Enlace Judío – Seis meses antes de su fallecimiento (23 de junio 1988), Miguel S. Wionczek me envió una página escrita con su apretada letra. 

Después de aludir a múltiples textos que leía acostado en una cama de un hospital capitalino remató: “Créame, Joseph, me asesinarán después de mi muerte…” 

Confieso que la frase no me sorprendió. 

En nuestros frecuentes encuentros en certámenes académicos, en concurridos restaurantes y en su propio hogar localizado entonces en El Pedregal dialogamos sobre múltiples temas: las oscilaciones del petróleo mexicano, los caprichos intelectuales de don Raúl Prebisch, las desventuras de los físicos atómicos —la mayoría de origen judío— sin excluir los accidentados virajes de México en el curso de su historia. 

Pero un asunto merecía en estas pláticas un compartido silencio: los tránsitos de su vida en la Varsovia donde nació en 1918. 

En aquel año Polonia recuperaba su independencia después de 2 siglos de dominio ruso y conocía gobiernos autoritarios que debieron lidiar con un heterogéneo y poblado país donde vivían más de tres millones de judíos. 

La invasión nazi en septiembre de 1939 cambió radicalmente su rumbo al tiempo que deshizo las aspiraciones académicas de don Miguel. 

En estas penosas circunstancias, le consoló el amor a Teresa, una muchacha judía que debió cambiar nombre y apariencia a fin de ajustarse a la zona donde convivían alemanes y polacos herméticamente separados del gueto.

Y desalentando dominantes convenciones, ambos resolvieron contraer matrimonio. 

La ceremonia nupcial tuvo lugar en la catedral de San Juan en 1942 con la discreta participación de la madre de Teresa —Michalina Idzikowaska—. Prudentemente, se instalaron en una zona tolerada por los invasores localizada en Franciskanska 4. 

Cuando un año después la sobrina de Teresa —Antonina— fue afectado por el polio, Miguel le encontró refugio en el convento de las Ursulinas. Lugar donde nacerá más tarde su primera y única hija Catalina. 

Como ayudante en las tareas domésticas, los Wionczek contrataron discretamente a la joven judía Krystyna Kozlowaska. Una muchacha que más tarde tomó parte en la rebelión polaca de 1944 y llegará con las tropas rusas a Berlín. 

En el andar de los añosو Krystyna dará testimonio de la noble y arriesgada conducta de don Miguel. 

Así escribió: “Los esposos Wionczek tenían pleno conocimiento de mi origen, asumieron el riesgo de ser arrestados –—incluso muertos— por los nazis. Guardo alta admiración por este gesto…” 

Conforme a este y otros testimonios, en 1995 Yad Vashem le otorgó a don Miguel el título de “Justo entre las Naciones”

Son hechos apenas conocidos en México donde llegó con su familia en junio 1953 como apátrida y recibido en el aeropuerto por los esposos Ruth y Henrick Gall. 

El origen judío y las inquietudes intelectuales de esta inteligente y creativa pareja habían gestado cercanas relaciones con los Wionczek cuando se conocieron en Nueva York. 

Un año después y con el dominio del español, don Miguel inició una dilatada carrera profesional en las páginas de Comercio Exterior, en las universidades mexicanas y extranjeras, y en El Colegio de México, donde hoy se encuentra su biblioteca. 

Fue además asesor de 2 presidentes mexicanos y viajero incansable en todos las capitales del mundo, incluyendo Israel. 

En suma: sin título académico alguno, don Miguel logró crédito y presencia intelectuales en múltiples foros y temas del país y en el extranjero. 

Así dio pruebas —por si se precisaran— de que “…lo que Natura non da Salamanca non presta…”  


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