Enlace Judío México e Israel – Este rezo, fue escrito por Isaac Bashevis Singer, se encontró en un recibo de pago de renta en 1952. Nos permite ver al hijo del rabino que seguía habitando en el gran novelista que exploró la condición humana con toda libertad. Este tesoro fue rescatado y dado a conocer en estos días por David Stromberg.

Maestro del Universo, llena mi corazón de amor por mi pueblo y descanso del alma.

Déjame ver al Creador en todas y cada una de las criaturas, su misericordia por cada cosa que crea.

No hay una sola gota de agua o partícula de polvo en la que falte tu luz, o que esté fuera de tu dominio.

No hay criatura sin su creador.

Aquellos que saben esto viven siempre con alegría.

Sus padres no son más que cuerpos que están hoy aquí y mañana en sus tumbas.

Todos sus amigos, todas sus posesiones y honores, son como una sombra pasajera.

Ellos mismos son como nubes pasajeras, como el árbol de Jonás.

Pero tú – tú siempre ha existido y siempre existirás.

Eres el único ser verdadero, la esencia de todas las cosas.

Solo por ti se resuelven todos los problemas, todos los desafíos sin esfuerzo.

No hay nada tortuoso en ti: ninguna retribución, injusticia o falla.

El mal vive en todas las cosas temporales, no en lo que existe eternamente.

Sabes por qué creaste el mal, ¿quiénes somos nosotros para cuestionar tu integridad?

Solo tenemos un consuelo en este mundo: que eres nuestro creador y que tenemos el poder de servirte con alegría, asombro y amor, toda nuestra vida, y que nos has dado la capacidad de comprender esas cosas.

Aunque no sepamos el propósito de la vida, o por qué nos enviaste a este mundo a sufrir, entendemos que es nuestro deber construir y no destruir, consolar y no atormentar, traer alegría en lugar de tristeza a tus criaturas.

Solo hay una alegría: aumentar y no disminuir la alegría del mundo.

Buscar la felicidad, que no proviene de los vecinos o familiares, porque tú eres ellos y ellos son tú, están unidos, hijos de Dios.

Dios, guarda mi lengua del mal, mis labios del engaño, mi mente del pecado.

Abre mi corazón a tus mandamientos, deja que mi corazón busque tu enseñanza y que todas mis acciones sirvan a un propósito superior.

Los que temen a Dios son los únicos que no se hacen daño, ni de hecho ni en principio.

Nunca harán la guerra entre sí, y por eso son símbolo de paz, porque como está escrito: “Y la paz de tus hijos crecerá”.

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