Enlace Judío – Este 31 de marzo se han cumplido 529 años de la emisión del decreto de expulsión de los judíos de España. Con esto se puso fin a una presencia ininterrumpida de más de 1,500 años en la península ibérica y, probablemente, de más de 1,700 años.

Todos conocemos a las principales comunidades sefarditas del mundo, pero hay algunos datos escondidos por ahí que a veces pasan desapercibidos y siempre es interesante recordarlos para apreciar lo complejo y rico que fue y es la herencia del judaísmo español.

Primer grupo: turcos, griegos y balcánicos

Empecemos por lo mejor sabido: El contingente más grande del éxodo sefardita aceptó la invitación de los sultanes Bayezid II y Selim I, que permitieron que los judíos exiliados de España se instalaran en el territorio del Imperio otomano. El grupo más numeroso se estableció en Estambul y Esmirna, dos importantes ciudades turcas. Otro grupo relevante se estableció en Grecia —principalmente en Salónica—, y algunos más en los Balcanes.

El rasgo distintivo de estas comunidades fue que no dejaron de hablar en español, por lo que los turcos pronto los identificaron como gente que seguía hablando en “latino”. De allí, el habla de estos judíos pasó a llamarse ladino, si bien también se le llama judesmo. Este idioma se sigue hablando en estas comunidades y es muy parecido al español moderno, ya que —en esencia— es español del siglo XVI. Con un poco de atención bien puesta, un hispanoparlante y un judío de habla ladina pueden comunicarse. Esto facilitó la migración de estas comunidades hacia América Latina.

Las comunidades judías de habla ladina prosperaron mucho al amparo de la estabilidad política que les dio el mundo otomano entre los siglos XVI y XVIII y sólo hasta la decadencia política y económica de los turcos fue que se vieron en la necesidad de emigrar. Un gran número de estos judíos abandonó Turquía y Grecia entre finales del siglo XIX e inicios del XX. El Holocausto diezmó terriblemente a los grupos que permanecieron allí, pero sus descendientes han fundado comunidades en varios países del mundo. En México son el grupo sefaradí más representativo. Por ello siempre resulta interesante saber quiénes son los otros bloques de la diáspora sefaradí, poco conocidos en nuestro país.

Segundo grupo: Marroquíes y argelinos

Muchos judíos españoles no se complicaron mucho la vida con el asunto de la migración y se establecieron enfrente de España, solo que en territorio africano. Es decir, en la zona conocida como el Magreb (y por ello hay muchas familias de apellido Mougrabi o Mugrabi). El contingente más importante se quedó en Marruecos y otro también de buen tamaño se estableció en Argelia, mientras el resto de sus compatriotas continuaban su migración hacia oriente.

Los judíos de Marruecos desarrollaron un hábito similar al de sus lejanos parientes turcos, griegos y balcánicos: seguir hablando en español. La única diferencia fue que los marroquíes lo mezclaron más, especialmente con elementos lingüísticos árabes y bereberes, por lo que, a diferencia del ladino, a un hispanoparlante le resulta sumamente difícil entender el habla de los judíos marroquíes, que recibió el nombre de jaquetilla o jaquetiya.

De Marruecos surgieron muchas familias rabínicas destacadas y uno de los más notables hijos de la comunidad sefardita de Argelia fue el filósofo Jacques Derrida.

Las comunidades sefarditas marroquíes son tan grandes como las turcas, aunque predominan en diferentes países. Por ejemplo, en México hay muy pocas familias marroquíes. En cambio, en Canadá, España y en Francia son las más abundantes. Es decir, en México, cuando se habla de un sefardita, de inmediato uno piensa en un turco; en España, Francia o Canadá, en cambio, se piensa en un marroquí.

Tercer grupo: ¿Árabes o sefarditas? Sefarditas, por favor

Otro importante contingente del exilio sefaradí se estableció en Alepo, Siria. A diferencia de sus parientes turcos y marroquíes, los judíos de Aleppo no continuaron hablando en español, sino que se adaptaron al entorno cultural árabe propio de Siria. Por eso su idioma representativo hasta la fecha es el árabe. Sin embargo, en términos estrictos no son judíos Mizrajim (es decir, orientales), como sí lo son las comunidades farsi (persas), iraquíes o Shami (de Damasco). Son españoles.

Las comunidades halebíes están presentes en muchos lugares del mundo, pero suelen ser una minoría en medio de las abundantes comunidades judías ashkenazíes o sefaradíes provenientes de otros lugares. El único país donde han desarrollado una singular preminencia numérica es México.

En nuestro país los judíos halebíes representan por lo menos a un 33% del total de la comunidad judía, siendo así el grupo más grande. Algo totalmente inédito y atípico. Sus rasgos culturales característicos, forjados durante 4 siglos en el mundo árabe, han colaborado en que la comunidad mexicana tenga un perfil muy singular, único en el mundo.

Cuatro grupo: ¿Sefarditas soviéticos?

