ANDRÉ MOUSSALI

Estimados Amigos:

En parte del mundo existe la creencia de que Israel no está dispuesto a dialogar con la comunidad internacional y tiene que ser obligado a hacerlo bajo presión. Muchos inclusive opinan que Israel debe ser presionado a aceptar un Estado Palestino mediante sanciones por parte la ONU. Estas ideas están ganando adeptos y se han convertido en algo muy peligroso.

Esta desafortunada y peligrosa dinámica se ve reforzada constantemente por las acciones y la legislación de Israel. La expropiación de tierras palestinas continúa y ahora la Knesset ha aprobado una iniciativa que exige un referendum sobre cualquier acuerdo que regrese territorios anexados después de 1967.
Según un editorial de Haaretz, esta ley es un indicador más de que los legisladores de Israel simplemente no consideran vinculante la ley internacional, porque la comunidad mundial nunca aceptó su anexión de Jerusalén Este ni de las Alturas del Golán.

La relación entre Israel y el mundo puede explicarse con una analogía psiquiátrica: hay pacientes que pueden manejarse mediante el diálogo, pero hay otros que ya no responden y deben ser contenidos para evitar la violencia. Esto ocurre a muchos soldados estadunidenses que padecen el desorden de stress postraumático al regresar de Irak. No son capaces de entender que ya no están bajo amenaza y siguen reaccionando como si estuvieran en guerra; se sienten aislados e incomprendidos.

La situación de Israel es similar: sufrió amenazas reales a su existencia hasta 1973 y, desde entonces, ha recibido fuertes golpes cuando ha dado una oportunidad a la paz. Esto puede analogarse con una retraumatización: Israel ha intentado la normalización, pero ha salido lastimado. Como resultado, muchos israelíes se enojan con cualquiera que les pida asumir riesgos para intentar de nuevo la paz.

Ahí está entonces el problema: el comportamiento de Israel tiende a recrear el trauma y, de ese modo, refuerza sus temores más profundos. Mientras más violentamente reacciona Israel a nuevos ataques, como lo hizo en la Operación Plomo Fundido, más se deslegitima. Y, mientras más se deslegitima, más rechaza las normas políticas del mundo libre y adopta un tono de nacionalismo agresivo en su retórica y en su legislación, lo que conduce a todavía más aislamiento.

¿Hay forma de salir de este círculo vicioso o está Israel condenado a convertirse en un estado paria? Al hablar con interlocutores europeos, se observa que es posible lograr empatía con los temores justificados de Israel, siempre y cuando éstos se desliguen del agresivo tono de superioridad moral de la derecha israelí, y no se utilicen para justificar la construcción de asentamientos y la expropiación de propiedades palestinas.

Pero la derecha israelí está haciendo justamente lo opuesto: al combinar asuntos reales de seguridad como Irán y Hezbollah con estas acciones, hace ver a Israel como un Estado disfuncional que debe ser sometido con sanciones o con el simple reconocimiento de un Estado palestino por parte de Naciones Unidas.

La derecha está totalmente convencida de su propia confusión entre las necesidades de seguridad de Israel y la de avanzar hacia una etnocracia. También ha tenido éxito en contagiar a gran parte del electorado de su visión paranoica del mundo. Resulta profundamente inquietante hablar con israelíes que, en principio, están de acuerdo con la solución de dos estados, pero repiten los mantras de la derecha.
Pero Israel tampoco carece de voces de cordura; su sociedad civil está funcionando y disiente de de las desastrosas políticas de la derecha. Expertos, escritores y políticos aislados ven la opción de participar en la iniciativa de paz de la Liga Árabe; advierten sobre las funestas consecuencias de caer en el aislamiento y hacen notar que la dilación de cualquier proceso sustancial de paz sólo conducirá a una nueva espiral de violencia.