Enlace Judío – Hemos escuchado hasta el cansancio lo que sí debemos hacer para prevenir contagios de COVID-19 bajo la evidencia de que el coronavirus se propaga principalmente por el aire, pero poca atención le hemos dado a eliminar aquellas medidas que surgieron como populares pero que realmente son inocuas, que no proveen ningún beneficio y que por lo contrario, pueden perjudicarnos. Cuyo riesgo es mayor al beneficio.

En este sentido hablaré ampliamente de la problemática en torno a la luz ultravioleta, cuando sí y cuando no usarla, pero aprovecho de una vez el espacio para mencionar otras tres iniciativas que podríamos ir desechando. Primero, terminemos ya con los inútiles tapetes de cloro que solo provocan caídas, fracturas, y que sin ningún sentido epidemiológico “oxidan” las suelas. Claramente no contagiamos coronavirus por los zapatos. 

Dejemos también ya de usar los productos químicos que se rocían por todas partes, sobre mochilas y personas, y que como advirtió el Dr. Alejandro Macías en su cuenta de Twitter, “no sirven de nada y sólo tienen riesgo de desencadenar reacciones bronquiales en niños susceptibles”, ya que no eliminan al virus y solo irritan nuestras mucosas. 

Y por último, detengamos la viralización por colocar acrílicos divisorios que entre escritorios de oficinas y pupitres de colegios solo interrumpen el benéfico flujo de aire. El único espacio donde estas barreras de plástico dan algún beneficio es para proteger a las cajeras y demás personas en mostradores que atienden a mucha gente.

Si decides no continuar leyendo te pido que compartas este texto y te quedes con el mensaje principal: las luces ultravioleta, los tapetes de cloro, los sprays sanitizantes y la colocación de acrílicos en ciertos espacios provocan un daño mayor al supuesto beneficio que presuntamente dan.

Debemos quitarlos de una vez. No solo no ayudan a mitigar el riesgos de contagio de coronavirus, sino que pueden ser peor, incluso peligrosos. Los tapetes de cloro pro-fracturas de hueso y los aerosoles con productos químicos al aire no merecen ya mayor explicación, sin embargo el tema de la radiación ultravioleta es tan importante y tan no evidente que vale la pena ahondar.

Especialmente hoy en que, saturados por la desinformación, fácilmente nos convencemos por comerciantes que con términos pseudocientíficos nos prometen áreas libres de COVID-19 con una simple y aparentemente inofensiva lámpara UV. ¡Cuidado!

Como me comentó el físico y presidente del Clúster Mexicano de Fotónica, Eric Rosas, “la luz ultravioleta tiene la energía suficiente para romper los enlaces químicos y cambiar la estructura de la materia, disocia los compuestos inactivando a patógenos como hongos, virus y bacterias, pero también actúa en las células humanas. No es una luz selectiva, por lo que exponernos a ella puede lastimar los tejidos”.

Y es que, recordando las clases de física, sabemos que la luz que nuestro ojo es capaz de percibir, la luz visible, comprende longitudes de onda que van del violeta al rojo pasando por todos los tonos del arcoíris. Sin embargo el espectro electromagnético incluye también longitudes de onda menores, que son de mayor energía, como los rayos ultravioleta invisibles al ojo humano.

Estos rayos UV provenientes de nuestro sol se clasifican en tres tipos. Sólo los A y B son los que penetran e inciden en la superficie terrestre, provocando las quemaduras de piel en un día de playa. Sabemos que una mayor exposición a ellos puede tener consecuencias de largo plazo como cáncer de piel y cataratas en los ojos, por eso los médicos sugieren usar frecuentemente bloqueador y lentes oscuros con protección UV. 

Sin embargo, existe otro tipo de luz ultravioleta, aún de más energía y que por fortuna no traspasan la capa atmosférica, estos rayos, los UV de tipo C, son precisamente los capaces de interferir con el material genético por lo que si cruzaran la atmósfera, no habría vida en el planeta Tierra. “La longitud de onda que inactiva al virus (y podría lastimar también nuestro material genético) es de 254 nanómetros. Una energía muy específica. Pero además solo funciona a cortas distancias y con cierto tiempo de exposición según las dosis”.

