Aranza Gleason – Cuando uno entra a una sinagoga o algún lugar de estudios toraicos en Jerusalén, quizás esperaría encontrar el lugar adornado con vitrales, cuadros, estatuas u objetos de algún tipo que representen la belleza del lugar dedicado a D-os. Sin embargo, no hay nada de esto, no sólo porque estén prohibidas por la ley judía, sino porque el recinto es primordialmente modesto. Casi no hay nada más allá del presbiterio donde se lee la Torá, llamada bimá o tebá en hebreo, los asientos y los libros. Ni siquiera suele haber mosaicos o colores que la adornen como en algunas mezquitas. Habrá algunas europeas que hayan querido imitar el estilo renacentista, barroco, neoclásico o morisco de la época en que fueron construidas, sin embargo, definitivamente no describen la mayoría de los recintos judíos y en cuestiones artísticas son claramente mucho más reservadas que cualquier parroquia o catedral vecina. Ello abre la pregunta de por qué este fenómeno se desarrolló de dicha forma. En un gran número de culturas son los recintos religiosos quienes gozan primero del genio artístico, no en vano la obra máxima de Miguel Ángel Buonarrotti se encuentra en la Capilla Sixtina, sin embargo en el caso judío es exactamente al revés; el arte fue erradicado de la vida religiosa y se refugio primordialmente entre seculares.

Las razones son primordialmente históricas pero abren pie a un sin número de preguntas también filosóficas como cuál es la concepción de belleza en la doctrina judía y dónde podemos encontrarla. No cabe duda que el judaísmo está rodeado de belleza la vemos en la escena tan estética que las velas de Shabat generan, en el vino del kidush al que acompañan, en la poesía y la musicalidad de los rezos o en ritos tan placenteros y sensoriales como el de Havdalá. Todos ellos son voluntariamente bellos sin embargo existen un poco entre los margenes, cuál es entonces la postura judía frente a la belleza.

¿Podemos decir que D-os es bello?

Ya adentrados al tema lo primero que resalta a la vista en los textos bíblicos es la disparidad con la que las fuentes judías hablan de la belleza. Por un lado se nos dice que es vana, perecedera con el tiempo e incluso un tanto conducente al vicio y por otro, se alaba la belleza de algunos personajes, del mundo creado y se nos exige bendecir a D-os cuando nos encontramos frente algo bello. ¿Cómo entonces podemos relacionarnos con el concepto?

La respuesta no es sencilla, sin embargo a lo largo del tiempo varios comentaristas fueron ofreciendo respuestas. Rashi y rab Hirsch por ejemplo remarcan que la belleza no es un valor objetivo para los judíos sino que depende de quien la mira y rab Sloveitchik señala que en todo el Tanaj (corpus bíblico) ni una sola vez se le llama a D-os “bello” (yafe) sino majestuoso. Sin embargo el Ecclesiastés// (Kohelet) y otros textos sí nos piden que aceptemos a D-os como la fuente de belleza y se nos dice que D-os es la belleza de Israel ¿Dónde radica la diferencia entre una cosa y otra?

La respuesta tradicional es que la belleza al ser cambiante con el tiempo y al depender de quien la mira no puede ser un atributo divino porque no es eterna. Sin embargo la majestuosidad de D-os, su perfección, su infinidad, sí lo son y lo que entendemos en este mundo como bello es reflejo de esa característica infinita y eterna con la que D-os se manifiesta. Para algunos rabinos D-os le dio al ser humano la habilidad de maravillarse frente al mundo pues es la forma en que el hombre puede intimar con la eternidad de la que el mismo también es parte. Sin embargo, esa experiencia estética debe limitarse activamente para no perder de vista que la cosa bella es un reflejo, que es momentánea y que la verdadera eternidad se encuentra en el Creador, pues para el judío aquél que adora a la belleza por sí misma como eterna comete idolatría. Al igual que el rey que se abroga para sí el derecho a la ley sin D-os.

Shem y Yafet. La importancia de la espiritualidad en la vida cotidiana

Cuando uno va a un recital en la Escuela Superior de Música o a cualquier representación artística en un instituto o academia claramente puede distinguir entre los alumnos que son virtuosos en su arte y los que meramente tienen buena técnica. Un pianista que da las notas en el tiempo correcto y al momento preciso no necesariamente es bueno si su música carece de la interpretación individual de él mismo, de forma popular la gente dirá que “su interpretación carece de alma.” Es decir toca bien, pero no trasmite ningún sentimiento, ningún deseo y su obra se siente vacía. El arte para que realmente sea bello necesita trasmitir algo que ponga un pie en lo eterno, los sentimientos humanos, la magnificencia del mundo, la complejidad de las relaciones humanas, entre varios temas que los artistas observan y escogen, la técnica depende del contenido.

