donde tenemos que llegar.”

Según Rubinstein, la mayor parte de la gente que contrata sus servicios no es judía ni tiene el interés de serlo. Simplemente quiere saber si su origen es sefardí y, por lo tanto, alguna vez conformó parte de la sociedad, en este caso, portuguesa.

“No estamos tratando aquí de hacer conversiones religiosas de nadie, estamos tratando de encontrar nexos históricos” de una persona con un antepasado judío que puedan permitirle la obtención de un pasaporte.

Rubinstein no responde directamente a la pregunta de qué porcentaje de éxito tienen quienes buscan probar su origen judío. Depende de muchos factores. Incluso casos aparentemente robustos se truncan cuando, en el viaje hacia el pasado, resulta imposible hallar vínculos documentales que demuestren la ascendencia judía.

Por eso, dice que es importante allegarse de documentos históricos que puedan establecer dichos vínculos. Entre estos documentos pueden nombrase, por ejemplo, las cartas, la correspondencia epistolar entre personas donde se exprese el origen judío remoto.

 

Tirar del hilo hasta llegar al primer judío del mundo

A lo largo de los años que Rubinstein lleva dedicándose a la investigación genealógica ha sido testigo de historias asombrosas. Con mucho entusiasmo, nos cuenta una de ellas:

“No hace mucho llegó conmigo una familia entera pidiéndome que les investigara su origen. Me traían (documentadas) 16, 18 generaciones arriba, toda una investigación que ellos ya habían hecho, bastante bien formalizada, y llegaban hacia un judío de nombre Isaac Abenacar (…). Pero me parecía pobre ese árbol genealógico y necesitábamos fortalecerlo.

Empezamos a correr líneas y buscamos por todas las ramales, no solo de manera vertical sino también horizontal, transversal inclusive (hermanos, primos, familias políticas), entonces, en vez de hacer un árbol que es un solo tronco y unos pequeños ramales, hacemos un gran árbol, con muchas ramas, que sea muy frondoso. Y esto nos vino a dar que esta familia tenía entre sus orígenes transversales el haber sido descendientes de Hernán Cortés, el conquistador de México.

Por otro lado tenían —y tienen— el origen de ser descendientes de una relación ilegítima de Fernando Segundo de Trastámara, uno de los reyes de España. Pero también tenían, desde el lado judío, no solo a Isaac Abenacar sino que también tenían el lado de ser  descendientes de la familia De la Caballería —es una familia altamente documentada en cuanto a su judaísmo— y de tener una relación con la familia Arias Dávila, que se cruzan en muchas ramas de su árbol genelógico. Los Arias Dávila, el solo poner ese apellido en cualquier árbol genealógico es garantía de tener antecedente sefardí.

Pero de los De la Caballería también, y tal vez con más fortaleza, porque si tú subes muchas generaciones, en el caso de los De la Caballería, vas a encontrar un momento en que no usaron ese apellido y, entonces, utilizaban únicamente el nombre, hijo del padre —como es la manera judía de expresarse— y ponían también, a su lado, el linaje (…). Pues los De la Caballería descendían de un Alevi, un levita, y este levita, logré documentar hasta el siglo XI su ascendencia, del cual, de él se reputa que (…) entre sus antecesores tenía al profeta Samuel, que era levita, y arriba de él, entonces, tendrían automáticamente el tercer hijo del patriarca Jacob, que fue Leví y, por lo tanto, si Leví es el hijo de Jacob y Jacob es el tercer patriarca, podríamos llegar hasta el primer judío de la humanidad. Así de fuerte es el caso de esta familia. A ellos ya no hay nada que disputarles.

Para finalizar, Rubinstein dice que “más que historia es destino, historia es un recursos al que hay que acudir. Si no acudimos a ella, nuestro destino es endeble. El destino lo construye el hombre pero también con su experiencia del pasado.”

 

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