Transcurría la Edad Media y las sociedades que habitaban en los reinos cristianos de Europa se encontraban sumergidas en una vida determinada por la religión, en donde solo algunos afortunados del clero y la nobleza tenían acceso a la cultura y a la educación. Sin un orden establecido se levantaban aterradores tribunales inquisitoriales y en su búsqueda de herejes y malos cristianos dispersaban el miedo en todos los reinos y poblados.

De este modo, la Edad Media en el continente europeo se mantuvo regida por la religión y por preestablecidas clases sociales que confinaban a la pobreza a la mayor parte de la población. Pero por fortuna, un rincón del planeta se mantenía a salvo de este oscurantismo, se trataba de Córdoba, el ejemplo de progreso en todo el entonces mundo conocido.

Desde que Abderramán III proclamó el califato de Córdoba en el año 929 la región comenzó a experimentar una gran prosperidad.

Universidades y colegios gratuitos se extendían a lo largo de toda la ciudad, lo que provocó una población sumamente alfabetizada, que construyó una biblioteca que no tardó en tener una fama renombrada.

Sus diversas construcciones provocaron que la belleza de la ciudad también fuera reconocida internacionalmente, una ciudad abastecida por agua dulce y potable proveniente de un acueducto que llevaba agua a todas partes de manera constante.

El progreso se podía percibir en cada detalle, y es que eran más de 200,000 habitantes trabajando juntos, en lo que era en el siglo X una de las ciudades más importantes de todo el mundo.

Este progreso era fruto del trabajo entre musulmanes, judíos y cristianos, que en lugar de desgarrarse por una superioridad política o religiosa decidieron estudiar, trabajar y dedicarle tiempo a todo lo que pudiera contribuir a un futuro bienestar.

En el centro de la ciudad se levantaba, lo que era en ese momento, la segunda mezquita más grande del mundo, anteriormente era una capilla pero aquél espacio fue ampliado hasta alcanzar los 23,400 metros cuadrados, y así, está hermosa construcción se convirtió en el símbolo más representativo de toda la región.

Pero el que la mezquita fuera el elemento principal de la ciudad no significaba que otras religiones no tuvieran cabida, y así, entre el bullicio de una ciudad en constante avance se levantó en el año 1315 la Sinagoga de Córdoba, pequeña pero suntuosa, la sinagoga recibía a sus judíos para rezar, confirmando que en aquella ciudad existía una genuina tolerancia en donde todos convivían en paz.

Desafortunadamente los años de esplendor terminaron y con la reconquista de la península por parte de los reyes católicos todo quedó en el pasado. A finales del siglo XV los judíos fueron expulsados y aquella sinagoga fue convertida en escuela, hospital y hasta en iglesia.

Sin embargo, la ciudad de Córdoba todavía muestra hasta el día de hoy el esplendor que vivió. Así nos lo dice el mismísimo Maimónides, que sentado entre las calles que lo vieron crecer, nos habla de aquella vida judía que durante muchos años se mantuvo en un continuo florecer. Si, es cierto, aquel Maimónides es sólo una estatua sin ningún mensaje ni movilidad, pero si guardamos silencio y observamos con cuidado podríamos ver un poco más, podríamos ver en aquella estatua la armonía de una comunidad judía desarrollándose en su amada Sefarad.

Las estrechas calles no han dejado ir a la cultura judía que algún día está ciudad abrazó. Así que gracias, gracias querida Córdoba por recordar a tus judíos en los nombres de calles, hoteles, negocios y restaurantes. Así como tú recuerdas a los judíos de tu pasado, los judíos te recuerdan como esa luz que decidió brillar, brillar en medio de una Edad Media sentenciada a la oscuridad.


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