George Soros se da cuenta de que el gancho de los derechos humanos, sobre todo cuando es amplificado a través del megáfono global de las Naciones Unidas, es una herramienta fabulosa para manipular la política            

DIARIO DE AMERICA

El descomunal regalo de 100 millones de dólares a la organización no gubernamental Human Rights Watch por parte de George Soros es un gol por toda la escuadra a los Republicanos y los conservadores. El multimillonario Sheldon Adelson dijo en una ocasión que él se iba a convertir en “la respuesta de la derecha a George Soros”, pero no lo ha sido. Aunque “los derechos humanos” es la divisa política más contundente de nuestro tiempo, nadie entre la derecha ha tomado medidas para dar la réplica, y Soros tiene todo el campo de juego para su uso y disfrute.

La relevancia de su donación sólo puede entenderse entendiendo la red de conexiones asociadas a esta organización de derechos humanos y su influencia resultante.

Hace treinta años, la líder indiscutible de las organizaciones no gubernamentales internacionales de los derechos humanos era Amnistía Internacional. Fundada con el fin de llamar la atención sobre los presos de conciencia individuales y las víctimas de torturas, Amnistía tenía un objetivo certero y había tenido éxito a la hora de presionar a gobiernos y poner en libertad a gente real.

Pero los gobiernos corruptos de los países en vías de desarrollo, los regímenes comunistas y los déspotas dictadores de los estados árabes y los países islámicos tomaron represalias. Con el pretexto de proteger su soberanía y sus recursos naturales de los estragos del imperialismo occidental, se apropiaron de las Naciones Unidas, cuestionaron su marco fundacional de derechos humanos y se sacaron de la manga “derechos humanos” novedosos y desconocidos, como el derecho al desarrollo, el derecho a “la solidaridad internacional” de los pueblos o el derecho a vivir libre de “los efectos nocivos de la basura tóxica”. No importaba que los beneficiarios de tales derechos fueran esencialmente gobiernos y no particulares, ni que los derechos de la mujer o de las minorías fueran pisoteados en aras de conservar un frente unido contra Occidente.

Amnistía Internacional se apuntó al carro. Amplió su mandato original para incluir las violaciones de los derechos humanos que afirma son producto de la globalización, “las multinacionales” y un amplio abanico de cuestiones sociales. Los dirigentes de Amnistía, que se adjudican el título de secretarios generales, albergan prejuicios contra Occidente y cierta inclinación favorable a percibir a los países en vías de desarrollo como oprimidos con los que tener simpatía cuya incapacidad para instituir un estado de derecho es permanentemente culpa de alguien más. En el año 2005, la Secretario General Irene Khan, natural de Bangladesh, comparaba Guantánamo con el gulag soviético. En el año 2010, después de que la dirección de la división de género de Amnistía criticase a Amnistía por sus relaciones con un importante financiero de los talibanes, Amnistía reaccionaba suspendiendo de su cargo y luego suspendiendo sus contactos con su empleado, no rompiendo sus relaciones con el incondicional partidario de los talibanes.

Los estados árabes y musulmanes son maestros de esta variante de destreza política. Impacientes por deshacerse de la existencia de un estado democrático y judío incómodamente próximo a ellos, y preocupados por la amenaza que las normas de los derechos humanos universales suponen para su legitimidad, reformulan su extremismo en términos de derechos humanos. Aunque la quinta parte de la población de Israel es árabe, y aunque tienen más derechos de los que disfrutan en cualquiera de los países árabes, estos estados acusan a Israel de apartheid. Los estados árabes y musulmanes, por su parte, se hicieron Judenrein, proscriben la manifestación pública del Cristianismo y convierten a los que no son musulmanes en ciudadanos de segunda categoría con la excusa de proteger derechos culturales, su identidad religiosa y “las particularidades nacionales”. Para rematar la metamorfosis, la Organización de la Conferencia Islámica se hizo con el control práctico del principal organismo de derechos humanos de las Naciones Unidas, el Consejo de Derechos Humanos.

Mientras los derechos humanos se iban reformulando, la organización Human Rights Watch radicada en Estados Unidos creyó erróneamente que sólo tenía dos opciones. Podía terminar defendiendo a los gobiernos de Estados Unidos, Israel y el resto de regímenes supuestamente colonialistas-imperialistas — un rumbo que parecía en contradicción fundamental con el mandato de una organización no gubernamental de derechos humanos que supone que los gobiernos son enemigos por definición. O se podía unir a la fiesta, poner a Israel y a América a caer de un burro, y demostrar así su imparcialidad en la escena mundial.

Como denunciaba el pasado octubre en el New York Times Robert Bernstein, el fundador de Human Rights Watch y su presidente activo durante 20 años hasta 1998, Human Rights Watch eligió lo segundo. Bernstein lamentaba el hecho de que la organización haya descartado por completo la crucial distinción entre las sociedades democráticas abiertas y las sociedades cerradas, entre las sociedades dispuestas a reconocer y corregir los abusos y las que los niegan tajantemente y los ignoran a propósito. A base de distanciarse de sus orígenes estadounidenses y suscribiendo la manida estrategia de convertir a los judíos en los chivos expiatorios, la organización empezó a rivalizar con la conocida Amnistía.

