Enlace Judío México e Israel – El artista judío mexicano aportará una de sus creaciones para ilustrar la portada del libro de Español de sexto de primaria. Conversamos con él sobre esto, sobre el arte en tiempos de covid y sobre su visión de la belleza. 

La lengua española llegó a México de la mano de los conquistadores y hoy, más de cinco siglos después, la gran mayoría de los mexicanos pensamos en este idioma, que nos ayuda a construir el imaginario colectivo e individual. “La pintura que hice está relacionada con toda esta idea histórica”, dice Noé Katz en entrevista para Enlace Judío.

La obra de Katz le ha valido participar en infinidad de exposiciones colectivas y ha llegado hasta Japón, aunque una de sus piezas más conocidas por la comunidad judía de México es el timbre postal que, con ayuda de su esposa, diseñó para conmemorar los 100 años del establecimiento formal de los judíos en México.

“Bueno, ese timbre fue muy interesante hacerlo porque fue como una chispa que se me ocurrió, y es una menorá en forma de cactus. Entonces, es la simbiosis entre toda la idea de México, la idea judía.”

En realidad, los judíos llegaron a México mucho tiempo antes. Quizá tan tempranamente como la lengua española. “El mismo Cristóbal Colón se cree que era judío, ya lo sabemos, y Cristóbal de Olid, y mucha gente que llegó con Cortés también eran judíos.”

Sin embargo, aquellos judíos debieron convertirse al cristianismo o sufrir las consecuencias de desafiar a la Corona de España. “No pudieron hacer nada y, es más, a varios judíos que llegaron con Cortés los quemaron en México porque estaba la Inquisición. Supieron que eran judíos y los quemaron. Los traicionaron, su propia gente.”

Hace poco más de 100 años, sin embargo, una nueva oleada de emigrantes judíos llegó a este país. Fueron ellos los que fundaron ese primer templo, con cuya creación se conmemoró el primer siglo de historia judía formal en México.

“Eran judíos de todos lados, eran judíos de Siria, judíos de Líbano, judíos ashkenazim, de Europa Central pero después se separaron e hicieron otro templo (…). El cuadro lo doné a la Universidad Hebrea de Jerusalén.”

Con orgullo, Katz recuerda que la obra que constituyó la parte principal de aquel célebre timbre ocupa un sitio muy especial en la citada casa de estudios, donde cinco mil personas pasan todos los días frente a ella.

“Es una obra que nos enlaza mucho con las comunidades de todo el mundo. Muchos en Israel me dijeron ‘¿por qué no lo promueves para que lo hagan Brasil, Argentina…?’, y dije ‘no, pues que lo promuevan ellos’(…), en México lo promovieron y fue un concurso y yo gané (…); mi esposa me ayudó a diseñar partes del timbre porque lo hicimos también a través de diseño en computadora, una parte del timbre, y ella me ayudó en todo lo que es el diseño de las letras…. Muy bien, fue un match muy bueno entre mi esposa y yo.”

Arte, amor y belleza

Noé Katz brilla cuando habla de la belleza y el amor, componentes imprescindibles de la creación artística, según su punto de vista. Incluso en las manos del cirujano y su tránsito ágil por el cuerpo humano encuentra una forma de arte: “Un doctor que opera con amor es un artista”, dice.

“Yo pienso que el arte es la parte más humanista del planeta. Sin el arte estaríamos muy grises, súper aburridos y sin una esperanza de encontrar la belleza. Porque la belleza está detrás del arte. Y también la fealdad. Y el arte, cuando lo haces con la fórmula de hacerlo con amor, con pasión, con entrega, se convierte en algo impresionante.”

Como ejemplo de esa sensación que lo ha puesto literalmente de rodillas, pone los murales de Miguel Ángel en el Vaticano: “no lo puedes creer, que un humano haya hecho eso. Es increíble la fuerza que tenía, el poder sobre la creación.”

Pero el arte también es bravura y sufrimiento. “Tienes que ser una especie como de torero. Los toreros, cuando está el toro enfrente, tienen a un ser de 600 kilos enfrente de ellos, y tienen que inventar qué hacer cuando se acerque con toda la furia del mundo…”

Hijo de un sobreviviente

“Yo creo que todo”, dice sin dudarlo cuando se le pregunta si ser judío tiene alguna influencia en su trabajo. “Yo tengo una neshamá súper judía. Desde niño. Mi papá, que en paz descanse, fue un hombre que padeció el Holocausto. Le mataron a toda su familia. No tuve nunca tíos… y eso, en lugar de alejarme del judaísmo, me unió más…”

La historia de su padre los marcó a ambos. Diseñador de joyas, vino a América en un barco desde Róterdam, Holanda, en plena Segunda Guerra Mundial, tras salvarse del genocidio que terminó con toda su familia. Lo salvó el azar o, mejor dicho, el embajador de El Salvador en Bélgica, país que visitaba una vez al año y del que ya no volvió a su natal Polonia una vez que aquel le dijo: “si vuelves, eres hombre muerto.”

