Por Julián Schvindlerman
Por Julián Schvindlerman

“Sin poder dejar para mañana los errores que pueden cometerse inmediatamente”, opinó George Will en The Washington Post, “los demócratas usaron el 2010 para comenzar a perder el 2012”. La derrota del Partido Demócrata en las últimas elecciones legislativas ha sido masiva. Los primeros resultados mostraban una pérdida de alrededor de setenta bancas en la Cámara de Representantes, cinco en el senado y once gobernaciones. Illinois, el estado que representó el actual presidente anteriormente, pasó a manos republicanas. El día previo a la votación, las encuestas mostraban a varios grupos que en las últimas elecciones votaron a los demócratas -mujeres, católicos, clases bajas e independientes- fuertemente inclinados hacia el Partido republicano. Como señaló Karl Rove, cuando Obama asumió la presidencia había 22 gobernadores republicanos: ahora habrá al menos 29. Un presidente que poco tiempo atrás llamó a “castigar a los enemigos” debió admitir que su partido recibió “una paliza”.
 
Este ha sido un retorno a la normalidad pues el pueblo de los Estados Unidos de América es mayormente conservador. La derrota demócrata, y la contracara del triunfo republicano y del Tea Party, reflejan el repudio de la población a la agenda idealista de un presidente con una misión transformadora. Su visión del papel del Estado en la economía, la mentada reforma del programa de seguro de salud, la cuestión álgida de la inmigración y la lenta recuperación económica han sido factores de peso en la decisión de los votantes. En cuanto al rol global que Obama imaginó para su país, si algo, contribuyó a fomentar una imagen de debilidad. La misma semana de las elecciones, la revista Forbes ubicó en su ranking al presidente chino Hu Jintao como el hombre más influyente de la Tierra, desplazando a Obama al segundo puesto. No es más que un símbolo, anecdótico si se quiere, de la percepción de un Estados Unidos menos poderoso. Pero pregunte en el Medio Oriente, Latinoamérica o Asia a propósito de la imagen de Washington y verá que no pocos respaldarán la impresión de los editores de Forbes.
 
A diferencia de Bill Clinton -un presidente pasatista en una era de distensión internacional, aquellos dorados años noventa en los que Estados Unidos pareció tomarse “una vacación de la historia” como alguien oportunamente señaló- Barack Obama es un político muy idealista con ambiciones determinadas para su nación. Es sólo que su visión no parece ser compartida por las mayorías, incluso por muchos de quienes lo votaron. “Obama fue un buen candidato y es un mal presidente” sintetizó una de sus seguidoras. Pero no se trató meramente de un asunto de personalidad, aunque es todo un indicador que el anunciado Mesías en menos de un año de gobierno hubiera caído por debajo del 50% de apoyo popular, algo que apenas otros dos o tres pasados presidentes habían padecido. El resultado electoral, más bien, indicó un esparcido disgusto popular  con la orientación socialista que el presidente imprimió a su gobierno. El ascenso espontáneo del movimiento conservador Tea Party fue la respuesta más visceral y altisonante de una nación preocupada por ese desarrollo.
 
Junto con la protesta ideológica que el voto reflejó, posiblemente también estuvo presente un elemento de orgullo. En los últimos grandes debates, la opinión pública fue maltratada por los demócratas. Incapaces de debatir en términos de igualdad, han tratado a sus opositores de manera despectiva. No pudiendo rebatir sus argumentos, apelaron a la descalificación de los interlocutores. Así, conforme Charles Krauthammer ha observado, el rechazo a la edificación de una mega-mezquita cerca de Ground Zero era una expresión de islamofobia; oposición al matrimonio homosexual equivalía a homofobia; alarma ante la inmigración ilegal representaba nativismo; el advenimiento del Tea Party, una exteriorización de racismo. Por eso los demócratas protestan que el  país es ingobernable. Tal como este comentarista preguntó con ironía: ¿quién podría gobernar una nación de islamófobos, homofóbicos, nativistas y racistas? Ya en agosto, Krauthammer predijo: “Los demócratas serán golpeados duramente en noviembre. No sólo porque la economía esté enferma. Y no sólo porque Obama mal interpretó su mandato al gobernar demasiado hacia la izquierda. Si no porque les cabe una justa retribución a las elites arrogantes cuyo desprecio evidente por los muchos no-ilustrados les impide conceder un módico de seriedad a aquellos que se atreven a desafiarlos”. 
      
Los estadounidenses acaban de reorientar a los Estados Unidos hacia la centroderecha. El presidente sigue siendo un demócrata, pero el mensaje de las urnas ha sido elocuente.    

Comunidades 10/11/10