HECTOR GONZÁLEZ

Desde 1998 los arquitectos Alberto Kalach y Teodoro González de León han impulsado un colectivo que busca rescatar y devolverle su origen lacustre a la Ciudad de México. Proponen una solución que la reconcilie con su geografía y la libere de la kafkiana anarquía que impera en ella, debido, entre otras cosas, a la visión interesada y de corto plazo de sus gobernantes.

Las ciudades hablan y lo hacen a través de sus calles, construcciones, habitantes pero también de sus ruinas. La Ciudad de México habla cada tanto y no la hemos sabido escuchar. Juntos hemos visto cómo se volvió profético el epígrafe de Alfonso Reyes en Visión de Anáhuac: “¿Es ésta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico? ¿Por qué se empaña, por qué se amarillece? Corren sobre él como fuegos fatuos los remolinillos de tierra. Caen sobre él los mantos de sepia, que roban profundidad al paisaje y precipitan en un solo plano espectral lejanías y cercanías, dando a sus rasgos y colores la irrealidad de una calcomanía grotesca, de una estampa vieja artificial, de una hoja prematuramente marchita”.

Sin la nostalgia de quien piensa que todo tiempo pasado fue mejor, la ciudad se reinventa cada sexenio. “Disculpe las molestias que esto le ocasiona” se lee en los cuatro puntos cardinales, mientras los habitantes piensan que la obra en turno no será ninguna panacea. ¿En qué momento el desarrollo urbano perdió el rumbo? ¿En qué momento nos empeñamos en dar la espalda a los orígenes de la metrópoli?

El antropólogo y poeta Eduardo Vázquez Martín, lanza una hipótesis: “La relación de la ciudad con el agua expresa un lado oscuro de nuestra experiencia urbana”. El problema parece iniciar durante la Conquista, cuando los españoles levantaron la Nueva España sobre las ruinas de Tenochtitlan, a partir de entonces comenzó una larga tradición de tapar los mantos acuíferos. El saldo es evidente: daños ambientales, problemas de desabasto de agua e inundaciones durante la temporada de lluvias.

Pocos han sido los planes para rediseñar el crecimiento citadino y darle una dirección con conciencia tanto arquitectónica como ambiental. Quizá uno de los ejercicios mejor logrados se dio en 1965, cuando el ingeniero Nabor Carrillo planteó la necesidad de recuperar el Lago de Texcoco con el fin de combatir la contaminación y mejorar la ecología de la región. Para ello se construyó el lago artificial que ahora lleva su nombre mediante bombeo de pozos. Con una superficie de mil hectáreas inició operaciones en 1982 y de inmediato demostró que con la extracción de agua la superficie se hunde. Actualmente, aloja a más de 150 especies de aves y distintas variedades de plantas. Ejercicios de esta dimensión son pocos, requieren tiempo, voluntad política y dinero.

Durante 1998, los arquitectos Alberto Kalach y Teodoro González de León crearon un colectivo cuyo objetivo central era promover la necesidad de regresar la Ciudad de México a su estado lacustre. Diseñaron un plan a largo plazo llamado Ciudad Futura, que recientemente apareció en formato de libro editado por RM. A finales del siglo XX hicieron actividades en la Universidad Nacional Autónoma de México, se reunieron con el entonces gobernador del Estado de México, César Camacho Quiroz y con quien era Jefe de Gobierno capitalino, Cuauhtémoc Cárdenas. Al final sólo buena intenciones pero nada en concreto.

Casi una década después, Kalach y compañía vuelven a la carga. “Es una de las últimas oportunidades para rescatar nuestra geografía olvidada y desdeñada. Es algo que viene desde la Colonia, los españoles no entendieron el delicado equilibrio del urbanismo lacustre de los aztecas y lo destruyeron. Es tiempo de recuperar aquella herencia prehispánica. No olvidemos que lugares como Texcoco o Zumpango siguen siendo lagos y el agua tiende a regresar”, comenta Teodoro González de León.