Pues sí. Hay sefarditas soviéticos. Los judíos españoles que se quedaron en Alepo, Siria, no se detuvieron allí. Algunos continuaron su migración hacia el interior del continente, generalmente buscando mejores opciones de negocio (principalmente, comercio). Así, un importante grupo también se estableció en Damasco —donde ya había una comunidad judía milenaria—, pero otros continuaron moviéndose hasta la zona del Cáucaso. De ese modo llegaron hasta Bakú, actual capital de Azerbaiyán, que en su momento fue una de las tantas repúblicas soviéticas.

La comunidad judía azerí es antiquísima, pero la llegada de los sefarditas le dio un nuevo perfil. Era relativamente inevitable, ya que los sefarditas poseían un nivel cultural muy elevado para los estándares de la época (y eso, a nivel mundial). Así que, poco a poco, el judaísmo en Bakú se impregnó con la identidad sefardita.

Actualmente, muchos judíos azeríes se identifican plenamente como sefarditas y, ciertamente, sus rasgos físicos lo confirman. Pese a ser caucásicos post-soviéticos, muchos de ellos no se distinguirían de un español o un portugués.

Quinto grupo: Los sefarditas que nunca abandonaron Europa

En 1492 muchos judíos españoles optaron por mudarse a Portugal, donde ya tenían familiares establecidos. Esto los libró de un exilio extremo, pero el gusto solo les duró 5 años. En 1497 la corona española integró Portugal a sus dominios y el decreto que prohibía la presencia de judíos se aplicó de inmediato. Lo grave fue que en esta ocasión no se le dio la opción del exilio a los judíos, sino que se les impuso el bautismo forzoso. Por ello, la mayoría tuvo que cambiar su nombre por uno hispano o lusitano (por ejemplo, los Gatell tomaron durante algún tiempo el apellido Henriques) y fingirse como practicantes del catolicismo. El hecho de que las conversiones fueran forzosas provocó que el fenómeno del criptojudaísmo fuese más intenso entre los portugueses.

Poco a poco, muchas familias judías comenzaron a moverse hacia el norte de Europa, principalmente a los Países Bajos. Seguían viviendo bajo el dominio español, pero la presión era menor en esas zonas. De allí, algunos se movieron también hacia París y hacia Londres.

Los cambios políticos que trajo el siglo XVII permitieron que la comunidad de Londres fuese la primera en declararse abiertamente judía y esa misma situación pasó un poco después en Ámsterdam. De ese modo y junto con París, el judaísmo sefardita occidental y europeo se consolidó y prosperó al amparo de la libertad de cultos instaurada por la Casa de Orange en los Países Bajos. Ilustres personajes tuvieron su origen en estas comunidades, como el filósofo racionalista Baruch Spinoza.

Pero estas misma familias también se movilizaron hacia las colonas españolas y portuguesas en América. Por ello, el fenómeno del criptojudaísmo fue algo tan complejo en todo el mundo hispano. Así se fundaron comunidades clandestinas en varias ciudades de México, en Curazao, en Lima, o en Buenos Aires. Eventualmente, un grupo de estas familias serían los fundadores de la primera comunidad judía en Nueva Ámsterdam, hoy Nueva York.

La presencia de judíos conversos fue tan importante en América Latina que se calcula que aproximadamente un 20% de la actual población hispanoamericana es descendiente de judíos.

¿Y por qué no? Sexto grupo: ¿Alemanes, rusos y polacos? No, sefarditas, por favor.

El éxodo sefaradí portugués no se detuvo en Ámsterdam. Muchas familias se movilizaron hacia Alemania y hacia los siglos XVIII y XIX en Hamburgo se conocían varias familias identificadas como “los portugalim”.

La mayoría adaptó sus apellidos al idioma o a la ortografía germánica, por lo que con el tiempo se asimilaron por completo al entorno ashkenazí, pero son sefarditas en su origen. Ejemplos los hay varios. Por ejemplo, mi familia fue una de las que solo adaptó la ortografía y el Gatell se convirtió en Gattel en Alemania (y luego en Gotheil en Polonia y Rusia); los Pinto de Portugal en Alemania pasaron a ser Pinthus. Pero los Del Valle optaron por traducir su apellido a Van Daelen, los Tinoco a De Jong, los Belmonte a Schöenberg, y los Mordejai a Marx (así es, queridos lectores; es altamente probable que Karl Marx fuese sefardita). Otros no tuvieron que hacer ningún ajuste y así tenemos que la familia Diamant —catalanes— en Polonia siguió apellidándose Diamant.

El paso de estas familias españolas por las comunidades judías de habla ídish dejó su huella. Por ejemplo, el nombre Shprintze —muy ídish; tanto, que una de las hijas de Tevie el lechero, el entrañable protagonista de Violinista en el Tejado, se llama así— solo es la deformación en ídish del nombre español Esperanza. Se puede ver que basta con tomar las consonantes y corroborar que son prácticamente las mismas: SPRNZ en español, SPRNTZ en ídish.

En resumen, el éxodo sefardita fue más variado de lo que normalmente creemos y su huella se dejó sentir, literalmente, en todos los rincones del mundo.

En muchos casos, las fronteras entre lo ashkenazíes y sefaradíes son, en realidad, casi imposibles de establecer.

Y es que, a fin de cuentas, el pueblo judío es solo uno.

 


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