Enlace Judío México e Israel – Pocos eventos han tenido tanto impacto en la historia moderna del judaísmo como la Revolución Francesa. No es un evento cualquiera: se trata del acontecimiento que simboliza, mejor que ningún otro, el nacimiento del mundo moderno. Fue un proceso complejo: tras el levantamiento de 1789, la inestabilidad política llevó al colapso definitivo de la monarquía, y Luis XVI fue decapitado en 1793. Pero entonces vino esa terrible etapa conocida como “el terror”. El caos político encontró por fin un paladín que pusiera orden en la persona de Napoleón Bonaparte, quien terminó por rebelarse contra los ideales republicanos de la revolución, y se hizo coronar emperador en 1804.

Napoleón fue un hombre complejo que encarnó, mejor que nadie, las contradicciones de la revolución. Tirano, cual todo emperador, pero de ideas modernas y notoriamente avanzadas para la época. Es decir, un hijo de la ilustración.

La condición de los judíos en Francia ya había comenzado a cambiar desde unos años antes de la toma de la Bastilla, y fue Napoleón quien se encargó de consolidar esos cambios. Si bien sus motivaciones siguen siendo tema de debate, lo cierto es que su agenda política respecto a los judíos siempre fue la de lograr que se les concediera la plena ciudadanía.

Irving Gatell nos explica cómo se desarrolló este complejo proceso, y cómo pese al fracaso político de la revolución y la restauración de la monarquía, los judíos no perdieron los beneficios que en su momento les otorgó Napoleón.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.