Por qué Soleimani interpreta mal a Líbano

Enlace Judío México e Israel.- Soleimani está equivocado en borrar a Líbano como un Estado-Nación y reinventarlo como una cabeza de puente iraní.

AMIR TAHERI

Según la forma en que lo dijeron los medios controlados por el Estado en Teherán, la ola de protestas en Líbano tiene que ver con “mostrar solidaridad con Palestina.” Las fotos de una docena de personas quemando banderas israelíes y estadounidenses en Beirut llegan con notas al pie surrealistas acerca de “combatientes de la resistencia libaneses” llamando a la yihad contra los “sionistas asesinos de bebés” y el “Gran Satán” estadounidense.

Lo que es cierto es que el levantamiento ha sacudido el universo paralelo creado por la descripción Madison Avenue del Líbano por parte del General de División Qassem Soleimani como la cabeza de puente para la conquista del Medio Oriente por la ideología khomeinista. Los familiarizados con la propaganda de Teherán saben que los mulás ven a Líbano como su intento más exitoso de creación de imperio, digno de cada centavo de los miles de millones de dólares invertidos allí.

Los medios iraníes a menudo se jactan que Líbano es el único país donde la República Islámica controla todos los niveles del poder, desde la presidencia a los servicios de seguridad, pasando por el Consejo de los Ministros y el parlamento. Lo más importante, quizás, Teherán ha forjado alianzas con figuras poderosas y grupos dentro de cada una de las “familias” étnicas y sectarias que constituyen Líbano.

En Irak, Irán tiene que contender con la presencia de poderosos partidos árabes suníes y kurdos y personalidades que, aunque preparados para acomodar a Teherán, se rehúsan a actuar como títeres.

En Yemen, aunque dependientes del dinero y armas de Teherán para la supervivencia, los huzíes tratan de no ser arrastrados dentro de la estrategia khomeinista de hegemonía regional.

En Siria, Teherán tiene que contender con Bashar al-Assad y restos de su electorado que ven la presencia iraní como no más que un mal necesario para la supervivencia.

En Gaza, Teherán debe su influencia esporádica a cheques gordos firmados por Hamás, la filial palestina de la Hermandad Musulmana. Pero, la rivalidad ideológica entre el khomeinismo y el Ijuanismo [Hermandad Musulmana], echa una sombra permanente en las relaciones entre las dos organizaciones. Además, Teherán es forzado a contender con la presencia de rivales poderosos en Irak, en la forma de Estados Unidos, y en Siria en la forma de Rusia, y ahora también Turquía.

En su primera entrevista de prensa, encabezada por los medios de Teherán el mes pasado, el Gen. Soleimani alzó a Líbano como el ejemplo brillante de su éxito en creación de imperio, expresando la narrativa del universo paralelo que ha alejado de la realidad a los mulás.

La entrevista de 6,000 palabras, programada como un relato de la guerra de 33 días entre Israel y la filial libanesa de Hezbolá, persigue tres objetivos. El primero es establecer la imagen de Soleimani como un estratega maestro que podría encargarse del poderoso ejército israelí y empujarlo al borde de la destrucción.

“Si la guerra de 33 días no hubiese sido detenida, el ejército del régimen sionista habría sido desintegrado,” afirma sin bromear.

Pero, ¿por qué el general decidió detener la guerra y salvar así al ejército israelí?

Soleimani afirma que el arquitecto del cese del fuego que salvó a los israelíes fue el entonces primer ministro catarí, Jeque Hamad, ayudado por el entonces embajador de EE.UU ante la ONU, John Bolton. Soleimani no explica por qué él y su jefe en Teherán, el “Guía Supremo” Ali Khamenei, aceptó un plan tramado por el jeque catarí y el diplomático estadounidense para salvar al ejército israelí del borde de la desintegración.

El segundo objetivo de Soleimani es machacar la afirmación que la guerra obligó a Israel a abandonar lo que él llama “la estrategia de guerra preventiva de Ben Gurión” que significaba llevar a los estados árabes al dentista cada 10 años y destruir a sus ejércitos antes que ellos pudieran intentar morder al Estado judío.

En otras palabras, si vamos a creer en Soleimani, los árabes ahora podían dormir en paz, seguros de que Israel nunca lanzará la guerra preventiva contra ellos.

La ironía es que en los últimos 18 meses, Israel ha llevado a cabo más de 300 ataques contra blancos iraníes en Siria e Irak, causando cientos de muertes, mientras Soleimani y sus mercenarios mantenían un perfil tan bajo como podían para salirse con la suya.

De los tres objetivos posibles de Soleimani, el más importante, quizás, es el tercero.

De manera despreocupada, él describe a Líbano como apenas un pedazo de territorio sin un gobierno propio, siendo su única justificación ser un piedemonte para la República Islámica. El habla de sus idas y venidas frecuentes a Líbano sin mencionar jamás ser invitado, menos que menos que le fuera dada una visa, por alguna autoridad libanesa. Tampoco él se molesta en decir quien autorizó el torrente de armas, incluidos miles de misiles, llevados a Líbano vía Irak y Siria. No hay referencia a ningún acuerdo por parte de ninguna autoridad para permitir que una unidad de un ejército extranjero conduzca una guerra contra un país vecino desde territorio libanés.

En lo que concierne al manejo de la guerra, Soleimani integra un comité de tres hombres, consistiendo de él mismo, el jefe de Hezbolá, Hassan Nasrallah, y el fallecido Imad Mughniyah. Cuando el comité de tres hombres no podía decidir una cuestión importante, Soleimani se apresuraría a Teherán, y en una ocasión, hasta Mash’had, para obtener instrucciones de Khamenei. Nadie habló con el presidente, primer ministro, ministro de defensa, o jefe del ejército libaneses, por no mencionar al hombre libanés en la calle a quien nunca se le dijo quien inició la guerra y por qué.

De forma involuntaria, Soleimani muestra que, aunque arriesgó las vidas de todos los ciudadanos libaneses sin importar las diferencias sectarias, la guerra que Hezbolá provocó fue ideada para derrotar lo que él afirmó era “una conspiración siniestra anti-chií” de los israelíes para capturar a 30,000 chiíes libaneses, mantenerlos en un campamento y dar sus pueblos a no chiíes, para cambiar el equilibrio demográfico junto a la línea del cese del fuego.

Para mostrar la cobardía presunta de los libaneses no chiíes, Soleimani habla de “hermanos suníes y cristianos sentados en sus pueblos, fumando narguile y tomando té” mientras los chiíes de Hezbolá luchaban para destruir al “enemigo sionista.” Pero, para que la gente no la vea como una guerra sectaria, Soleimani declara “bajo todas las circunstancias, que el protector principal de la nación libanesa es Hezbolá.”

Pienso que Soleimani está equivocado en borrar a Líbano como un estado-nación y reinventarlo como una cabeza de puente iraní. Habiendo conocido Líbano por más de medio siglo, puedo decirle a él que hay tal cosa como la “liban-idad” que trasciende las divisiones sectarias y políticas. Los libaneses miran al Mediterráneo y las posibilidades excitantes del mundo moderno en vez de los retrocesos de la Meseta iraní bajo los mulás con su ideología antediluviana. Como un tema de gusto, la liban-idad está más cerca de la playa que del bunker.

 

 

*Amir Taheri fue el editor ejecutivo en jefe del diario Kayhan en Irán desde 1972 a 1979.

 

Fuente: Gatestone Institute
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.

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