Israel 1953, parte I

SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Este año se cumplirán sesenta desde la primera vez que el escribidor tuvo la fortuna de estar en Israel.

De pronto los recuerdos se agolpan en la memoria. Empieza por preguntarse cómo consiguió el dinerito para sufragar el gasto a Nueva York ; cómo consiguió permanecer en esa urbe durante tres días, esperando que zarpara un desvencijado barco de carga mixta , cuyo nombre no puede recordar, mucho menos la bandera bajo la cual viajaba.

Sí recuerda que sus tíos, Willy, Alice y Henry, le dieron un lugarcito para dormir en su departamento de Long Island y que sus rostros preocupados reflejaban la duda de tamaña aventura por parte de un muchachito que apenas unos meses atrás había celebrado su Bar-Mitzvah. Un bulto de ropa y unos cuantos dólares pasaron a formar parte de un valioso cargamento del chamaco.

Al subir al barco, por una escalinata de madera crujiente, el olor a pescado y creosota confundía los sentidos del muchacho. Un hombretón de camisa a rayas le señaló un bodegón donde encontraría una especie de camastro rodeado de gruesas cuerdas. Paulatinamente el habitáculo fue llenándose de jovencillos, la mayoría de los cuales no hablaba español, pero un sentimiento de solidaridad fue acercándonos unos a otros.

No recuerdo cuanto tiempo duró la travesía. ¿Cinco días, una semana tal vez? Lo que recuerdo es haberme encaramado por la borda una madrugada, al igual que muchos de nosotros, para ver cómo se acercaban las luce del puerto de Haifa.

Todos bajamos en tropel al bodegón a reunir nuestras magras pertenencias. Las voces de la tripulación, el crujir de la maquinaria y la emoción del arribo formaban un coro frenético.

Un par de guardias nos esperaban al descender por la escalinata, gritando instrucciones en el idioma que alguna vez en la escuela había escuchado pero que no tomé en serio nunca. No era necesario.

La actitud de los tipos lo decía todo. Se nos reunió en pequeños grupos de ocho y poco después llegaron los que se denominaban “tenders”- pequeñas camionetas enlonadas con asientos corridos de madera a lo largo del bastidor.

Un oficial más, que sí hablaba español, nos instruyó: Serán llevados a Ashdot Ya’acov, un kibbutz cerca del Lago Kinneret. Van a trabajar y estarán muy contentos, nos dijo.

¡Cuál sería mi sorpresa al llegar y encontrarme allí a mi tío Jumbo (Günther Eisner, hermano de mi madre (z”l)! Él fue uno de los fundadores del kibbutz luego de haber servido en la famosa Haganá.

Recuerdo que en mi hogar paterno se comentaba que él dormía junto a las vacas – tal era la lejanía de ideas. Igual recuerdo que mis padres y yo íbamos a una casa frente al Parque España en México a dejar unas cajas de cartón para que fueran enviadas a Israel.

Como buen “yeke”, Jumbo procuraba no mostrar preferencia alguna por su sobrino, mas eso no me molestaba, puesto que tenía bastante qué hacer junto con mis “javerim”: atender los pavos, limpiar los establos, ir a la pizca (cuando había), etc. Un detalle rememoro con una sonrisa: los alimentos eran escasos, y los existentes eran lo que llamábamos “sustitutos”. La leche era para venderse, los huevos eran raciones en polvo – ingleses, seguramente -, verduras; principalmente remolacha y papa, algo de queso y mantequilla, etc. pero para los chamacos no era importante porque ¡ah, cuánta fruta de la que cortábamos se nos quedaba!

Las noches de fogata eran de gran alegría. Sólo las alarmas de los balazos provenientes del lado jordano nos arredraban. Cuando veía a los “shomrim” correr con sus armas en la manos para responder al fuego enemigo, sólo atinábamos a decir en yiddish:”Givem in di mame arain”, pues nuestro hebreo dejaba mucho qué desear.
La vida interna de Ashdot Ya’acov también fue impactante para mí. Yo no sabía de la existencia del “bet- hayeladim”, la casa de los niños, donde se atendía a los hijos de los miembros del kibbutz; desconocía los comedores colectivos, donde cada semana se cambiaban los turnos entre los mismos javerim, no sabía que cada noche había guardias por cada miembro, hombre o mujer.

Con el tiempo me fui acostumbrando a que, para visitar otos lugares, se formaban grupos que utilizaban un solo transporte. Escuchar a alguien decir: ¿viajas hoy? Era tanto como pedir ser invitado.

Al mismo tiempo, fui entendiendo que nuestro grupito era considerado como huésped de algo más serio, más tangible, que no tenía un compromiso real con Israel, sino que íbamos en calidad de curiosos vacacionistas.
Era el “ustedes en América” y “nosotros en Israel”.

(Continuará)

Comunidad Enlace Judío

¿Nuestro periodismo es importante para ti?

¿Confías en Enlace Judío para una cobertura precisa y oportuna en este momento?

En ese caso, únete a la comunidad Enlace.
Por tan solo $100 MXN al mes, podrás:

  • Apoyar a nuestros periodistas independientes que trabajan las veinticuatro horas del día
  • Ser reconocido como parte de nuestra comunidad con una bendición semanal
  • Acceso a contenido exclusivo
  • Acceso a eventos exclusivos, en caso de haberlos
  • Servicio de noticias instantáneas sobre Israel y el mundo judío a tu celular, así como a nuestras transmisiones en vivo.
  • ÚNETE A NUESTRA COMUNIDAD 👈

Enlace Judío México: