Israel_kibutz

SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO

Paulatinamente Israel, país que para mí era leyenda por no conocerlo, empezó a presentarse con grandes diferencias entre lo que me habían dicho y la realidad.

Empecé por darme cuenta que los israelíes no te aceptan así como así. Forman sus propios grupos y es difícil ingresar a cualquiera de ellos.

De la misma manera y a pesar de las carencias de aquel entonces, los alimentos eran magros – substituto de café, huevo en polvo, azúcar de remolacha, etc.– y gracias al apetito de adolescente, esos detalles no mermaban mi deseo de estar en esa tierra de ilusión y sacrificio.

Pero no todo era trabajar o tratar de contribuir. El kibbutz traía su carga de ideología para ser sembrada entre los nuevos integrantes o los novatos como yo. Esta escuela tenía dos aspectos: el interno y el externo.

En el interior se rendía tributo a la socialización de los recursos y la distribución de sus productos de manera justa.

En lo externo, cada “tiyul”- paseo – tenía por objeto exaltar al Israel sionista, dejando parcialmente de lado la atávica cultura hebrea. Llamémosle más Tel Aviv y Netanyah que Jerusalén y Zfat, cuatro ciudades que, por supuesto, me robaron el corazón, independientes de simbolismo. En ocasiones me parecía que lo único que los israelíes tenían en común era la necesidad de defenderse.

En cierto sentido estaba en lo correcto. Recuerdo que a principios de 1953, un comando hizo estallar un artefacto explosivo en la embajada de la U.R.S.S. en Tel Aviv, lo cuál originó que los soviéticos – apoyadores de la creación del Estado de Israel- rompieran relaciones diplomáticas con el joven Estado.

Mas no se crea que sólo aquellos defensores de Israel eran los únicos que llevaban el terrorismo hacia sus reales o supuestos enemigos. También los religiosos daban su cuota de agresión ¿contra quién? El Ministerio de Educación de Israel y la ley de educación recién aprobada por el Parlamento, que a la sazón tenía como primer ministro a David Ben Gurión, siendo Yitzjak Ben-Zvi presidente.

Era común escuchar en distintos ámbitos la frase “los judíos no sabemos convivir como sociedad normal”, pero como sabemos todos, para salir en defensa propia pertenecen a un nivel mucho más alto – por necesidad – que otros países.

Un ejemplo de ello es la respuesta que obtuvieron aquellos que asesinaron a una madre israelí y a sus dos hijos. Las tropas del IDF, al mando de Ariel Sharon, entraron en Kibbiyeh, lugar de origen de los criminales bajo mandato jordano, y eliminaron a setenta árabes.

Ese año, 1953, fue particularmente sangriento. (Lo curioso de esto es que cuando consulto los diversos archivos “occidentales”, los enfrentamientos de ese año entre Israel y sus vecinos, particularmente Jordania, los llaman parte del conflicto “palestino-israelí”).

Mi kibbutz ardía en ira cada vez que por el “transistor” – pequeño radio portátil que era parte del equipo obligatorio de cada uno de nosotros – oíamos la voz del noticiero que decía “kan shidurei Israel… 8 toshavim ne’ergú bahaftzatzá …”. Algunos de nosotros sentíamos ganas de presentarnos como voluntarios a combatir a esos asesinos. Claro que la respuesta no se hacía esperar. Las fuerzas de IDF contestaban con mayor fuerza cada vez contra los terroristas infiltrados.

En medio de toda esta vorágine de violencia, Israel seguía estableciéndose más sólidamente en la región. Sólo en ese año se fundaron más de veinte kibbutzim. y, de manera especial, se creó Yad Vashem al pie del Monte Herzl en Jerusalén, en memoria de las víctimas judías del Holocausto.

El Parlamento israelí emitió la Ley de Educación, se otorgó el Premio Israel por primera vez, se llevaron a cabo los Juegos Macabeos y se inauguró la feria Mundial de la Conquista del Desierto, y algo fantástico sucedía en 1953: la inmigración de judíos del norte de África (Marruecos, Argel, etc.) se dio en cascada; el gobierno israelí hizo un esfuerzo supremo para recibirlos y acomodarlos, así fuera en tiendas de campaña, proporcionándoles los más elementales medios de subsistencia mientras se asentaban.

A finales de ese dramático y crucial 1953, David Ben Gurión anunció su intención de dejar el primer ministerio y nuestro ídolo, Moshe Dayan fue nombrado Comandante supremo de Za”Hal.