Enlace Judío – A partir de 2015 la presencia del islam en Europa se ha convertido en uno de los temas políticos en todos los países de Europa, en virtud de que ese año comenzó la crisis migratoria en ese continente con el consecuente repunte del terrorismo islámico, además del repudio y la discriminación hacia los musulmanes.

En este contexto, Bichara Khader, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina (UCL) de Bélgica, y fundador en 1975 del Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe Contemporáneo, autor de 30 libros sobre el mundo árabe y las relaciones euromediterráneas y europalestinas, considera urgente entender el mundo árabe y musulmán, que no sea en términos de amenaza o invasión que alienta la islamofobia que cada vez más gana visibilidad. Asimismo, es crítico con los países “que rehúsan su responsabilidad frente a la islamofobia y que consideran a esta una especie de enfermedad incurable de Occidente”.

Khader señala que los terroristas yihadistas del Estado Islámico o de al al Qaeda, no representan al verdadero islam, incluso mancillan su imagen, ya que el islam es uno de paz. Es de destacar que Khader nació en 1944 en un pueblo palestino de mayoría cristiana ubicado cerca de Jenin.

Llegó a Bélgica en 1965 para proseguir sus estudios universitarios en la UCL y desde 1974 ha sido profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma. Es hermano de Naim Khader, primer representante de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) en Bruselas, asesinado por actividades subversivas en 1981 por el Mossad de Israel.

De acuerdo con Khader, los musulmanes que viven en la Unión Europea cuando llegaron en busca de trabajo resultaban necesarios para sectores calificados como “difíciles, sucios y peligrosos”. En los ochenta se les empezó a percibir no como inmigrantes de Marruecos, Pakistán o Turquía, sino como musulmanes que ponían en peligro el tejido social europeo. Los atentados perpetrados por minúsculos grupos de fanáticos y la radicalización de miles de europeos de origen musulmán han hecho resurgir un sentimiento antimusulmán. En este ámbito, se requiere un esfuerzo de los inmigrantes para integrarse y cierta apertura por parte de las sociedades, para que las preocupantes tensiones existentes disminuyan.

Para Khader nunca antes se había presentado el clima de sospechas mutuas entre musulmanes y el resto de las sociedades en Europa. Las encuestas de opinión pública en el continente revelan que cada vez más hay temor y antagonismo hacia los musulmanes europeos, vistos como amenaza para las identidades nacionales, para la seguridad interna y para el tejido social. Al mismo tiempo, los musulmanes están convencidos de que la mayor parte de los europeos rechazan su presencia y denigran y ridiculizan su religión.

Esta incomprensión es preocupante porque alienta una peligrosa islamofobia, por una parte, y la radicalización de algunas conductas, por la otra. Los países europeos están alarmados por esta devolución que pone en jaque la convivencia pacífica. Por lo tanto han tomado medidas y aprobaron leyes para actuar contra las fuerzas extremistas, poner freno a la radicalización y mejorar la integración de los musulmanes en las naciones de acogida. 

En este contexto, Khader considera que muchos musulmanes se están trasladando a Europa de forma definitiva (porque tienen ahí mejores condiciones de vida en relación a sus países de origen) y la inmensa mayoría quiere vivir en paz, que las políticas europeas de integración han sido erráticas e inconsistentes y que solo una minúscula minoría de musulmanes se dedica a actividades radicales.

Asimismo, Khader argumenta que existe una radicalización con origen en la fe (grupos o personas con motivación religiosa) pero también un extremismo basado en la entidad (partidos de extrema derecha) que no es menos peligroso y que Europa debe atacar ambos problemas extinguiendo las fuentes ideológicas del mismo. Evalúa que el radicalismo en Europa sigue siendo marginal, aunque creciente y no obedece al fracaso de la integración como a la comunicación a escala mundial, ligado a una ruptura de identidad y la exposición de los jóvenes musulmanes europeos a las insoportables imágenes de destrucción y violencia en muchos países musulmanes, sobre todo en el Medio Oriente, ya sea por intervenciones occidentales como la invasión de Irak o las ofensivas de Israel en Gaza, o por el ataque de algunos regímenes musulmanes contra sus propias poblaciones, como ha sucedido en Irak o en Siria.

Es de destacar que casi todo lo relacionado con el islam se ha convertido en una fuente de preocupación en Europa: la proliferación de mezquitas, los velos de las mujeres y un renovado fervor religioso. En este entorno es donde han surgido los partidos ultraderechistas que tienen crecientes apoyos al presentar la inmigración como amenaza. En respuesta, los países europeos construyen defensas contra “la amenaza de inmigración, mediante rigurosos sistemas de visado y vigilancia interna, y externalizando el control fronterizo en los límites de la Unión Europea”.

En la realidad no existe una barrera para ni siquiera ralentizar el flujo de inmigración irregular de los países del sur. La prolongada línea fronteriza y costera de muchos países europeos ha dificultado un control efectivo en la frontera. En muchos casos, los controles terrestres y marítimos solo han servido para desviar las rutas de inmigración, haciendo que el viaje sea más largo y peligroso, y enriqueciendo aún más a los traficantes que han sabido adaptarse a las nuevas normas.

Miles de estos inmigrantes ilegales perdieron la vida en el intento de alcanzar “el Dorado europeo”. Empero, cientos de miles si lo lograron: sobrevivieron en condiciones precarias como ilegales, irregulares o indocumentados; con el transcurso de los años un número importante fueron legalizados en varios países, entre otros, España e Italia. Sin embargo, el problema de la inmigración musulmana se ha agudizado con el sustancial incremento de solicitantes de asilo de países empobrecidos o arrasados por guerras como Siria, Irak, Afganistán, Eritrea y la Franja de Gaza. Mmientras que el Mediterráneo se ha convertido en un inmenso cementerio “de sueños ahogados”, los países europeos se disputan el reparto del gasto fronterizo y el control de las costas y las cuotas de los solicitantes de asilo entre los Estados europeos.

Los líderes europeos se han visto “atrapados” entre alarmados partidarios del rechazo, que apelan los costos financieros, riesgos de seguridad y retos sociales y piden una policía más fuerte para frenar el flujo de inmigración masiva y, por otro lado, los defensores de la dignidad humana y necesidad de protección.

Khader apunta que ante la magnitud de la tragedia humana, Europa no puede quedarse de brazos cruzados. Por otra parte, tampoco puede abrir las puertas de par en par a la miseria del mundo. Es claro que a través del crecimiento natural y los nuevos flujos de inmigración, en todas sus formas, la población musulmana está creciendo con gran rapidez en Europa. El problema de la inmigración no desaparecerá mientras los países musulmanes vecinos continúen desestabilizados.

Considero que el análisis de Khader sobre el problema de los musulmanes en Europa tiene amplia validez, empero, para atenuar esta realidad parte de la solución tendrá que estar vinculada con un amplio apoyo financiero de Europa y otras potencias a los países musulmanes para detener los flujos de inmigrantes en sus lugares de origen.

No se trataría solo de crear fuentes de trabajo, sino una vasta infraestructura para la reconstrucción y desarrollo de sus economías. Es preciso entender que la inmigración de países musulmanes a Europa ha desestabilizado el tejido social y los valores del continente y que, aunque es limitada la participación de los grupos radicales islámicos, han creado un entorno de inestabilidad y miedo en el continente. Por lo demás, los inmigrantes musulmanes a Europa deben adaptarse y convivir con los valores democráticos de Occidente. “Se trata de una defensa convencida de la modernidad, la civilización y la libertad”. 

 


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