Enlace Judío México e Israel – El coloso persa está herido de muerte. Las imágenes satelitales han mostrado el alcance de los daños en la planta nuclear de Natanz y se corrobora que son más graves de lo que el régimen de los ayatolas quiso admitir en un principio. Tal vez sean, simplemente, irreparables. Y eso es un durísimo golpe para su plan nuclear.

Pero el daño va más allá, porque dicho proyecto nuclear estaba destinado al fracaso. ¿Por qué? Porque Irán es un país cuya economía no soporta semejante esfuerzo. Un proyecto nuclear y bélico es lo que menos le hace falta a la deteriorada nación persa, sobre todo en un momento en el que el descontento social está a flor de piel, y en cualquier momento puede explotar.

Irán tiene tres problemas en ese sentido: el primero, que las decisiones económicas las toma un grupo de clérigos cuyos criterios son teológicos, no técnicos; el segundo, que está sometido a un embargo económico por parte de Estados Unidos; y el tercero, que está gastando mucho dinero en un proyecto hegemónico e imperialista, que —entre otras cosas— incluye el desarrollo de energía nuclear para uso bélico. Sobra decir que, además, la pandemia de coronavirus ha impactado negativamente en la economía iraní.

¿Y su población? Olvidada. Cada vez es más fuerte el reclamo de que los ayatolas dejen de gastar dinero en apoyos al terrorismo palestino, en la guerra civil en Siria, o en el financiamiento de Hezbolá, y mejor se use para paliar la deteriorada economía del país. En 2013, la inflación se había colocado en un escandaloso 36.6%, pero el cambio de política tomado por Barack Obama —insanamente obsesionado en fortalecer a Irán— ayudó a que este comenzara a bajar. Para 2014 se ubicó en un todavía molesto 16.6%, pero en 2015 siguió bajando hasta un 12.4%. No era un panorama bueno, pero sí mucho mejor del que había dos años antes. 2016 fue el mejor año en términos inflacionarios, ya que se logró bajar a un 7.2%, y en 2017 se ubicó en un 8%. En términos reales, seguía siendo un nivel indeseable de inflación, pero la recuperación era evidente. Y entonces comenzaron a sentirse los estragos de las sanciones económicas, restablecidas por la administración de Donald Trump. En 2018 la inflación se fue hasta 18%, y en 2019 volvió a explotar con un 39.9%. Por su parte, en 2018 la caída del PIB de Irán fue de un 5.4%, y la del PIB per cápita fue de un 2.1%.

Irán es un país sumido en una severa crisis.

Pero no entiende que no entiende. Pese a que su situación económica exige un plan de choque que ponga un freno a esta debacle, los ayatolas siguen obsesionados con extender su poderío (claro, se podría preguntar ¿cuál poderío?) en toda la zona, animados más por un delirio religioso que se sobrepone a la percepción correcta de la realidad.

Por eso es que Irán sigue invirtiendo dinero en mantener en el poder a Bashar el-Assad, un peón en la estrategia persa, y en tratar de que Hezbolá se mantenga en condiciones de enfrentarse, algún día, con Israel.

La situación ha llegado a un nivel insostenible. Israel bombardea con relativa frecuencia las instalaciones militares iraníes en Siria, e Irán es incapaz de responder. Pero aún: Estados Unidos eliminó a Qasem Soleimani, el segundo hombre más poderoso del régimen, e Irán apenas pudo articular una respuesta que fue, en esencia, una farsa inofensiva. Mientras tanto, los enemigos principales de Irán —Israel y Arabia Saudita— se posicionan cómodamente como las principales fuerzas de Medio Oriente.

¿Qué fue lo que sucedió en Natanz? Seguramente nunca lo sabremos. ¿Sabotaje o ataque israelí? La posibilidad es sugerente. Fue un golpe demasiado preciso y nocivo como para suponer que sólo fue un accidente, pero esta idea tampoco debe ser desechada. Un gobierno aferrado a proyectos sin futuro no suele ser asertivo en el debido mantenimiento de las cosas delicadas, y el desastre bien pudo ser consecuencia del deterioro iraní en sus capacidades de controlar algo tan importante como una planta nuclear.

Pero la idea del ataque —israelí, por supuesto— sigue siendo la más lógica. La opción más sugerente es la de un sabotaje, vía internet, que provocara un mal funcionamiento en la planta, y se llegara a una situación crítica que se salió de control. Más improbable es que se haya tratado de un ataque militar directo.

En cualquiera de los dos casos, si fue un ataque israelí los ayatolas sólo han confirmado que son vulnerables. Que, literalmente, están a expensas de lo que decida hacer el Ejército de Israel o sus servicios de inteligencia. O, dicho en otras palabras, que por el momento y a como están las cosas, tienen la guerra perdida.

