A Ezra Shabot. Antisemitismo y pensamiento categórico

MAURICIO MESCHOULAM

A mí se me dotó con una memoria extraña. Algunas cosas de las más simples y básicas no me duran en la cabeza ni siquiera unos minutos. Otras cosas se quedan ahí para siempre y regresan absolutamente vivas y frescas. A veces porque son llamadas; otras porque simplemente necesitan regresar. Ese es probablemente el caso de las palabras de Ezra Shabot, pronunciadas una fría y lluviosa tarde de mayo en Majdanek, Polonia, ante una indescriptible pila de cenizas humanas. Yo tenía 22 años. Ezra era mi maestro y el encargado de mi grupo, en nuestro viaje a los campos de concentración. Yo no sé si él lo recuerde. A mi esas cosas simplemente no se me olvidan nunca. Hablaba con un profundo conocimiento pero no podía ocultar el torbellino emocional que estaba experimentando al pronunciar un discurso gritado a través de la lluvia en medio de un cementerio humano transformado en esas cenizas que solo un campo de exterminio como Majdanek pudo producir. “Al judío”, lo recuerdo como si fuera ayer, “no se le dejó alternativa”, gritaba Ezra. “Aquí, en estas cenizas terminaron todas las corrientes ideológicas, todos los ismos, los religiosos, los laicos, los ateos, los descendientes de los descendientes. Aquí acabaron todos los que quisieron integrarse a su sociedad, y los que no, los que vestían de negro, los hasídicos, los rabinos, los científicos, los eruditos, los escritores y los médicos. Los dejaron a todos sin opciones”. Así de cruda, y así de precisa mi memoria, me regresa justo ahora las palabras de mi maestro en ese mayo de 1990.

Con el tema de Carmen Aristegui, mi postura personal ha sido clara desde un inicio. La manifesté públicamente en mi cuenta de Twitter ante unos 13,500 seguidores. Firmé un par de cartas en solidaridad con ella. Le envié un par de mensajes de manera directa. En lo personal he sido su colaborador en CNN desde hace algunos años; me ha abierto puertas que nunca esperé y le tengo un aprecio muy especial. Pero al margen de lo personal, pienso que su salida de MVS es lamentable, es opaca, y me deja una gran cantidad de sospechas. Coincido con Carlos Bravo Regidor en que la opacidad no es de un solo lado (leer acá su artículo de ayer). Pero en el fondo, extraño esa voz que sonaba en mi radio todas las mañanas, como siempre que la veía se lo decía. Aunque se pasara tres horas hablando de un único tema. Aunque tuviera sus errores o sus excesos. La extraño como muchas y muchos, y me entristece encontrarme sospechando que lo que estamos viviendo como país es una serie de retrocesos al respecto de temas en los que sentíamos que íbamos avanzando. Esa no es otra cosa que mi opinión. Es una opinión bien sustentada o mal sustentada. Es una opinión enormemente subjetiva, o no. Es aceptable o inaceptable, dependiendo de quién la juzgue.

Pero mi religión u origen judío no es lo relevante en cuanto a esa buena o mala opinión que tengo al respecto.

Porque los judíos somos blancos, y negros, y amarillos, somos azules y rosas. Somos de derecha, de centro, de izquierda. Somos cantantes, bailarines, astronautas, violinistas, científicos, profesores, comerciantes, amas de casa, cocineros, albañiles, ropavejeros. Somos lo mismo políticos que politólogos, economistas que historiadores, inventores que usuarios, ministros o ciudadanos de a pie. Somos virtud y somos defecto. Somos buenos, malos y regulares. Somos bellos y feos. Somos ortodoxos, conservadores o reformistas. Somos capitalistas, marxistas, posmodernistas, feministas, constructivistas. También somos revisionistas, anarquistas, conductistas, realistas o idealistas. Y nuestro judaísmo no nos hace mejores ni peores que otras personas.

Hay muchas definiciones y muchas maneras de entender el antisemitismo. La más clara y evidente consiste en incluir toda esa diversidad que describo en una sola categoría en la que todos los judíos somos iguales por el simple hecho de profesar esa religión o tener ese origen. El antisemitismo, a veces de manera abierta y otras de manera tácita o encubierta, resalta de una persona justo ese rasgo identitario, y sostiene que ese y no otro, es el factor que determina su forma de ser, su forma de pensar y su forma de actuar.

Cuando a Ezra Shabot (lea acá su artículo de ayer), por expresar su postura ante el asunto de Aristegui, se le dice “…¿qué se puede esperar de un judío, nada más y nada menos?…”, o “…el judío siempre será un perro, siempre lo es…”, la parte más cruda no es el insulto explícito, sino la categorización implícita: la concepción de que “en el fondo los judíos son todos iguales”, porque ante esa concepción, la divergencia política -aunque se defienda a Aristegui como lo hago yo- resulta irrelevante. Porque ante ese pensamiento categórico ya no importa si soy Amos Oz, Chomsky, Naomi Klein, o el luchador social Alinsky. Y porque esa concepción es la que nos regresa a las palabras que mi gran y admirado maestro Ezra Shabot pronunciaba aquella lluviosa tarde de mayo de 1990 ante esa monumental pila de cenizas humanas.

Fuente: El Universal

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