Ocurre algo similar en la vida cotidiana; el mundo del arte puede ser hermoso sin embargo si no está acompañado de una vida espiritual o una vida ética termina por llevar a la persona a un gran vacío. La soledad y la tristeza pueden ser buenos temas para una pieza o un poema pero una vida perpetua en soledad sin compañía, ni amistades es un verdadero infierno. Las relaciones humanas, la experiencia de la individualidad y la búsqueda de D-os son elementos necesarios dentro de la vida cotidiana que deben ser llevados a la practica; el arte le permite a la persona admirarlos por un momento pero no le permite vivir con ellos.

Dicha dicotomía se aprecia en el texto bíblico con las figuras de Shem y Yafet, los hijos de Noé. De Yafet viene la palabra “yafe” (bello) y de él desciende Yavan (Grecia). Representa el epítome de la intelectualidad, del arte; de la belleza. Mientras que Shem es el padre de la espiritualidad en el mundo de él descienden todos los patriarcas del pueblo judío, “Shem” significa “nombre” es capaz de aprehender la esencia de las cosas y es quien más cerca tiene a D-os de entre los tres hijos de Noé. La enseñanza de Yafet, es decir la apreciación del arte, de la armonía y el cuestionamiento hacia el mundo pueden llevarlo a uno a aspirar a una espiritualidad, a superar sus instintos corporales y buscar un mayor significado en la vida sin embargo sólo a través de la espiritualidad, del componente al humano que da Shem es que uno puede alcanzar la plenitud y una vida con D-os. El arte por sí mismo, por bello que sea, cuando carece de ética o sentido se vuelca al vacío.

La belleza física y la belleza espiritual

Existe una relación entre los conceptos que desarrollamos en los apartados anteriores, ambos apuntan a demarcar un contraste entre lo interno y externo, lo perecedero y lo eterno. Del primero podemos explorar el contraste que existe entre las características divinas de D-os vs la forma en que se manifiestan en la tierra; y el segundo nos habla de la espiritualidad y la esencia de las cosas vs el arte y la forma sensual de éstas. Es decir se remarca un conflicto entre lo que entendemos como una belleza física y una belleza espiritual y se pone el énfasis en que se le debe dar prioridad a la interioridad sobre lo físico. Por ejemplo, la razón por las que muchas sinagogas no se adornan aparte de las prohibiciones referentes a adorar imágenes e idolatría es precisamente para que las personas no se distraigan de su estudio o rezo a admirar la belleza del adorno; incluso habla de no rodear el lugar con arboles de flores demasiado bellas por el mismo motivo. Pues uno debe aprender a enfocarse en la belleza espiritual más que en la belleza física; bajo la perspectiva tradicional uno debe admirar con mayor amor la Torá y sus conceptos que la misma naturaleza o el arte.

Sin embargo, esto se piensa en una primera estancia y se toma en ciertos grupos para la base de algunas leyes halajicas, pero en la Torá misma y ciertos textos tanto bíblicos como talmúdicos se remarca la importancia de crear sintonía o unión entre la existencia física y la espiritual, y los mismos principios se usan en cuanto a lo bello. Idealmente la belleza física reflejaría la belleza espiritual de la cosa que se admira y no tendría porque estar una en contraposición con la otra.

Esa postura se admira primordialmente cuando se habla del Mishkan (el Tabernáculo) y las prendas que el Sumo Sacerdote usaba. En esos pasajes precisamente se habla de la belleza del recinto, las prendas y los utensilios. El Mishkan representa el lugar más perfecto de la Tierra, la materialización física de la espiritualidad, ahí reposaba la Shejiná (la Presencia Divina). Su belleza radicaba en precisamente en esa simbiosis de lo material y lo espiritual; y en que era el lugar donde se adoraba a D-os, dónde se engrandecía su nombre. Además cada uno de los objetos que se mencionan tenían un significado particular que le recordaba a quién lo veía las virtudes más altas a las que podía aspirar o que ayudaban a la persona a mantenerse en el momento presente mientras se realizaba el sacrificio o rito correspondiente. La belleza en ese caso también parte de las acciones que las personas realizaban de llevar la espiritualidad al mundo físico a la acción.

Finalmente otra área que es de suma relevancia para los estudios judíos es la belleza en la figura humana. Ciertas posturas frente a la vestimenta también nos hablan de hacer aflorar la belleza interna de la mujer a través de cubrir el cuerpo y en numerosos pasajes se nos habla de la belleza de las matriarcas y de otros personajes. Los textos parecieran señalar que también se aspira a una relación con la belleza humana similar a la se buscaba en el Tabernáculo y pareciera indicar que la belleza física de esas personas representaba la belleza de su carácter y de su espíritu. Sin embargo, la respuesta no es tan sencilla, pues en este ámbito la Torá también nos abre un gran espacio de exploración pues nos presenta las historias de Yosef y de Tamar en las que su belleza física los perjudica; deben crecer y avanzar en sus vidas a pesar de ella o dirigirla hacia un lugar más adecuado. ¿Por qué la Torá nos los presenta de estas formas? Es una pregunta que ofrece gran espacio a la exploración.