Un compromiso pendiente: Somalia

ANTONIO GIL FONS/ ATENEA DIGITAL

02 de septiembre 2011-Desde hace semanas, los medios de comunicación han venido informando de la crítica situación humanitaria que se vive en este país del Cuerno de África. La ONU ha declarado el estado de hambruna en las regiones de Bakool, Baja Shabelle y Shabelle Central, en el corredor de Afgoye y en la capital Mogadiscio. Una vez más los infortunios de Somalia llegan periódicamente hasta nosotros. Los conflictos, los elevados precios de los alimentos, la falta de estructuras y la sequía, han llevado a más de cuatro millones de somalíes a una situación límite. Tampoco hay que olvidar los casi siete millones de kenianos y etíopes que se enfrentan a una crisis humanitaria similar, o que en Djibouti y Eritrea, hay decenas de miles de personas necesitadas. El campo de refugiados de Dadaab en Kenya -el mayor del mundo- está peligrosamente superpoblado con más de 400.000 personas y esperando miles de refugiados más a ser registrados. Es el penúltimo capítulo de la historia de la región.

Dos décadas caóticas

Normalmente se toma como punto de partida para el caos somalí el año 1991 en el que fue derrocado el dictador Siad Barre. Sin embargo, el futuro del país había comenzado a peligrar mucho antes. El general se enzarzó en un proceso de centralización frente a la autoridad de los clanes somalíes que derivó en una lucha por el poder que puso fin a su régimen. Huido Siad Barre, los señores de la guerra camparon a sus anchas por el país, aliándose y enfrentándose unos con otros. A principios de los 90, la ONU y Estados Unidos intervinieron para asegurar el reparto de la ayuda humanitaria y mediar entre las partes. Los estadounidenses se retiraron tras la famosa “Batalla de Mogadiscio” que costó la vida a 19 de sus soldados mientras que la ONU terminaría por hacer lo mismo y emplearía, a partir de entonces, agentes locales en sus operaciones en Somalia. Nuevamente, los señores de la guerra volvían a ser los protagonistas absolutos en la región.

En el año 2008, tras un sinfín de intentos de reconciliación, de nuevas alianzas, viejas enemistades, enfrentamientos e, incluso, la intervención de fuerzas etíopes en el conflicto, diversas facciones llegaron a un principio de acuerdo. La Alianza para la Reliberación de Somalia (ARS), escisión de la Unión de Cortes Islámicas (UCI), aceptaba el plan surgido de la conferencia de paz de Djibouti en 2000 y pasaba a integrarse en las Estructuras Federales de Transición que, hasta ese momento, poco poder efectivo habían tenido. Así, el líder de la ARS, Sharif Sheid Ahmed, fue elegido como Presidente del Gobierno Federal de Transición (TFG). Sin embargo, la violencia no ha cesado en el país y la situación sigue siendo preocupante.

Un escenario complejo

El TFG no deja de ser una facción más que tiene enemigos y que requiere de alianzas. Cuenta con el respaldo político y financiero internacional, milicias propias y aliadas y con el apoyo de la AMISOM, una misión desplegada por la Unión Africana compuesta por casi 9.000 efectivos de Uganda y Burundi (se ampliarán a 12.000 próximamente). Las ofensivas desarrolladas en los últimos meses le han permitido al TFG controlar Mogadiscio y algunas zonas del centro y sur de Somalia. Su gran rival en estas regiones es Al-Shabaab, franquicia de Al Qaeda en la zona y cuyo feudo se sitúa en el sur del país, especialmente, en el puerto de Kismaayo, punto de entrada de armas y equipamiento. En el norte, la región autoproclamada independiente, Somalilandia, ha podido gozar de una relativa estabilidad y paz desarrollando las estructuras propias de un estado y colaborando en programas conjuntos con las Naciones Unidas. Pese a esto, su gobierno se ha visto obligado, por la presión internacional, a integrarse en los planes del TFG para formar una república federal. Otras entidades destacables son Puntlandia y Galmudug, ambas encuadradas en la costa este, tierra de piratas y con una autonomía relativa respecto al TFG. El resto del país lo conforman la anarquía, regiones olvidadas o poblaciones que una y mil veces cambian de manos.

Completan este escenario los piratas somalíes. Su amenaza conlleva un despliegue naval internacional (en el que participa España) para patrullar un área 7,25 millones de kilómetros cuadrados que no ha impedido el aumento de los ataques, aunque sí reducido su efectividad. Al coste del dispositivo de vigilancia se suma el de los proyectos que la ONU, con dificultad, está desarrollando en la región para crear una estructura legal que juzgue a los piratas apresados. Sin embargo, la anarquía en el mar reinará mientras lo haga en tierra.

Una implicación necesaria

Ya hay voces que hablan de la necesidad de una implicación internacional más amplia en Somalia. La Unión Africana ha propuesto detener a los buques que aprovisionan a Al-Shabaab a través del puerto de Kismaayo así como mayores recursos para su misión. Occidente de momento prefiere actuar de forma indirecta: EEUU financia a las incipientes fuerzas armadas, Japón a la policía, la UE a la AMISOM, la ONU media en el TFG, . Las experiencias de Mogadiscio, Irak y Afganistán están muy presentes.

La Comunidad Internacional ha fracasado hasta ahora en su “política de parches” a Somalia y los proyectos de desarrollo llevados a cabo por la ONU han zozobrado en gran parte. La acción internacional debe centrarse en paliar las emergencias actuales, pero también, en crear las estructuras y medios para que éstas no vuelvan a repetirse. Así, la estabilidad y pacificación de la región es un elemento imprescindible para el futuro de Somalia. Y éste pasa necesariamente por la derrota de Al-Shabaab y por reforzar la reconciliación nacional. Para ello, la Comunidad Internacional debe adquirir un compromiso con los somalíes que nuestras conciencias deben exigir.

*Antonio Gil Fons es Licenciado en Historia por la Universidad de Valencia

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