El embajador le consiguió un pasaporte falso para que pudiera dejar Europa, pero antes de hacerlo, el joyero intercambió algunos diamantes por familias judías para salvarlas de las garras de la muerte. La corrupción de los nazis permitió que llegara a Cuba con ese legado.

“Vivió en Cuba muchos años. Y en el año 1944, durante la guerra, se trasladó a México. No puso mezuzá en su casa. Nuca hubo, no quería.” Tampoco iba al templo, pues estaba seguro que los nazis lo alcanzarían donde fuera. Sin embargo, siguió siendo judío: “Yo lo veía diario leyendo el Tanaj, con un té, en la casa.”

En México conoció a la madre de Noé, la señora Artenstein (el arte de la piedra), con quien procrearía a Noé Katz Artenstein. El también escultor ríe cuando recuerda que su oficio probablemente le fue dado desde la cuna, y no solo por el apellido de su madre sino porque su padre, el joyero, lo enseñó a cultivar la belleza.

“Nunca preguntes cuánto vale. Primero ve la belleza de la piedra”, le dijo alguna vez cuando el niño, asombrado, se acercó a contemplar un enorme diamante que su padre miraba con el monóculo.

“Papá, ¿y qué es la belleza?”, le preguntó. “¡Ah! Esa la vas a ir conociendo en las diferentes etapas de tu vida”, fue la respuesta de ese padre desterrado al que su familia le fue extirpada de un soplo pero que fue capaz de reconstruir su vida y traer al mundo a un artista cuyo trabajo será contemplado por tres millones de niños que, como él, tendrán la oportunidad de observar la belleza del mundo y del trabajo artístico.

Y, como se lo advirtió su padre, el concepto de belleza se fue transformando en la mente del niño, del joven, del adulto Noé Katz mientras pasaban los años. “Ahorita, mi concepto de belleza no es el mismo que hace 40 años.”

La belleza está en todas partes, “si tienes el tiempo y la paciencia para verlo”, dice, y agrega que “eso es algo que te va influenciando toda tu vida.” También lamenta que haya personas que no tienen la capacidad de apreciar una experiencia estética. “Hay gentes que van a comprar un cuadro y lo compran sin siquiera ver el cuadro. Nada más porque tienen el dinero para comprarlo.”

Él no es así. Aunque ya no lo sorprende cualquier cosa, todavía aprecia los infinitos matices impresos en las flores, en las alas de los árboles, en las puestas de sol de Tel-Aviv o del aciago Japón, donde una obra suya habita como testimonio de su imparable tránsito por el mundo.

Una familia de artistas

“Tengo tres hijos y a los tres les encanta el arte. Desde chiquitos los llevaba con mi esposa a museos y se quedaban fascinados. Una vez los llevé, en Inglaterra, en la National Gallery, tienen como tres cuadros de Leonardo Da Vinci y uno de ellos, mi hijo el chiquito se quedó más de una hora viéndolo.”

Cuando narra la historia se le encienden los ojos. Se percibe orgulloso de haber formado una familia estable, al tiempo que construía una carrera como artista, uno con formación y con mundo, uno que ha pisado ya muchos terrenos.

“Viví en Italia tres años, en Florencia, estudié en la academia de De Belle Arti, de Florencia, bellísima, está al lado de donde está el David de Miguel Ángel. Una experiencia inolvidable. Bellísima. Único en la vida de alguien. Y eso me enriqueció muchísimo.”

Recuerda de aquellos años que “vivía muy cerca también de donde nació Miguel Ángel (…), a unas cuadras. Y diario iba a museos (…). Ahí fue donde descubrí realmente a Botticelli. La dimensión que tiene este pintor, que también murió pobre, olvidado, muy mal.”

Porque el arte es también dolor, a veces, y no pocos artistas lo han vivido con fruición. “En el arte se sufre y se vive intensamente, y se ama también, tremendo, porque es una fórmula muy interesante para crear algo, pero si tú te lo promueves a crear con amor… ‘está prohibido sufrir’, para crear arte, te pones el membrete: ‘está prohibido sufrir’, entonces puedes librar aquellos destinos funestos.

A sus hijos les habla un poco de eso también. “Lo que les trato de enseñar es que sean prácticos, que logren sobrevivir con eso. Y sí, se están poniendo las pilas y van a tener que sobrevivir porque, al final del día, el arte también es un artículo, un producto, pero hay que saberlo vender, y hay que saberse vender a uno mismo, eso es importante. Yo, en ese sentido, sí lo he logrado.”

Arte y pandemia

Para Noé Katz, como para medio mundo, la crisis sanitaria ha supuesto incertidumbre y miedo. Al futuro, intrínsecamente incierto, se le ha añadido un signo de interrogación adicional, y no es claro si la forma en que los artistas han logrado vivir hasta ahora seguirá siendo viable mientras el miedo se respire tras los cubrebocas.

