PETER KATZ

Es interesante que con la edad, recuerdo más vividamente mis impresiones de la niñez. ¿Será añoranza? Posiblemente. Aunque era un niño de solamente ocho años de edad, recuerdo muy claramente que mi papá me dijo en forma didáctica, como para que se me grabara: “Bienaventurados los que no necesitan pedir. Porque dar es una mitzvá” Luego agregó en alemán ¡Gott sei Dank! En yidish se diría Danken Gott.

Mi padre, Alav Hashalom, no era Frum, pero era un judío tradicional, culto,autodidacta, que hablaba siete idiomas. A veces me llevaba al Templo, así se llamaba la sinagoga en Viena. Los viernes en la noche, siempre ;y en los Yomim Noraim como en Simjat Torá, También visitábamos la Suká del Templo.

Prendíamos las velas de Janucá, en la casa. Las demás fiestas, con la familia, muy numerosa por cierto, en casa de la abuela Rifke, la matriarca Katz.

Vivíamos  en un departamento situado en un tercer piso, en el centro de Viena, una gran ciudad que alguna vez fuera la capital del Imperio Austro Húngaro, contando con una comunidad de doscientos mil judíos.

Desde luego que había antisemitismo: los vieneses nunca toleraron a los judíos. Menos aún, si eran Ostjuden, literalmente judíos que venían del Oriente, de Galitzia,  Polonia,  Bukovina y otras partes de Europa Oriental.

Con una comunidad tan numerosa, el judío vienés no necesitaba socializar con los habitantes no judíos, a veces ni siquiera hacer negocios con ellos. La comunidad era suficientemente numerosa como para bastarse a ella misma para visitar, salir a bailar,  hacer paseos en los preciosos parques o los bosques de los alrededores.  También organizaban excursiones, pues les gustaba pasar el fin de semana al aire libre.

En una comunidad tan numerosa se daban suficientes oportunidades para convivir. Se respiraba cultura, y existía una intensa sed para educarse, para adquirir más conocimiento, para participar en toda clase de eventos culturales, para asistir a conferencias, a conciertos, a la ópera, al teatro y  a toda clase de espectáculos.

La vida cultural era muy intensa. Todos querían participar.

En los conciertos, muchas veces, los músicos de la orquesta eran judíos. El director casi siempre lo era. Lo mismo sucedía con el teatro. Había muy buenos actores judíos, de habla alemana, de  fama internacional.

En la Opera de Viena, si uno no tenía dinero para comprarse un boleto, podía buscar un majer que siempre estaba en la entrada y contrataba voluntarios para la claque. Los de la claque recibían un boleto especial, color rojo, podían presenciar toda la obra, pero tenían que aplaudir cada vez que el Majer, se los indicaba, con sus brazos levantados como un director de orquesta a sus músicos. Tenían que quedarse parados durante toda la obra, pero  veían y oían muy bien. Ésta era unade las tradiciones en Viena.

El público de estos eventos culturales no era mayoritariamente judío. Pero los judíos que iban constituían más del diez por ciento  de población de la ciudad. Muchos eran fanáticos de la cultura.

Lo mismo sucedía en los Gymnasium y en las universidades, en facultades como Medicina, Derecho, Filosofía, Historia del Arte, Humanidades: los jóvenes judíos, constituían muchas veces el treinta y cinco por ciento del alumnado .

Obviamente, cuando visito mi ciudad natal ya no hay nadie de mi familia. Los que pudieron emigraron y los demás fueron deportados. Tampoco tengo amigos allá, pero he regresado varias veces. Trato de  imaginarme  como hubiera sido mi juventud.

Cuando tenía ocho años, salí de Viena en 1938, en un “Kindertransport” de la Cruz Roja Internacional, autorizado por la Gestapo .

Cuando regreso de visita, me impresiono recordando las calles, cuyas casas, o por lo menos las fachadas, no han cambiado.Reencuentro los espacios que están en mi memoria:  el consultorio en el que daba consulta el Dr. Sigmund Freud; los lugares que conocí de niño; el cine, al que me llevó por primera vez mi madre, una reliquia.

Este cine está viejo y  descascarado.Lo único que ha cambiado es la programación de las películas. Las que yo veía eran de Laurel y  Hardy, unos cómicos americanos de los años ’30 del siglo pasado. Ahora son sólo películas pornográficas.

Voy frecuentemente al teatro para ver obras vienesas de Von Hoffmansthal, de Arthur Schnitzler, de Franz Werfel, que aún se representan, cien años después de que fueron estrenadas. O bien a escuchar conciertos de Gustav Mahler o Arnold Schoenberg; operetas de Imre Kalman, de Rudolf Abraham o de Herman Leopoldi; operas como “Los Cuentos de Hoffman” de Jaques Offembach.

Culturalmente, Viena, era muy judía. Fue una de las razones por las cuales Adolf Hitler quien era austriaco y Adolf Eichmann quien nació muy cerca de la Capital, asistidos por sus habitantes, se ensañaron tanto, de 1938 a 1945, para convertir a Viena en Judenrein, libre de judíos.

“Libre”, como de una infección contagiosa. Efectivamente, en 1943, después de solo cien años de residencia tolerada,ya no había judíos en Viena, .

Mis visitas a Viena traen consigo siempre una gran enseñanza de  mi papá: “Bienaventurados los que no necesitan pedir, es mucho mejor dar que recibir” .