El período de los jueces es uno de los que tiene menos evidencia arqueológica directamente relacionada con la Biblia. Con esto me refiero a que no disponemos de ningún vestigio directamente relacionado con personajes como Otoniel, Débora, Barak, Yair, Gideón, Jefté o Sansón.

Por esa razón, los historiadores no centran su atención en lo que podríamos llamar detalles biográficos del relato, sino en la verosimilitud de lo que allí se platica en función de la evidencia arqueológica que sí tenemos.

Irving Gatell nos explica cual fue el contexto histórico de esta etapa que abarca los siglos XII al X AEC, y que estuvo marcada por el colapso del Imperio Egipcio, la debacle absoluta del Imperio Hitita, y la invasión de los Pueblos del Mar.

Al final, todo este análisis gira en torno al relato sobre Sansón, el más difícil de demostrar arqueológicamente —debido a las cualidades sobrehumanas del personaje protagonista—, pero el más coherente y sorprendente en el nivel teológico.

Es un relato que no sólo nos pone frente a un conflicto ideológico perfectamente verosímil para el lugar y la época, sino que nos revela que la lucha contra los “invasores” (Pelesed, para los egipcios; Filistim, para los israelitas) fue algo más que una guerra por territorio.

Y que detrás del libro de los Jueces existió otro Sansón, uno de naturaleza literaria —es decir, un escritor de niveles intelectuales sorprendentes— que propinó una contundente derrota al paganismo traído por este grupo llegado desde las islas del Mar Egeo.

El libro de los Jueces nos habla de una batalla no explícita en los relatos, pero fascinante y que sigue teniendo una vigencia relevante para nosotros.


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