Enlace Judío – Las sociedades evolucionan y con ellas las formas en las que los seres humanos nos interrelacionamos. El judaísmo ha sido una religión profundamente comprometida con la solidaridad y la empatía con los desprotegidos. De ahí ha surgido una tradición filantrópica aplaudida por propios y extraños. Pero tal vez estemos viendo el final de esa convicción, por lo menos tal y como la hemos conocido hasta la fecha.

Muchas ordenanzas de la Torá están directamente enfocadas al concepto de ayudar al prójimo. Por ejemplo, en Levítico 19:9-10 se nos ordena lo siguiente: “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás”.

En Deuteronomio 14:28-29 también tenemos este: “Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año y lo guardarás en tus ciudades. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que el Señor tu D-os te bendiga en toda obra que tus manos hicieren”.

De este tipo de ordenanzas se ha derivado la proverbial vocación altruista y filantrópica del judaísmo. Siempre que fue posible o necesario, hubo judíos listos para donar poco o mucho, con tal de ayudar a los más necesitados, fuesen judíos o no.

Pero la filantropía está entrando en una etapa en la que será inevitable una reflexión a fondo sobre su utilidad.

¿Me refiero con esto a que la filantropía podría ser inútil? No, por supuesto que no. Pero sí me refiero a que con la evolución de la sociedad es muy probable que se consoliden modos más eficientes de ayudar al prójimo.

Por decirlo en términos marxistas, los medios de producción son algo en constante evolución. La economía no se desenvuelve hoy como lo hacía hace 1,000 años o hace 200 años. Eso significa que incluso el capitalismo industrial ha cambiado.

El modelo feudal, además de basarse en la explotación, se basaba en la acumulación. Es decir, tú podías considerarte rico si tenías las monedas de oro o de plata en las manos, o los cereales de tus campos de cultivo en tus graneros, o tus cabezas de ganado en tus corrales. Los documentos que podríamos definir como protobancarios (títulos de propiedad) eran infrecuentes, y la abrumadora mayoría de las transacciones económicas requerían del uso de valores concretos (dinero, productos, servicios).

En ese entorno era perfectamente lógico que la filantropía se enfocara en darle a la gente vulnerable parte de esa riqueza, ya fuese en dinero o en especie.

Es el mismo entorno en el que también resultaba lógica la idea de Marx: ante la realidad de que muy poca gente acumulaba la mayor parte de la riqueza, y muchos vivían en la miseria absoluta, un defecto del capitalismo industrial era que los medios de producción fuesen operados y activados por personas que no eran sus dueños.

Para Marx, el asunto era simple: es una injusticia que los dueños del capital (es decir, de todos los componentes que se requieren para producir bienes de consumo) sean los que se queden con la ganancia obtenida; y quienes realmente se encargan de la producción sólo reciban un salario, generalmente miserable.

A este grupo de personas que hacen producir al capital, pero no son dueños del mismo y en cambio reciben sólo un salario, se le llamó proletariado. En esta lógica, Marx supuso que la solución definitiva a este problema de lucha de clases se lograría cuando el proletariado dirigiera una revolución que pusiera fin a la propiedad privada burguesa (específicamente, a la propiedad de los burgueses sobre el capital), y la clase trabajadora se convirtiese en la nueva propietaria de los medios de producción.

Hasta cierto punto, esta idea solo era una radicalización muy extrema del ideal bíblico: darle al pobre y al vulnerable lo que necesita para tener una vida digna (“comer hasta saciarse”). Sólo que en la Biblia el llamado es a hacerlo de modo sistémico (es decir, construir un sistema social y político donde eso se hace simplemente porque es lo correcto); en la idea de Marx —y este es el aspecto radical— eso se tenía que lograr por medio de la violencia (es decir, de una revolución).

La propuesta de Marx está absolutamente superada por la realidad, y es que el capitalismo evolucionó de un modo que Marx no previó.

Te lo explico de un modo simple: piensa en las fortunas de Jeff Bezos, Elon Musk y Bill Gates. Entre los tres, acumulan un patrimonio de alrededor de 485 mil millones de dólares. Pero es obvio que eso no significa que abajo de los colchones de estos tres multimillonarios haya 485 mil millones de billetes de un dólar, o 4,850 millones de billetes de 100 dólares. Significa que ese es el valor de sus propiedades, que incluyen posesiones personales (casas, coches) pero también todo tipo de negocios con su respectiva infraestructura (edificios, equipos, maquinaria, etc.).

Seguramente habrás oído alguna queja —muy marxista, por cierto— enfocada en que habría que quitarle todo eso a esos tres, que porque no necesitan tanta riqueza, para repartirla entre la gente pobre. Es una queja ingenua, en el mejor de los casos, porque repito: no estamos hablando de riqueza en el paradigma feudal. Es decir, no son monedas, billetes, animales o cereales que se puedan repartir entre toda la gente.

Quitarles la riqueza tendría que pasar por dos rutas. La primera es la más extrema: liquidar todas sus posesiones para convertirlas —ahora sí— en 4’850 millones de billetes de a 100 dólares cada uno, y luego repartirlos. Pero si haces eso con las propiedades de Jeff Bezos —por ejemplo— vas a dejar sin trabajo a unas 800 mil personas. Tratas de resolver un problema, pero creas otro. Así que olvídalo. Eso no sirve.

