OSCAR CID DE LEÓN

El historiador Enrique Krauze, nacido en el DF en 1947, recién recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el rubro de Historia, a través del cual le reconocen más de cuatro décadas de oficio. Exactamente 41 años después que, en 1969, aquel veinteañero ingeniero industrial decidió virar y entregarse a las humanidades inscribiéndose en el doctorado en historia de El Colegio de México. Durante la entrega del Premio, Krauze llamó a restablecer la paz.

“La paz civil, es decir, la seguridad de las vidas y los bienes en todo el territorio, debe recobrarse”, dijo ante el Presidente Felipe Calderón.

Así, la violencia signa el cierre de otro ciclo del México independiente historiografiado por Krauze a lo largo de su carrera.

En su serie Biografía del poder (1987) ensayó la Revolución desde las figuras de Díaz, Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón, Calles y Lázaro Cárdenas. Posteriormente, en 1994, miraría hacia los primeros 100 años de México con un volumen que le daría el Premio Comillas, Siglo de caudillos, de donde parte del cura Hidalgo hasta tocar los albores de 1910. Tres años después, con La presidencia imperial (1997), abordaría la historia contemporánea desde Ávila Camacho hasta Salinas de Gortari.

“Cubrí dos siglos de biografía del poder en México, y estoy satisfecho”, confiesa Krauze. “Creo que esos libros ofrecen un buen panorama de la historia política nacional y del lugar que, para bien y para mal, han ocupado en ella los hombres poderosos, los caudillos, los presidentes”.

El resto del siglo 20 e inicios del 21 comprenden años que no han sido pasados por alto, pero su tratamiento lo ha llevado a cabo, sobre todo, a través de su faceta como articulista en REFORMA.

Para reflejar los años presentes en un libro, aún no es tiempo, sostiene: “No se puede escribir la historia de un periodo tan cercano, tan próximo. Además no me interesa. Son tan vastos los periodos del pasado”.

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De esta manera, ante el presente Krauze mantiene cierta distancia. “El historiador debe acercarse al pasado para conocerlo en sus propios términos, no con las categorías y urgencia del presente”, considera.

“No obstante, también es cierto que viviendo en el presente, de manera alerta, puede uno hacerle preguntas adecuadas al pasado”.

La violencia del México actual, por ejemplo, otorga una mirada distinta para poner en entredicho diversas mitologías sobre la historia. “Digamos que si usted lee en esta época, por ejemplo, Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, uno entiende mejor lo que allí se dice”.

De modo que el presente ayuda a veces, pero Krauze prefiere “volar en el tiempo, la imaginación”. Ver a los personajes como iguales. Y esto tiene que ver con la comprensión.

“Comprender es una operación de empatía sicológica, de tratar de entrar en el personaje, su mente, sus circunstancias, para ver cómo operaba su mente, por qué razón actuaba de ésta u otra forma. Es un proceso de empatía, de simpatía, de comprensión”.

Así ha recorrido, a veces a través de amplios ensayos biográficos o sólo atisbos, diversos protagonistas del México independiente, desde aquella Generación del 15 retratada en su primer libro, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana (1976), hasta De héroes y mitos (2010), su última publicación, donde, siguiendo las enseñanzas de Luis González y González, con rigor y mirando siempre a la fuente indicada, derrite la “historia de bronce” tan presente en la historiografía nacional, como si los personajes tocados no hayan sido hombres y mujeres, de carne y hueso.

“Mis tres primeros libros se fincaron por entero en fuentes primarias.

En mis ensayos biográficos incluyo varias fuentes primarias. Por ejemplo: en Madero, los diarios espiritistas; en Carranza, los documentos sobre su posible suicidio; en Calles, toda su documentación familiar; en el resto de los personajes políticos, decenas de entrevistas orales y también las memorias inéditas de Díaz Ordaz.

La Presencia del pasado (2005) rescata del mismo modo a un héroe olvidado de la historiografía: José Fernando Ramírez”. Krauze llega así a una sentencia: “La historia no es una chamba”.

Hay que serle fiel a través de los instrumentos de rigor que se tienen a mano, “aunque sin la pretensión de estar haciendo ciencia exacta, porque eso, en realidad, no es posible”.

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Enrique Krauze evocó alguna vez a John Womack, quien había dicho que los Centenarios eran fechas peligrosas para México. La sentencia, apuntó en un texto publicado hace tres años en REFORMA, no debía tomarse a la ligera, pero tampoco se trataba de entregarse a un “fatalismo numerológico” y prepararse para una nueva revolución, que, según ciclos, debió tener lugar en algún momento de 2010.

“Siempre me he negado a pensar en la historia como una sucesión de ciclos”, expresa Krauze en entrevista. “No creo que la historia tenga ese libreto”.

Si la Revolución, una reacción ante el exceso de poder ejercido por Porfirio Díaz, estalló justamente a 100 años de la Independencia, que había devenido de un abuso del poder colonial, se debió a un “accidente”, resume el historiador.

Pero, ¿cuál es el panorama actual?

