Lic. André Moussali Flah

México es fundamentalmente un país católico, y aunque el gobierno prohíbe la educación religiosa, la educación católica en el hogar ocupa un lugar prominente en la instrucción de la juventud.  Las luchas religiosas en el país fueron a veces sangrientas, mas no contra los judíos, sino entre los partidarios y oponentes al clero.

En ciertos círculos, el mexicano absorbe el prejuicio anti judío desde su infancia y raras veces logra deshacerse de él. No establece distinción entre los judíos mitológicos de la historia sagrada y los contemporáneos.

Sintiendo ese prejuicio, muchos de los primeros inmigrantes evitaron hacer alarde de su religión. Pero los motivos de la agitación antisemita que principió hacia 1930  en gran escala fueron  exclusivamente económicos. La introducción por los inmigrantes judíos de nuevos métodos de venta (el abono, el crédito) lesionó hasta cierto punto los intereses del gran comercio de México, que estaba principalmente en manos de franceses, alemanes y otros extranjeros. La depresión económica (1929-1930) creó además un malestar general, que favoreció la demagogia y el ataque contra el sector más débil de los extranjeros recién llegados precisamente el de los inmigrantes judíos.

En 1931, el presidente Ortiz Rubio decretó la evacuación de los judíos del mercado de la Lagunilla en la ciudad de México. Una virulenta campaña antisemita fue iniciada bajo los auspicios de la Liga Nacional Antichina y Anti-Judìa y la Penetración Judía. Ese movimiento tuvo el apoyo de los miembros de la Cámara de Diputados, la Cámara Mexicana de Comercio y los dos diarios de mayor circulación, el Excélsior y El Nacional (ahora extinto).

De acuerdo con una noticia publicada el 3 de julio de 1932 en el periódico Excélsior, la Secretaría de Gobernación envió circulares al comercio organizado en la República para que se indicaran los nombres de los comerciantes extranjeros indeseables (judíos) que no hubiesen pagado sus deudas a ciudadanos mexicanos, con el objeto de averiguar su situación  migratoria y, posiblemente, expulsarlos del país.

Por otra parte, la intervención de la policía frustró una demostración antisemita organizada ese mismo mes en Guadalajara, en la que se atrajo al público junto al monumento a Juárez con anuncios, banda de música y el ofrecimiento de cigarrillos gratis. El diario El Nacional, órgano del gobierno, adoptó una abierta postura antisemita y fue secundado en su agitación por casi todos los periódicos del país. La agitación arreció en los años posteriores bajo la influencia del  nazismo hasta tal punto, que muchas tiendas y autobuses ostentaban cartelones que pedían el boicot del comercio judío y la expulsión de los extranjeros. Uno de esos carteles decía:” Mexicano, no compres al judío pues cada peso que gastas es un eslabón de tu cadena.”

El antisemitismo encontró muy pronto apoyo en los movimientos nazis y fascistas de distintos matices y se transformó en un movimiento político. En 1933 se había fundado en Mexicali, Baja California, la organización reaccionaria de los Camisas Doradas, que el gobierno suprimió en 1935 después de las protestas del Departamento de Estado Norteamericano, impulsado por el American Jewish Committee. Pero sus allegados fundaron posteriormente agrupaciones nuevas, como frente Unificador de la Revolución, Vanguardia Nacionalista, así como otros más y repartieron libros, folletos y periódicos en los cuales se agitaba constantemente contra los judíos. Se paraban incluso fuera de los establecimientos judíos para advertir a los clientes que no compraran “a estos judíos explotadores que quieren controlar el comercio y subyugar a los mexicanos”. En aquella época, a comunidad judía  no estaba organizada de forma tal que pudiera responder a estos ataques, ni siquiera publicando una protesta en alguno de los diarios de la capital.

Al perfilarse el antagonismo entre el nazi-fascismo y las democracias en el mundo, quedó aparente en México la estrecha relación entre el antisemitismo local y las tendencias subversivas de los movimientos reaccionarios. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, las demostraciones antisemitas fueron suprimidas y la producción literaria de los nazis mexicanos cesó como por encanto.

Se organizó Tribuna Israelita (1944), que desde entonces ha llevado a cabo una labor muy encomiable. Logró interesar a buen número de intelectuales mexicanos en el problema judío, pero el antisemitismo como movimiento de masas había cesado. Quedó, sin embargo, cierta impresión de la constante agitación de años anteriores, aparente sobre todo en la aplicación de las leyes migratorias.

Por otra parte, las relaciones entre judíos y no judíos han mejorado considerablemente y existe actualmente una comprensión mucho mayor de los problemas judíos que antes de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1939, la actitud de la prensa cambió totalmente y, en la década siguiente, hubiese sido improbable encontrar ataques calumniosos a la colectividad judía en sus páginas.

El gobierno ha otorgado la naturalización a la mayoría de los inmigrantes que llenaron el requisito básico de cinco años de residencia y de conducta irreprochable en el país y ha demostrado espíritu de justicia y de imparcialidad en todas las ramas de la vida pública. No se ha puesto cortapisas al sionismo, al empleo del yidish o del hebreo, a la educación judía, a la práctica culto o a  la libertad de expresión judía, ganando en esa forma la lealtad incondicional y el agradecimiento de estos ciudadanos adoptivos.

Asimismo, la presencia judía en varias esferas (economía, académica, cultural, etc.), además de los matrimonios mixtos y el roce social, contribuyeron a un conocimiento más formal de los judíos para poder disipar los prejuicios arraigados. Es interesante la participación de los judíos en todos los ámbitos de la vida de México, así como la cooperación de intelectuales y artistas no judíos a causas relacionadas con Israel.

Fuente: Revista Maguén David