La otra opción es quitarle a estos tres la propiedad de sus negocios, aunque sin liquidarlos. Pero entonces no cambias nada. Sólo al propietario. A nivel estructural, las cosas siguen siendo exactamente las mismas, sólo que sin los nombres de Bezos, Musk y Gates.

¿Sería la solución ajustar las cosas de tal manera que toda la gente pudiera ser copropietaria de esas empresas? En teoría ya es posible. Para eso existen las acciones y el mercado de valores. Si inviertes ahí te haces dueño de una parte de alguna empresa. Entonces, lo único que habría que discutir es si tiene sentido, o si es adecuado, respetar el actual esquema según el cual sólo alguien que tiene dinero para invertir puede adquirir acciones de una empresa, o si por ley se debería decretar que todos fueran copropietarios de las acciones de tales o cuales empresas.

Esto ya se ha intentado en los países que siguieron el modelo marxista, porque la apropiación proletaria de los medios de producción es, en esencia, eso: que todos se vuelvan dueños de las empresas productivas.

El resultado, en todos los casos, fue desastroso. Y es que los problemas sociales y económicos no se resuelven por decreto.

Por supuesto, es cierto que las dinámicas bursátiles se pueden mejorar, perfeccionar. Sobre todo, hacerlas más inclusivas para permitir que más gente pueda tener acceso a ello. Pero eso pasa, obligadamente, por el largo y difícil trabajo de educar a la gente en esta materia, que a veces resulta un tanto complicada.

El punto es que esto, que hoy por hoy es normal pero que hace 170 años no existía, superó por mucho las expectativas de Marx. Sin revoluciones de por medio, el mercado de acciones abrió la puerta para que el ciudadano común pueda ser copropietario de eso que Marx llamó “el capital”. Sin revoluciones. Sin violencia. Se logró por medio de un sistema que surgió con muchas imperfecciones (y por eso episodios como el famoso crack de la Bolsa en 1929), muchas de las cuales persisten (y por eso las crisis bursátiles más recientes). Sin embargo, es un sistema que se ha perfeccionado con el paso de los años. Le falta mucho por corregir, pero ya está claro que puede lograrse. Y si puede lograrse, debe hacerse.

Siguiendo las pautas de la ética judía ¿Qué habría que pedirle a gente como Bezos, Musk o Gates? ¿Que repartan su dinero?

Fíjate que tremenda lucidez de la ordenanza de la Torá (la de Levítico 19:9-10): la orden no es repartir tus cosechas, sino dejar que la gente pobre pueda trabajar.

El mayor gesto de filantropía —y mucha gente todavía no lo entiende— no es darle algo al pobre. Eso es limosna. El mayor gesto de filantropía, para el judaísmo, es la Tzedaká, una palabra que conlleva el concepto de justicia (tzedek) en sí misma. Y la justicia no es que todos reciban comida, sino que todos puedan trabajar.

O si lo quieres decir en un estilo más oriental, ahí tienes la célebre frase de que si le das un pescado a una persona lo alimentarás un día; pero si le enseñas a pescar, lo alimentarás toda la vida.

La ordenanza de la Torá va más lejos: crear las condiciones adecuadas para que esa persona pueda trabajar y ganarse su propio sustento.

Así que la solución no es pedirle a Bezos, Musk o Gates que repartan dinero. Lo ideal es pedirles que creen más fuentes de trabajo.

Esa es la ruta por la que ha evolucionado el capitalismo durante el último siglo: la de la productividad, en sustitución de la de la acumulación. Ya no se trata de simplemente tener un millón de dólares escondidos abajo del colchón. Si haces eso, cuando te gastes los primeros mil dólares ya no vas a tener el millón completo. Lo que se necesita es que tengas ese millón invertido de tal manera que siempre sea un millón (o incluso crezca), y tu puedas gastarte eso mil dólares sin que ese millón inicial se vea afectado.

Y mejor aún: eso hará que le des empleo a otras personas, que podrán gastar también su propio dinero sin que ese millón inicial se vea afectado.

De ese modo, la ecuación se convierte en ganar-ganar. Por dibujarlo de un modo muy gráfico: ya no se trata de repartir un pastel, sino de garantizar que siempre haya pastel.

Conforme las dinámicas económicas se van reforzando hacia esa dirección, la moderna filantropía ya no se limita a regalar bienes concretos (dinero, comida, ropa, etc.), sino a garantizar el acceso de todas las personas a esos bienes concretos.

Hubo épocas (siglos enteros) en los que pensar en ese cambio social era imposible. No existían las condiciones mínimas para que se diera eso que llamamos movilidad social. Es decir, para que una persona vulnerable, marginada o simplemente pobre tuviera acceso a la riqueza.

Pero las cosas han comenzado a cambiar. Lentamente, pero ahí van. Así que el esfuerzo filantrópico judío debe ampliar sus alcances de manera sistemática, para poder llevar a su plenitud el cumplimiento de la ordenanza de la Torá: no se trata de regalar comida, sino de crear las condiciones para que todos tengan trabajo.

Y es que si solo regalas comida, la persona vulnerable sólo recibirá lo que tú le puedas regalar. En cambio, si le ayudas a desarrollarse por sí mismo, será él mismo quien ponga sus límites.

La verdadera filantropía es la que le devuelve al ser humano su dignidad. Así nos lo deja claro la Torá y así nos lo está exigiendo el mundo moderno.

 


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