Mientras 2010 concluye, el Gobierno se mantiene enfrascado en una “guerra” que, en tan sólo este año, ha cobrado la vida a más de 12 mil personas, según la PGR. 30 mil en lo que va del sexenio, lo cual representaría la cifra de muertos más alta después de la Revolución.

¿Será ésta la “revuelta” que toca a 100 años, o es irresponsable hablar en este sentido?

La pregunta se queda unos segundos en el aire… Luego Krauze la toma por los cuernos y zanja: “Se trata de violencias muy distintas. La de 2010 no es una violencia ni independentista ni insurgente, es delincuencial. Pero sí, de alguna manera, accidentalmente, volvimos a caer”.

Y es que, en términos formales, tomando en cuenta el número de muertos, el sufrimiento, la zozobra en que se vive, “ya estamos un poco ahí”. La idea de Womack, advierte, no deja de tener cierto atractivo.

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Krauze ingresó al Colmex luego de que José Gaos abrió la puerta del doctorado de historia a alumnos de otras disciplinas.

“En mi caso particular, yo estudiaba el cuarto año de Ingeniería, pero siempre, desde joven, me gustó muchísimo la historia. Me gustaba también por tradición familiar. Mi abuelo (Samuel Krauze) era un hombre culto que tenía una magnífica biblioteca, literaria, histórica, de libros en yidish. Entonces, cuando me enteré de que se abría en El Colegio de México la oportunidad, inmediatamente me entusiasmó la idea”.

¿Qué habría sido de Krauze de no haber tomado ese camino? En realidad no imagina el escenario.

“La vocación es algo fuertísimo, es un llamado. Como los llamados religiosos o los llamados del amor. Uno sabe perfectamente hacia dónde tiene que orientar la vida”.

En el Colegio de México conocería a grandes maestros. En ellos Luis González y González, a quien considera el historiador más completo del Siglo 20 mexicano; y Daniel Cosío Villegas, de quien no sólo le interesó su quehacer dentro del ámbito, sino su visión como empresario cultural; fundador del propio Colmex y el Fondo de Cultura Económica.

Siguiendo el camino de este último, Krauze complementaría décadas después su labor como historiador y ensayista incursionando en la creación de empresas culturales; Editorial Clío, por ejemplo, fundada en 1992, y la revista Letras Libres, en 1999.

Pero el Colmex sería apenas la primera gran entidad determinante dentro de su formación, pues en 1976 asomaría su otra gran escuela: Octavio Paz, con quien siempre estará en deuda. “A su lado me hice escritor, o por lo menos un historiador que pretendía escribir con decoro”, recuerda.

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Entre todas las influencias del también miembro de El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Historia, la más benévola de todas fue la de Paz.

Cuenta Krauze que concluyó su doctorado en 1974 con la tesis Los siete sobre México, de la cual se desprenderían sus tres primeros libros: Historia de la Revolución Mexicana: la reconstrucción económica, 1924-1928; Daniel Cosío Villegas, una biografía intelectual y Caudillos culturales…, que fue el primero en aparecer, el 31 de marzo de 1976, 21 días después del fallecimiento de Cosío Villegas, quien había sido su sinodal.

“En el Panteón Jardín, donde lo enterramos, vi, entre los árboles, a Octavio Paz. Me acerqué y le ofrecí un texto sobre Cosío Villegas que apareció en el número 55 de Plural. Se puede decir entonces que, al morir Cosío Villegas, entró a la escena Octavio Paz”.

Con él caminaría 23 años, desde la fundación de Vuelta (1976) hasta 1998, año en que el poeta murió.

“Ninguna figura intelectual ha sido para mí, y yo creo que para México, más importante que la de Paz. Me siento en deuda”.

Krauze habla de “influencias benévolas”, pero hubo otras de las que también aprendió. “Las influencias de mis adversarios también cuentan”.

La cultura se alimenta de debate real, subraya.

“Los debates, algunos muy agrios, que he cruzado, todos fueron muy útiles para mí. De manera que no sólo están los maestros generosos que nos acogen en su manto como especies de hijos intelectuales, o como hermanos menores, sino también los contradictores, los críticos, los adversarios con quienes polemizamos. Digamos que todo suma”.

Y así es como la “suma” que es Enrique Krauze ha sido reconocida este año con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el galardón más importante que hace México a sus intelectuales, investigadores y creadores artísticos.

El empresario cultural

Tras el Enrique Krauze historiador y ensayista, se encuentra un empresario cultural.

La muestra es Clío, editorial y productora de tv fundada en 1992.

Junto a colaboradores como Hank Heifetz y Diana Roldán, productora, la empresa suma ya alrededor de 250 títulos ilustrados y diversas colecciones bibliográficas, más unos 350 documentales que, a decir de Krauze, conforman una videoteca de la historia de México.

El historiador ha llevado esta labor, incluso, a las pantallas comerciales.

“Este trabajo que algunos historiadores académicos ven con desprecio, es de las cosas que me llenan de más orgulloso, porque yo creo que un historiador que no llega al público no es un historiador”.

DIARIO REFORMA