Human Rights Watch defendió la Declaración de Durbán “contra el racismo” a pesar de su flagrante discriminación de Israel y puso su granito de arena con aquellos que tachan de racistas a los defensores de la autodeterminación de los judíos. Human Rights Watch apoyó el informe Goldstone, un libelo de sangre actualizado que dice que Israel pretendía asesinar “deliberadamente” a civiles palestinos con la excusa de defender a su población del terror de Hamás. Human Rights Watch defiende al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y defendió con contundencia el ingreso estadounidense, con total conocimiento de que el Consejo ha adoptado más resoluciones y decisiones condenando a Israel que las adoptadas contra los 191 miembros restantes de las Naciones Unidas juntos.

El pasado año, directivos de Human Rights Watch se desplazaban sin ningún pudor a uno de los peores violadores de los derechos humanos del mundo, Arabia Saudí, a recaudar dinero a base de presentar a su organización como el antídoto a lo que ellos tildaron de “los grupos de presión pro-Israel”. Puesto que Human Rights Watch, en palabras de Bernstein, ha dado lugar a “muchas más condenas a Israel… que ningún otro país de la región” concluía con acierto que la organización ha dado la espalda a su misión fundacional y minado significativamente su peso moral.

¿Por qué entonces George Soros considera al colectivo digno de la donación más sustanciosa que ha hecho nunca?

Porque Soros reconoce lo que los Republicanos ignoran en su detrimento — a saber, el poder de las reivindicaciones de derechos humanos, tanto si son legítimas como si no.

Soros, considerado uno de los invitados frecuentes del Presidente Obama en la Casa Blanca, se da cuenta de que el gancho de los derechos humanos, sobre todo cuando es amplificado a través del megáfono global de las Naciones Unidas, es una herramienta fabulosa para manipular la política. Una herramienta, fíjese, y no un principio.

El Presidente Obama se ha erigido defensor de las víctimas de violaciones de los derechos humanos. Pero él es el presidente que se marchó a Egipto y habló en defensa de las mujeres musulmanas que quieren tapar su cuerpo al tiempo que no decía nada en defensa de aquellas que quieren la libertad de hacer lo contrario. Él es el presidente que ha tolerado que disidentes iraníes mueran en vano. El presidente que sigue murmurando acerca de botones para relanzar relaciones mientras los defensores rusos de los derechos humanos son sistemáticamente eliminados.

El Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas — que en su anterior encarnación llegó a estar presidido por Eleanor Roosevelt – abría su sesión la pasada semana en Ginebra con Libia como miembro permanente con derecho a voto. Esta semana la Asamblea General, que en tiempos adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, vuelve a tolerar el llamamiento a la destrucción de Israel desde su podio, siempre que Mahmoud Ahmadinejad pronuncia su diatriba acerca del dominio global de los judíos.

Y en los exteriores de la Asamblea General, la única organización no gubernamental con permiso para hablar desde el micrófono reservado a los estados es Human Rights Watch – especialista a la hora de trasladar mensajes de elogio de las Naciones Unidas.

De forma que la compra de Human Rights Watch por parte de Soros, acompañada de su legendario apoyo al Partido Demócrata y las Naciones Unidas, completa los síntomas que agravan el problema. Ha reunido a una organización no gubernamental que no es elegida de forma democrática ni rinde cuentas a nadie y que dice representar “a la sociedad civil”; al Partido Demócrata y su secretario titular al frente del ejecutivo; y a la principal organización global del mundo, partidaria cada una de las otras dos en una plétora de relaciones financieras y personales intrincadas, y compartiendo todas objetivos comunes: reducir la influencia estadounidense y adulterar el ideal de los valores universales puros.

Soros no hace el menor gesto para ocultar su agenda. Como escribe en The Bubble of American Supremacy: “La gente tiene diferentes puntos de vista y… nadie está en posesión de la verdad última… Se supone que la gente decide por sí misma lo que entiende por democracia y libertad… Lo que suceda en el seno de los estados individuales podrá ser de vital interés para el resto del mundo, pero el principio de la soberanía milita contra la interferencia en sus asuntos internos”. Es el mismo discurso que hacen China y Cuba y los matones de todo el mundo.

El punto de vista de Soros es la antítesis de la protección de los derechos humanos. Contradice frontalmente la visión de derechos y libertades comunes e inalienables, que los visionarios que fundaron América, las Naciones Unidas y Human Rights Watch comprendían. Va siendo hora de poner en marcha una organización de derechos humanos dotada a la altura que no esté endeudada con el relativismo y el antiamericanismo agresivos de George Soros.