“Ahorita las gentes no se van a atrever a ir a un coctel, a una galería. En mucho tiempo.” Él mismo se dice indispuesto para salir y ver gente, para visitar galerías o ferias artísticas, que normalmente le sirven de escaparate.

“Los primeros meses yo estaba aterrado completamente. Estaba yo en México, tomé el avión por ahí de febrero, y en el avión una señora americana me dijo ‘creo que se viene algo muy fuerte para nuestros países’…”. Ese algo “muy fuerte” rebasó las expectativas del mundo entero.

“Ahorita la forma de vender arte es a través de las ferias (…), En Seattle, en Washington, en Nueva York… En México está Maaco, y yo no sé qué va a pasar con estas ferias. Ahorita yo, por ejemplo, no iría a una feria. No me arriesgaría. Ni siquiera el año que entra. Hasta que pare esto bien y se estabilice.”

Pero la epidemia no solo tiene aspectos negativos. En la cabeza del artista, se convierte en posibilidades creativas. “El otro día se me ocurrió hacer una escultura muy interesante. Es un hombre que está sentado. Es una cabeza grande, en perfil, y en el centro de la cabeza hay un cuadrado, que es como una ventana hacia adentro. Y en ese cuadrado está sentado un ser escondido, con miedo (…), es una escultura dentro de una escultura, y se me ocurrió porque así estamos (…), sentados, con esperanza de que esto se recupere, y así va a ser…”

El arte, otra vez, siempre

Para hablar del arte, Katz es generoso con su tiempo, y su mirada vivaz no deja de agitarse cuando habla de sus héroes, de sus procesos creativos o de los problemas asociados a la necesidad de vender su trabajo.

“Me inspira el ser humano. Yo un tiempo estuve trabajando abstracto y un poco constructivista, haciendo como formaciones… hacía unas cajas abstractas muy interesantes, y me gusta mucho también la abstracción, es algo muy interesante. Pero me repito demasiado con la abstracción. Como que haces un cuadro y todo lo demás que haces es casi lo mismo, es muy repetitivo. Y, a la vez, mucha de la abstracción que se hace actualmente es muy decorativa ya y no dice mucho, más que rasgos, más que sentimientos, nada más.”

Para él, el arte es “como una especie de martirio con diversión. Hay cuadros que me tardo dos, tres meses en terminarlos. No es tan fácil como la gente cree. Y más, cuando son en óleo. Hay proyectos que me he tardado un año en hacerlos.”

A veces se siente saturado, “con el agua hasta el tope”, y no quiere saber nada de ese trabajo. Pero está unido a su oficio como las piedras preciosas a los metales que su padre unía para darle vida a las joyas que hicieron posible su subsistencia. Es un artista tradicional: “Yo sigo trabajando como trabajaba un hombre hace cinco mil años: con un palito con pelitos. Así pinto, y recogiendo el color y pasándolo a un pedazo de tela.”

Aunque a lo largo de la entrevista dejará clara su admiración por el arte contemporáneo.

“Me fijo mucho en el arte conceptual, pero en el buen arte conceptual. Hay artistas actuales muy buenos, como Anish Kapoor. Es judío, por cierto, Anish Kapur. Es un judío hindú (…). La mamá era judía y él se fue a vivir a Israel, (su madre) lo mandó a un Kibutz, el papá era hindú, no era judío, entonces Anish se fue a vivir a Israel un tiempo y después se fue a Inglaterra. Y ahorita es uno de los artistas más importantes del mundo. Y es un artista conceptual que tiene ideas increíbles…”

En la visión de Katz, sin embargo, el arte y el mercado están unidos. Para vivir del arte hay que saber vender y venderse, ya lo dijo, y pone como ejemplo aquella obra suya que ilumina el sol naciente.

“El proyecto que hice en Japón son dos obras gigantes, así, y cada cabeza, cada cara pesa una tonelada. Entonces, si yo lo hubiera creado para mí, para ofrecerlo después a una corporación y no se vende o no lo quieren, me lo tengo que quedar y ¿dónde lo voy a meter? Por eso no hay que tomar riesgos. En el arte hay que ser muy preciso y tener, más que nada, contratos. Con un contrato tú defines: ‘Ok, yo lo hago’, y se hacen los bocetos, yo siempre entrego bocetos ya muy cercanos a como va a quedar el original, y me lo tienen que firmar.”

De su obra más reciente, ese misterioso cuadro que los niños mexicanos verán todos los días en sus cuadernos de sexto de primaria, Katz no dice nada más, pero promete que, tan pronto como la SEP lo imprima, nos lo mostrará. Mientras tanto, queda aquí su testimonio, el de un hombre de familia que sabe admirar la belleza del mundo, incluso este mundo, el de la pandemia.

 

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