SERGIO NUDELSTEJER (Z’’L)

Mi primera visita a Israel fue el año 1958. Si no hubiera sido por ese pudor que siempre me ha acompañado, habría besado la tierra polvorosa como lo hizo en el siglo XII el insigne poeta Yehuda Halevy, recién llegado de Córdoba, España. Mi segunda e histórica visita fue en 1967, acompañando a una delegación de periodistas mexicanos durante la Guerra  de los Seis Días, la cual abrió un nuevo capítulo en la historia de la  Israel contemporánea y de la Jerusalén eterna.

Para quienes  estuvimos allí, en la liberación de Jerusalén sólo días después de haber sido reunificada, el recuerdo es aún muy fresco y la historia muy reciente. Me he considerado un judío privilegiado ya que pude recorrer Yerushalaim recién liberada por el ejército que comandó Moshé Dayán. Recorrí con los ojos abiertos y el corazón palpitante las entonces pedregosas y olorosas callejuelas de la ciudad vieja cuando, de repente, se mostró ante nuestros  ojos un amplio muro de piedra, de cálidas y milenarias piedras que me hablaban. Debo confesar que apenas apareció ante mis ojos el Muro de los Lamentos, me quedé inmóvil, paralizado. Sin darme cuenta, rodaban lágrimas de mis ojos. Un compañero periodista mexicano que estaba a mi lado me abrazó por la espalda  y me dijo respetuosamente: yo te entiendo. Lentamente me acerqué al Kotel Hamaraví, brotó de mis labios una plegaria y, entre sus milenarias piedras deslicé una pequeña nota con sólo una palabra: SHALOM.

Del libro:

Sesenta voces por Israel desde México, KKL, 2008