Enlace Judío México e Israel – Jared Kushner, yerno del presidente Donald Trump y acaso el más importante artífice del plan de paz que Estados Unidos propuso a israelíes y palestinos, declaró esta semana que el objetivo de la administración Trump es salvar la solución de dos Estados. ¿Qué tan realista es este deseo?

Me atrevo a afirmar que no hay nadie que, en su sano juicio, dude siquiera un poco respecto a que la solución de dos Estados; en teoría, es la mejor opción para resolver el conflicto palestino israelí.

¿De qué se trata esta solución? Sencillo: un Estado judío —que ya existe— en donde viva el pueblo judío, y a su lado un Estado palestino, en donde viva el pueblo palestino. Por supuesto, de acuerdo a los paradigmas de la democracia, en ambos Estados habrá minorías (en Israel las hay desde 1948) que, al margen de que no fueran judíos o palestinos, gozarán de todos los derechos que debe concederles un Estado moderno.

¿Por qué se asume que es la mejor solución posible? Para entenderlo, hay que visualizar la alternativa contrastante: un estado binacional.

En el esquema de un estado binacional, el plan sería integrar todo el territorio bajo una misma estructura jurídica en la que judíos y palestinos serían ciudadanos bajo la misma bandera. Sin embargo, el hecho histórico inobjetable de que desde 1974 existió un plan para “palestinizar” Israel, puso las alertas en activo. El riesgo es sencillo de entender: dada la tasa de crecimiento de la población palestina, un Estado binacional democrático terminaría por ser copado por los palestinos, y ello pondría en riesgo la integridad del pueblo judío. Duele decirlo así de crudamente, pero así es.

Por eso se prefiere la solución de dos Estados, una situación en la que cada grupo tiene su propio país y se abstienen de molestarse el uno al otro.

Pero el hecho de que fuera una solución preferible nunca significó que fuera fácil de implementar. De hecho, no se ha podido. La razón principal del fracaso de este proyecto ha sido, fuera de toda duda, el absoluto rechazo palestino a cualquier tipo de acuerdo definitivo.

Los palestinos siguen, en su mayoría, atorados en el discurso característico de Fatah (herederos del grupo terrorista OLP, de Yasser Arafat) según el cual todo el territorio tiene que ser “liberado”, e incluso la bandera palestina tiene que ondear en Tel Aviv. Esto tiene una implicación obvia: Israel debe desaparecer. En la lógica palestina, los judíos no tenemos derecho a tener absolutamente nada.

La solución de dos Estados logrados por medio de una negociación bilateral implica, inequívocamente, la aceptación palestina de que Israel es una realidad y lo seguirá siendo. Y eso es lo que ninguna autoridad palestina ha querido admitir.

Se habla con frecuencia de “la ocupación israelí de territorios palestinos”, pero este es un concepto falaz y carente de contacto con la realidad, por la simple razón de que no existe una frontera oficial entre Israel y Palestina. ¿Y por qué no existe? Porque los palestinos no han querido negociar fronteras definitivas. ¿Y por qué no han querido hacerlo? Porque aceptar una frontera significa aceptar que del otro lado Israel existe y seguirá existiendo.

Si acaso alguna vez los palestinos han hablado de aceptar el arreglo de dos Estados, señalan que lo harían solo como fase intermedia para lograr la creación de un solo Estado —el proyecto binacional—, para entonces aspirar a tomar el control de todo y destruir a Israel desde adentro.

Seamos honestos: por mucho que le duela a las buenas conciencias progresistas y de izquierda, los palestinos nunca han sido un socio verdadero para la paz.

Este es el punto donde el plan de Estados Unidos aparentemente flaquea. La solución de dos Estados sería la meta ideal, pero siendo realistas, es inviable porque los palestinos no la van a aceptar (podemos hacer una apuesta, querido lector; yo digo que durante los siguientes meses o incluso años, lo único que seguiremos viendo serán negativas palestinas para lograr un acuerdo definitivo).

Sin embargo, no todo esta perdido. Aunque tal vez eso signifique que el arreglo definitivo no va a ser el óptimo.

Tal y como está redactado el plan de paz propuesto por la administración Trump, todo parece indicar que eventualmente los palestinos serán obligados a aceptar una solución. Es decir, se les impondrá la condición final, sin importar si están de acuerdo o no.

El entorno apunta hacia ello: con la creciente y pujante normalización de relaciones entre Israel y los países árabes sunitas —es cosa de días para que se firme el tratado de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, que bien podría significar el Premio Nobel de la Paz para Donald Trump, Benjamín Netanyahu y Mohammed bin Zayed al Nahyan—, es muy probable que primero se firme la paz con Arabia Saudita, y no con los palestinos. Y es bastante lógico suponer que en ese marco, serían los saudíes los encargados de ponerse al frente —es decir, tomar las decisiones definitivas— del proceso de paz con los palestinos.

Los árabes no están del todo contentos con Mahmud Abbas y su gente. La Autoridad Palestina es uno de los gobiernos más ineficientes y corruptos del mundo, y se han encargado de que los donativos por alrededor de 35 mil millones de dólares que han recibido los palestinos, hayan servido para absolutamente nada. Y eso es algo que empieza a hartar a Riad y a sus aliados. Además, en el marco de los conflictos regionales, los palestinos nunca han ocultado ni renegado de sus estrechos vínculos con el régimen iraní, su principal apoyo. Y no hay que olvidar que los ayatolas son los enemigos jurados de la corona saudita.

Así que el príncipe Mohamed bin Salman—inminente heredero del trono árabe y, en consecuencia, máxima figura política del mundo sunita— ya tiene bien definido quiénes son sus amigos y quiénes no. Y no hay vuelta de hoja: el amigo, el socio, el cómplice, es Israel.

Habrá que ver qué sucede con el territorio donde se pretende crear un Estado palestino, si realmente se llega a este panorama en que sean los demás países árabes los que tomen las decisiones. Lo que es un hecho, por el momento —y no parece que eso vaya a cambiar pronto— es que los palestinos mantienen su política tradicional de equivocarse y meterse en problemas.

Se están quedando solos, consecuencia de su propia terquedad.

Y eso, más que ninguna otra cosa, es el principal obstáculo para la solución de dos Estados.

 


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