Una situación que no tiene para cuando cambiar, y que más bien parece que será definitiva.

¿Por qué occidente —Estados Unidos e Israel— no hacen el esfuerzo por reventar al régimen de los ayatolas? En realidad, es evidente que podrían hacerlo sin mucho esfuerzo. Incluso, sin una invasión de por medio.

Porque así son los equilibrios geopolíticos. Hay que tener cuidado con este tipo de decisiones.

Acaso el mejor ejemplo de los errores que se pueden cometer sea la insistencia de George W. Bush en derrocar a Saddam Hussein, una medida que se antojaba justificada —debido a la brutalidad tiránica de Saddam—, pero que resultó totalmente contraproducente en los hechos prácticos. Para cuando Saddam fue derrocado, el dictador iraquí era una caricatura de lo que había sido en otros tiempos. No tenía poder, no tenía armas de destrucción masiva, no tenía proyectos importantes. Lo único que tenía era su propio control sobre el país. Al derrocarlo de un modo mal planeado y ejecutado, Irak quedó en un vacío de poder que pronto fue llenado por Irán. Con una medida absolutamente imprudente por parte de Estados Unidos, se permitió el reforzamiento momentáneo de Irán en la zona, algo que puso en crisis a Israel y a Arabia Saudita.

Es la misma razón por la cual Israel tampoco ha procedido a desmantelar el poderío de Hamás en la Franja de Gaza. Cierto: ese grupo terrorista es un dolor de cabeza, pero en realidad es un grupo sometido, derrotado. Su lucha no tiene futuro —especialmente porque se ha desplomado el apoyo iraní y catarí—, y sus líderes lo saben. Entienden perfectamente que no soportarían otra tanda de combates directos con Israel, un país cada vez mejor armado y con mejor tecnología militar. En cambio, si Hamás fuera borrado del mapa en este momento, el vacío de poder provocaría que un grupo más radical, como  la Yihad Islámica, se hiciera con el control de Gaza, lo cual implicaría el riesgo de llegar a una guerra total. Israel tendría que ocupar militarmente toda la zona, y se llegaría a una crisis humanitaria que sólo traería malas consecuencias para todos.

Por eso Israel ha optado por la contención respecto a Hamás, pero también a Irán.

Un ataque frontal contra los ayatolas dejaría muchas afectaciones en la población civil iraní, y eso podría ser combustible para el régimen. Podrían apelar al eterno cuento —falaz, pero efectivo— de Israel como el pequeño Satán (recuérdese que Estados Unidos es el grande) al que deben combatir todos los musulmanes del mundo.

Por eso los ataques de verdadero talante militar han sido limitados y quirúrgicos, dirigidos hacia las instalaciones nuclearse iraníes, o a sus posiciones militares fuera de su territorio (específicamente, en Siria). Los mejores golpes contra el régimen se han logrado por medio de las sanciones económicas, toda vez que es muy claro que la sociedad iraní ya no se traga el cuento de que la crisis es por culpa de los perversos imperialistas yanquis, sino de la ineptitud de sus propios gobernantes.

Al final, el objetivo es que sean los propios iraníes los que tiren a un gobierno que no hace nada por ellos. Si eso se logra, no habrá ningún vacío de poder. La propia sociedad iraní podrá regenerar su sistema político, y es de esperarse que venga un cambio radical en su política exterior. Es decir, que se cierre el financiamiento de Hezbolá, de Bashar el Assad, de la guerrilla hutí en Yemen, y de toda la infraestructura de redes terroristas en todo el mundo, especialmente en América Latina. Logrado eso, la pacificación del Medio Oriente quedaría a la vuelta de la esquina. El extremismo palestino quedaría desfondado, y la presión de Arabia Saudita sería imposible de soportar. Los palestinos tendrían que regresar a la mesa de negociación. Por su parte, Hezbolá quedaría más vulnerable que nunca, justo cuando la sociedad libanesa también está harta de la propia crisis económica que viven —extensión de la de Irán—, y con ello no tendrían más alternativa que comenzar a soltar el control del Líbano. Bashar el-Assad, por su parte, no tendría más alternativa que renunciar al poder en Siria y permitir que, al igual que Irán en este hipotético caso, la propia sociedad siria renovara a su dirigencia política.

Así que con la planta nuclear de Natanz estallaron muchas cosas.

Tal vez los ayatolas ya empiecen a entender que están derrotados. Que su apasionada fe no pudo contra la realidad, y que la posibilidad de un nuevo Medio Oriente, estable y próspero, no los incluye.

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