Si la longitud de onda es mayor o menor a 254nm provoca daños en los materiales del entorno y en los tejidos de seres vivos pero no inactiva al virus. “Se recomienda usar esta radiación invisible con mucho cuidado”. Por su enorme riesgo esta prohibido el uso de las lámparas de UV C en presencia de seres vivos, mascotas y seres humanos. “No es tan sencillo y las están vendiendo por varios lados sin saberlo” me comentó el doctor en óptica.

Por ello y a raíz de la pandemia, la página de la FDA advierte que “la radiación UVC solamente inactiva al virus si la luz le incide de forma directa, sin obstáculos, y a corta distancia,” la inactivación de virus en superficies es poco efectiva con una lámpara debido a que el polvo suspendido y otros contaminantes en el aire bloquea el paso de la luz, pero además, “los focos que se venden para uso casero son de baja dosis por lo que requieren de mayor tiempo de exposición” lo que incrementaría el riesgo en humanos.

Por esta razón, y para prevenir incidentes, es que la Agencia sugiere colocar las lámparas UVC dentro de los ductos de aire para desinfectarlo antes de ser expulsado a la habitación y evitar tener estas lámparas en espacios donde las personas podrían estar en riesgo de lastimarse por la exposición directa.

“El uso de luz ultravioleta C debe hacerse con sumo cuidado, no es intuitivo”, prosiguió el vicepresidente de la International Commission for Optics, Dr. Eric Rosas, “se utiliza esta radiación invisible para desinfectar material médico e instrumentos en los hospitales, colocándolos en cajas bien selladas con lámparas que emiten la luz ultravioleta de precisamente esa longitud de onda y con cierta afluencia de joules por metro cuadrado para lograr las dosis requeridas”.

Pero además, explicó el experto, “estos focos de luz ionizante no solamente actúan sobre las moléculas de los patógenos, sino que también rompen los enlaces del oxígeno del aire produciendo altas concentraciones de gas de ozono que pudieran ser tóxicas”; el ozono irrita las vías aéreas, “por eso los lugares donde se utilizan las lámparas UV deben de tener extractores de aire, buena ventilación y medidores de ozono”. 

Pero también estas lámparas de UVC pueden degradar materiales como plásticos, polímeros y desgastar los textiles del entorno, además de que por contener mercurio, metal sumamente tóxico a bajas dosis, es importante manejarlas con precaución al limpiarlas y en caso de que se rompan.

¿Por qué complicarnos la existencia cuando podemos usar cubrebocas y abrir ventanas? En ciertos contextos la radiación UVC es sumamente útil, pero no para tenerlas en lugares públicos y de alta circulación. Es muy desafortunado que ahora durante la pandemia muchos han tratado de promover la venta y la colocación de lámparas de luz ultravioleta C sin tomar en cuenta que estas requieren de la exhaustiva supervisión de expertos para su debido y seguro funcionamiento

Instalar estas luces en espacios concurridos es una medida inútil contra el COVID-19 ya que su efecto se anula cuando las personas entran al espacio. Pero además la lámpara difícilmente logra su cometido, su potencia actúa a muy corta distancia, desinfectando lo primero con lo que incide (que pueden ser moléculas de agua) y porque son poco capaces de limpiar cuartos completos que con solamente abrir las ventanas se desharían del virus.

“Y si además le agregas el riesgo de tener lámparas de estas altas energías en espacios públicos, sin la adecuada vigilancia y capacitación, produciendo ozono y que por negligencia puede poner en riesgo a las personas, pues definitivamente pone el asunto en contexto”. La exposición a esta luz invisible no solo produce lesiones de piel, sino que genera dolorosas quemaduras en la córnea llamadas fotoqueratitis.

