Elías Farache / Dolientes indolentes

El 5 de mayo se conmemora Yom Hashoá, en recuerdo de los judíos asesinados por los nazis en Europa. Triste ocasión que nos deja perplejos cada vez que reflexionamos acerca del empeño alemán por eliminar a los judíos, y la inacción, silente y cómplice, de todos quienes sabían de la matanza y sus procedimientos. Sin contar a los colaboradores y socios de los nazis en la oportunidad de matar judíos.

Este año, en la fecha exacta de la conmemoración, se tiene la esperanza de un acuerdo que libere algunos de los secuestrados en Gaza desde el 7 de octubre de 2023. No se sabe al momento de escribir esta nota si el acuerdo, tan mentado, negociado, desmentido, rechazado y vuelto a traer, se hará realidad para algo de consuelo y tranquilidad de las víctimas directas, sus familiares y una sociedad israelí que está dispuesta a pagar un alto precio por sus ciudadanos. Precio pagadero, lamentablemente, con el dolor de futuros atentados a manos de aquellos que sean canjeados en el eventual acuerdo.

Y justo cuando se trata de negociar un acuerdo que libere a algunos secuestrados, vivos y muertos, se logre un cese de hostilidades de corto o largo plazo, desde el Líbano se dispara sobre Israel y desde Gaza, específicamente desde la zona de Rafah, se dispara sobre un paso fronterizo controlado por Israel. Un paso que sirve también para el suministro de la muy publicitada y manipulada ayuda humanitaria que tanto necesitan los habitantes de Gaza y tanto reclaman a Israel sus amigos y no tan amigos. ¿Cuál es la intención de disparar sobre Israel en estos precisos
momentos de negociaciones aparentemente finales? ¿Evitar el acuerdo? ¿Provocar la necesaria respuesta israelí?

La acción del 7 de octubre de 2023 perpetrada por Hamás constituye una victoria colosal. Nunca puede ser de otra manera para quienes el martirio y el sacrificio es la meta. Pero es que, en el camino, se ha logrado secuestrar israelíes, lanzar cohetes, deslegitimar a Israel, torturar a todo un país gracias a acciones violentas y a maniobras psicológicas de daño colectivo y atar las manos de un poderoso ejército diseñado y entrenado para otro tipo de enfrentamientos. No para una búsqueda de terroristas, rehenes, armamento y botines en la red de túneles subterráneos más grande del mundo, construida en denuncia permanente de un bloqueo a la zona. La sola existencia de la red de túneles, de longitud mayor al metro de Nueva York, desmiente la versión de un bloqueo hermético severo a Gaza en los últimos años, desde 2005 digamos.

Justo hoy, con Hamás y Hezbolá haciendo méritos para impedir algún acuerdo, con delegaciones en Egipto tratando de limar asperezas de un pacto inmoral que da luz verde a acciones de terrorismo, secuestro y tortura, el mundo que no duda ni espera nada para condenar y exigir a Israel, no condena ni exige ni presiona como debe ser a quienes detentan los rehenes ni a sus aliados de turno. ¿Por qué?

Somos testigos en estos tiempos de comunicaciones en tiempo real, de eventos transmitidos en vivo y en directo, de lo que sucede en el Medio Oriente. El ataque del 7 de octubre, los cohetes lanzados por Hezbolá, las declaraciones y posturas de todos los funcionarios y personeros involucrados en estos eventos. Cualquier persona de buena voluntad puede informarse de lo que sucede y tener una opinión sensata, aún si atiende las opiniones tergiversadas, pues la verdad está a la vista. Es evidente que hay una ola de antisemitismo desbordada en universidades prestigiosas, y que los fondos que financian estas olas y eventos tienen un certificado de origen cierto. La UNESCO otorga un premio a los periodistas que cubren Gaza, pero no hay una sola foto de los secuestrados, ni una entrevista a ellos, ni una visita de la la Cruz Roja.

Los Estados Unidos impiden a Israel entrar a Rafah para terminar una operación militar que está inconclusa: los rehenes siguen en manos de Hamás, y Hamás no ha sido depuesto. Francia trata de mediar con Hezbolá para que no estalle una guerra en el Líbano. Se condena a la parte agredida, se otorgan derechos y privilegios a los agresores que imponen condiciones, se toman todo el tiempo del mundo y consolidan una victoria mediática sin precedentes, pero con muchos antecedentes: los del antisemitismo puro y simple.

En mayo de 2024, cuando una vez más conmemoramos Yom Hashoá, con dolor y pesar comprobamos que, en los años 30 y 40 del siglo pasado, hace tan solo menos de ocho décadas, la matanza de judíos por ser judíos fue un evento que no tuvo oposición, que no tuvo dolientes y que puede repetirse en cualquier momento, en cualquier sociedad que se llame de avanzada o no. Parecía increíble el 6 de octubre de 2023. Resulta una posibilidad  aterradora por lo cierto el 5 de mayo de 2024.

Este año, los israelíes que conmemoran año tras año la fecha, y los judíos de todo el mundo, a merced de lo vivido y lo que se vive desde el 7 de octubre, vislumbran los peligros existenciales como peligrosamente ciertos y viables, y asumen con frustración y valentía una soledad inmerecida.

Es un mundo sin dolientes de los judíos. Y muchos de los dolientes, son dolientes indolentes.


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