Enlace Judío – La nueva doctrina de política exterior formulada, en líneas generales por el flamante presidente de EE.UU, Joe Biden, marca una revolución en los objetivos y prioridades de la nueva administración. La suspensión parcial de la ayuda a los aliados del Golfo es una señal clara para Teherán de su intención de retroceder en la política de “mano dura” de Trump. Una intención quizás buena para abrir una negociación pero mala para un rival de esa talla.

El discurso de Biden del pasado 4-02, en el que lanzó oficialmente su nueva doctrina de política exterior, indica una verdadera revolución en cuanto a los objetivos y prioridades de la nueva administración, que puede irradiar al proceso de paz regional y también a Israel directamente.

Primero, con respecto al Golfo, pero también con todos los demás temas complejos en los que Biden abordó su discurso, se destacó su deseo de desvincularse, de manera inmediata y radical, de las políticas globales y regionales de Donald Trump. Así, por ejemplo, Trump basó su conducta en el suministro continuo de sistemas de armas avanzados a Arabia Saudita, diseñados para proporcionarle una sólida red de seguridad y medios de protección y disuasión frente a los persas y sus aliados en Yemen; los rebeldes Hutíes. Esta actitud puede erosionar la confianza de los países suníes en EE.UU en el Golfo pero a la vez acercarlos más a Israel, el único claramente interesado, y lo ha manifestado, en destruir el desarrollado poder nuclear iraní. Además, la política de suministro de armas a Riad, especialmente al final del mandato de Trump, tenía la intención de ser un incentivo para que el régimen saudí brinde apoyo al proceso de paz regional que gradualmente se fue implementando con los exitosos “Acuerdos de Abraham”. Lo mismo es válido en relación con los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, que en agosto pasado firmaron un acuerdo de paz con Israel. Porque, como en la política saudí, también en la arena del Emirato, la administración Trump ha desempeñado el papel de “mediador gratificante”, prometiendo proporcionar a los Emiratos un incentivo vital en forma de suministro de 50 aviones F-35 a cambio de la voluntad del gobierno de normalizar las relaciones con Israel.

En ambos frentes, la administración Biden decidió hacer un giro repentino en U e inmediatamente congelar todos los acuerdos de armas (ofensivos) con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, incluido los F- 35. Esta medida, junto a la desacertada y apresurada acción de retirar a parte de la poderosa flota naval estadounidense que era un elemento disuasorio para las ambiciones iraníes, es un guiño hacia el régimen persa.

Esto, también con el objetivo declarado de detener el flujo de asistencia militar y logística a la coalición en guerra liderada por Arabia Saudita, cuyas acciones (principalmente bombardeos aéreos) han causado daños graves y continuos a la población civil inocente.

Sin embargo, bajo este barniz moral, que aparentemente refleja fielmente el deseo de Biden de anclar su política exterior en una base de valores normativos pura y refinada, no es difícil identificar todas las consideraciones estratégicas claras en su núcleo. El sucesor de Trump destaca el deseo de transmitir un mensaje de intención a Irán: negociar bajo apaciguamiento de las presiones a Irán que tan buen resultado venían dando. En otras palabras, suspender la ayuda a los aliados tradicionales de EE.UU. en el Golfo que luchan con el desafío iraní es una señal clara para Irán de la intención de la nueva administración de convertir el látigo de la disuasión, la aplicación y la ayuda en la guerra contra el protegido yemení de Irán, de una manera mucho más conciliadora volviendo al camino de Obama denominado “ poder blando “. Todo esto tiene implicancias negativas para Israel.

Estas medidas de congelación hacia las asociaciones tradicionales en el camino (sin ni siquiera una pizca de crítica al régimen iraní entretejida en el discurso del presidente) deberían, por lo tanto, generar confianza en Teherán, allanando así el camino para la reanudación de las negociaciones nucleares devolviendo a EE.UU. al peligroso acuerdo de Viena aprobado por Obama y las potencias en 2015.

En este contexto, surge la pregunta de cuáles son las implicaciones de esta política para la conducta futura de todos los aliados regionales de EE.UU. Aunque todavía es demasiado pronto para evaluar definitivamente lo que sucederá en un entorno tan dinámico y complejo, hay razones para creer que el esfuerzo estadounidense por lograr el deshielo inmediato con el régimen de Teherán socavará los acuerdos abrahámicos, al tiempo que ralentizará su expansión. Porque, cuando el mecenas estadounidense da la espalda al actor del eje central en todo el proceso (Arabia Saudita) y al mismo tiempo envía implícitamente mensajes conciliadores al enemigo jurado de Riad, entonces la niebla de incertidumbre y escepticismo sobre la posición y el papel futuro de la superpotencia estadounidense en su conjunto son inevitables, lo que también suscita preocupación en Jerusalén.

Esto también a la luz del doble rasero que revela la conducta del presidente en los primeros días de su gobierno. Porque, si bien Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos son castigados de inmediato por sus actividades en el frente de Yemen, el discurso de Biden carece de una condena clara y fuerte (sin mencionar las medidas punitivas concretas) de la conducta de Irán, tanto en relación con su aceleración nuclear como apoyo a los grupos chiítas en toda la región.

Los días dirán, si es que realmente nos encontramos, al menos en el contexto iraní, al comienzo de un viaje en el túnel del tiempo de regreso a la era de Barack Obama en la Casa Blanca, a la que Biden acompañó ocho años .

*El autor es director de Comunidades Plus y corresponsal en Argentina de Enlace Judío


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