Este artículo es la tercera parte de una serie llamada “La guerra contra el sol”. Da click en los siguientes vínculos para leer la primera y segunda parte.

Enlace Judío México e Israel – El relato del cruce del mar de los Juncos (generalmente traducido como mar Rojo) es, fuera de toda duda, uno de los momentos climáticos en el relato del Éxodo. A nuestros ojos de lectores del siglo XXI se nos presenta como un milagro portentoso, máxima maravilla entre todas las que se narran en la Torá. Sin embargo, hay algo que suele escapar de nuestra vista, y vale la pena analizarlo: es un fascinante episodio que lesiona directo y profundo el culto al sol del antiguo Egipto.

¿Qué tiene que ver el dios sol con el mar de los Juncos?

Más de lo a simple vista podríamos imaginarnos.

El relato lo conocemos bien: los hijos de Israel han salido de Egipto, pero se topan con el mar de los Juncos. Entonces son alcanzados por los ejércitos egipcios, que tienen la orden de hacer volver a los israelitas a su condición de esclavitud. El faraón no ha escarmentado, ni siquiera con la muerte de su primogénito, y de último momento se ha arrepentido de dejar partir a Moisés y al pueblo de Israel. D-os interviene y coloca una barrera de fuego para que los egipcios no toquen a los israelitas, y entonces ocurre el milagro: Moisés extiende su vara hacia el mar, este se abre, y los israelitas cruzan pisando en seco. Cuando han pasado al otro lado —la libertad—, la barrera de fuego se desvanece y los egipcios se lanzan en una frenética persecución hacia el pueblo de Israel. Pero sus ruedas se atoran en el fondo del mar todavía partido en dos, y se quedan allí atorados. Moisés vuelve a extender su vara, y el mar se cierra, ahogando a los ejércitos del faraón.

Israel es libre, y prorrumpe en cánticos de júbilo y alabanza.

Hay dos detalles del relato que, entendidos en los paradigmas de la antigüedad, son fuertes críticas al culto solar egipcio.

El primero es la muerte del primogénito.

En las mitologías solares siempre está presente, de un modo u otro, la noción del dios que se recrea a sí mismo. Es un rasgo simbólico que se deriva del sol de invierno que ha perdido su fuerza y ha dejado morir a la naturaleza, pero que en primavera renace, se renueva y vuelve a traer la vida.

Las antiguas culturas agrícolas nunca entendieron por qué el sol pasaba por este trance de muerte-renacimiento. Lograron medir correctamente la duración del ciclo anual del sol, pero no lograron descifrar correctamente la mecánica del sistema solar. Es decir, no tuvieron modo de llegar a una comprensión científica de la astronomía. Por eso no lograron explicar correctamente las razones por las que hay invierno y primavera.

Por ello, construyeron poco a poco todos esos relatos mitológicos en los que el sol era representado por una deidad que moría y renacía. En el caso de Egipto, el relato fundacional es el de Ra, representación del disco solar. Habiendo tomado forma humana, reinó en Egipto y trajo felicidad y prosperidad. Pero sometido a la vida material, envejeció. Isis, hija de Geb —la tierra creada por Ra— usó su astucia para conseguir que Ra le confesara su nombre secreto, pero lo hizo con la condición de que sólo se lo revelaría al hijo que todavía habría de tener: Horus.

De ese modo, Ra se retiró de su vida terrenal, y Horus ocupó su lugar. Al ser el portador del Nombre Divino, Horus en realidad vino a ser la extensión de Ra.

Ahora recuérdese que los faraones eran considerados como la encarnación del dios solar.

Por eso la importancia simbólica de la muerte de los primogénitos: al morir el heredero al trono, el texto bíblico nos dice sutilmente que la sucesión solar ha sido destruida. Es decir, que el faraón ha sido exhibido como un humano, no como un dios; menos aún como el dios solar que se renueva cada año tras el invierno. El símbolo de Ra envejecido pero reciclándose en Horus ha quedado destruido.

Ese es el verdadero agravio contra faraón, y por eso su furia para perseguir a Israel.

Al frente de sus tropas, los alcanza en el mar de los Juncos, morada del dios Sobek, que también era otra representación del disco solar, en apariencia de cocodrilo. Creador del Nilo, era un dios benévolo y se le consideraba “el señor de las aguas”. Los griegos lo identificaron como una versión egipcia de Helios (el sol), y en la propia mitología egipcia es equiparado a las otras representaciones del disco solar (Ra, Atum, Atón, Amón, etc.).

Así que el cruce del mar fue en territorio de Sobek, dios solar.

En su sentido más profundo, el cruce del mar representa a Israel cruzando Egipto, el territorio del sol; y la apertura del mar por parte del D-os de Israel representa la derrota total de la religión egipcia ante el culto al Único y Verdadero; el faraón derrotado y sus tropas ahogadas en el mar representan a la cultura egipcia ahogada en su propia religión idolátrica y falsa.

Muchos faraones usaron el cocodrilo como parte de su iconografía real. Evidentemente, porque al considerarse a sí mismos como dioses solares, se identificaban con Sobek.

Uno de los faraones que pudo haber sido el del relato del Éxodo, fue Horemheb. General principal durante el reinado de Tutankamón, ocupó el trono tras la muerte de Ay, originalmente visir de Akenatón, luego tutor de Tutankamón, y que pudo entronizarse a la muerte de este último debido a que Horemheb, su principal rival, estaba en campañas militares en Canaán.

Ay ya era anciano cuando ocupó el trono, y sólo reinó dos años. Horemheb entonces tuvo su turno, y su reinado se extendió por 27 años. Por las referencias cronológicas, hay elementos para sospechar que él pudo haber sido el faraón del relato del Éxodo.

Horemheb fue uno de los faraones que hicieron del cocodrilo su símbolo personal.

Si él fue el faraón del Éxodo, la escena en el Mar de los Juncos no sólo habría sido un portentoso milagro, sino una derrota directa para el dios Sobek, el cocodrilo solar, símbolo del faraón Horemheb.

De ese modo, el relato bíblico —en su contexto original— habría sido mucho más que una crónica de eventos milagrosos. Es un fuerte e impactante texto que pone en jaque a los dioses solares y a los mitos de renovación primaveral, y nos enseña que el sol, la tierra, las aguas, los cocodrilos y hasta los faraones sólo son parte de la creación, y que el Creador es Único y Verdadero.

La guerra contra esas creencias solares sigue en el texto bíblico, y son muchos los ejemplos que podemos encontrar. Pero nos vamos a limitar a analizar otros dos, acaso los más notables junto con el relato del Mar de los Juncos.

En la próxima entrega veremos el caso de Sansón, y en la siguiente y última el desconcertante encuentro que tuvieron el profeta Isaías y el rey Ajaz, en el que se predijo la destrucción de los reinos de Samaria y Damasco.

Por extraño que parezca, son dos fascinantes relatos en los que las teologías solares fueron destruidas nuevamente por los autores bíblicos.

 


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