Y no es de sorprenderse: en noviembre pasado, un reporte en Ocular Immunology and Inflammation describió siete casos de fotoqueratitis en personas que trataron de inactivar al virus SARS-CoV-2 con lámparas germinicidas de UVC en Miami, Florida.

“Es como una quemadura de sol en el ojo”, comentó el oftalmólogo tratante de la Bascom Plamer Eye Institute para NBC News, “es muy doloroso, se siente mucho ardor y hay fotosensibilidad, en ocasiones se nubla la visión y puede haber pérdida temporal de la visión. Generalmente tarda unos días en regenerarse la córnea”.

Estas lesiones, que también pueden ocurrir por ver un eclipse solar directamente, deben tratarse con gotas, a veces incluso con antibiótico o esteroides, según el médico especialista evalúe su severidad. Sin duda los casos asociados al mal uso de las lámparas de UV han aumentado con la pandemia y para ello la CDC tiene una página para reportarlos. “La exposición prolongada puede lastimar las capas más profundas de la córnea”.

Para desinfectar cuartos completos, como quirófanos hospitalarios tras cirugías, se requieren torres móviles de luz UV que recorren el área completa para asegurar una cobertura total cuando no hay absolutamente nadie en el espacio, incluso algunas de estas lámparas robóticas tienen sensores y se apagan en cuanto perciben el movimiento para asegurarse de no estar activas con personas en la habitación. Pero además una persona en un cuarto cerrado emite miles de partículas virales al solo respirar, por lo que a pesar de haber “desinfectado” con UV un espacio, este se satura de posibles aerosoles con virus al tener algunas personas por un par de horas, haciendo que de todas formas sí requieran usar los cubrebocas y una buena ventilación para minimizar el riesgo de contagio.

Es por ello que el uso de la luz UV en estos entornos es realmente inútil a menos de que se coloquen dentro de los ductos de aire, fuera de contacto con los seres vivos y pudiendo complementar a la mejora de calidad de aire. Pero desgraciadamente no se están usando así.

La adquisición de las verdaderas lámparas de UVC (que emiten realmente las dosis requeridas de radiación de 254 nm) implican un costo económico importante y de no ser instaladas por expertos en el tema, agregan al entorno un riesgo a la salud no despreciable para un beneficio de apenas pocas horas. Porque además nada garantiza que la UVC haya realmente eliminado todo el virus que existía en la habitación. Así que nada mejor que invertir en abrir puertas y ventanas, y usar correctamente el cubrebocas. ¡Para qué complicarnos la existencia!

Estas lámparas de UVC son importantes y necesarias pero en situaciones sumamente específicas y controladas, como en entornos industriales, ductos de aire, plantas de desinfección de agua, en investigación científica y para varios usos médicos, pero no para sin discreción colocarlas en tiendas, supermercados, aeropuertos, oficinas o escuelas. Incluso tampoco en sus nuevas presentaciones portátiles para limpiar celulares, tabletas o teclados ya que en ellos no sabemos ni las dosis de luz que producen, su calidad y si realmente son las energías que prometen emitir.

Aunque su prioridad sea la seguridad podemos falsamente asumir que el área esta desinfectada sin que realmente lo esté. Pero además, no pongas a tus seres queridos, incluyendo las mascotas, en riesgo; ni gastes recursos limitados en productos que posiblemente no cumplan su misión. Mejor invierte en buena ventilación que sí evitará esta y otras enfermedades infecciosas que se propagan principalmente por el aire.

Dejemos de acumular en casa, escuelas, comercios y oficinas medidas riesgosas con prácticamente nulo beneficio: quita tapetes de cloro, deja de rociar sprays, solo pon acrílicos en mostradores y por favor, no uses las lámparas UVC. 

Orienta tus esfuerzos y recursos sí en prevenir contagios de COVID-19 con lo que sabemos que sirve: ventilación adecuada, uso correcto de cubrebocas, estando con poca gente poco tiempo y dándole al COVID-19 un vacunazo.


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