Enlace Judío – Ayer en Israel se dio uno de los peores resultados electorales que se podían esperar. En el marco de una elección caracterizada por lo “pro-Bibi” y “anti-Bibi”, poca gente fue a votar. Casi la misma cantidad que en 2013. Podrá aducirse que justo ayer vino el Jamsín (viento caluroso del desierto), ciertos temores sobre la pandemia ya casi controlada en Israel, pero lo que primó fue la apatía, la indiferencia y el igual “nada va a cambiar”.

Computados los votos hasta el momento, nadie prevé un cambio dramático que vuelque el resultado para un lado u otro. A lo sumo, el partido Yamina podría llegar a oscilar pero todo indicaría que si se forma una coalición de gobierno sería un ente débil de no más de 62 o 63 escaños.

Es más, por primera vez un partido árabe, Ra’am, podría definir el vuelco hacia un lado u otro. Es un partido político islamista que reconoció que con Netanyahu hubo mejoras globales para los árabes-israelíes. ¿Se transformará eso en un apoyo a Netanyahu? De ser así quizás algún partido de la derecha nacionalista israelí podría abandonar el apoyo a Netanyahu.

Si estas elecciones demuestran algo es que la sociedad Israelí esta profundamente polarizada y que Netanyahu esta cosechando lo que sembró: la división de la centro-derecha y derecha por apetitos gubernamentales interminables.

Ensamblar esas piezas le resultará ahora muy caro. Netanyahu podría haberse transformado en el más de “izquierda” en una coalición de derecha religiosa y nacionalista. Por otro lado, si ganó las elecciones para premier es porque a pesar de todas las acusaciones aún no del todo probadas o juzgadas, ha tenido una estatura de liderazgo internacional que ningún otro líder israelí ha podido hacerle sombra.

Sin embargo, es notable como se le evaporaron los logros de su gobierno en la lucha exitosa contra el COVID-19, reconocida mundialmente, y los Acuerdos de Abraham. Dos elementos notables que no movieron la aguja electoral.

Asi las cosas y viendo el mapa electoral, queda claro que ya que no hay un Israel sino dos Israel. Hay un Israel que privilegia el judaísmo sobre el israelismo y una Israel más laica que privilegia el israelismo sobre el judaísmo cualquiera haya sido su nivel de observancia. Esta grieta pone en peligro a Israel y le da poder a los partidos árabes radicalizados.

El sistema político israelí necesita cambios que viene esquivando desde hace tiempo: no pueden haber tantos partidos políticos porque eso le da poder a los más pequeños para condicionar a los que triunfan.

Y eso no es estar contra la pluralidad sino buscar el sentido común. Debe haber un partido de derecha; otro partido religioso nacional; otro ultraortodoxo; un partido socialista; uno centrista y otro árabe. No hay lugar para más. Pero mientras persistan los deseos de un lado y del otro de privilegiar los personalismos, esto no se va a poder lograr.

Un Israel; dos Israel. ¿Cuántos más?

 


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