En su texto “El regreso de la ciudad anfibia”, Eduardo Vázquez Martín expone el sentido de un concepto que nos hace pensar en una urbe en perfecta comunión con el agua. “El proyecto de recuperación del Lago Texcoco es parte de las potencias creadoras, reconstructivas, que animan esta ciudad con la vocación de darle un sentido urbano, social y ambiental; pero este proyecto es también una propuesta de refundación pues significa reconciliar la ciudad con la naturaleza lacustre de la cuenca, pero también recuperar la experiencia de una cultura capaz de sembrar y cosechar sobre las aguas, de comunicarse por medio de sus afluentes, de hundir sus raíces no únicamente en la piedra sino en el agua”.

Para Alberto Kalach, el argumento central tiene que ver con los orígenes del territorio: “Si abandonáramos la Ciudad de México, volvería a ser lago porque la naturaleza la reconoce como un punto bajo y lo inundaría, de hecho siempre lo inunda. Por eso hay que recuperar el criterio lacustre y crear polos de desarrollo para una nueva ciudad. Es otro futuro que nos reconcilia con la geografía”.

DESARROLLO ANÁRQUICO

“Una pesadilla kafkiana a cualquier hora y en cualquier lugar”, así define González de León al DF. No encuentra orden ni articulación al interior de una urbe que no ha sabido respetar su memoria histórica. “No hay conciencia. ¿Qué proyectos a largo plazo se han emprendido en los últimos tiempos? A lo mucho dos o tres, Ciudad Universitaria puede ser uno y quizá algunas presas, no más. El político está acostumbrado a hacer cosas a corto plazo, a resolver baches de su periodo. No quiere comprometer a quienes le siguen, y dejar una base hacia el futuro”.

De la Supervía al Segundo Piso del Viaducto, pasando por el Metro y el Metrobús, el área metropolitana parece una gran pieza en constante remodelación. Tanto las autoridades del Estado de México como de la capital, parecen enfrascadas en competencias de obra pública. Eso ha generado lo que Alberto Kalach no duda en calificar como un desarrollo anárquico. “En cuestión de vialidad, es preciso que poner más recursos en el transporte público porque representa la única salida como transporte eficiente, hay que poner énfasis en él, así como en el uso de la bicicletas. Las ciclopistas están bien pero falta educación vial porque los automovilistas no saben que tiene el mismo derecho para circular una bicicleta que un carro. Se necesita una campaña de educación vial”.

Otro de los arquitectos participantes en Ciudad Futura es Juan Palomar, quien destaca la carencia de políticas articuladas: “Hace falta comprender el entorno de la ciudad. Las medidas que se toman atacan parte del programa pero sin una dirección clara. Nuestra propuesta involucra a políticos, científicos, sociedad civil, ambientalista, puede ser la punta de lanza para una reordenación de la manera en que entendemos la ciudad”.

Las comparaciones son inevitables y sirven como referente. Mientras que en las grandes ciudades la tendencia es desincentivar el uso del automóvil, en México se hace lo contrario. Explica González de León: “El diseño urbano se hace a base de puntadas, por eso el Segundo Piso quedó como un pedazo, no lo diseñaron como un plan a largo plazo. Fue lamentable que durante su gobierno López Obrador no hiciera un kilómetro de Metro. Ebrard lo retomó pero fue como empezar de cero porque ya no se tenía el equipo. Aquí llegamos a contar con gente de primera pero varios de ellos se fueron a la iniciativa privada. Ya no existe el equipo institucional que manejaba y diseñaba el transporte colectivo. Nuestra política de transporte debe ser profunda y constante. A estas alturas es una idiotez pedir estacionamiento a los edificios, eso sólo provoca mayor tráfico de automóviles. En la medida en que esto se abandone se requerirá mayor transporte público y entonces el reto será cumplir esa oferta. En Nueva York no se pueden construir estacionamientos, los que existen funcionan desde hace mucho y al primer error los cierran. El último conjunto de Columbus Circus está conformado por grandes rascacielos que no tienen un solo cajón de estacionamiento. Se trata de desalentar el uso del automóvil, Nueva York es la ciudad peatonal por excelencia”.

Recuperar los espacios públicos ante la ola de violencia es otra de las prioridades que debería promover el desarrollo urbano. En Bogotá, por ejemplo, la sociedad civil se organizó a través de organismos como Redprodepaz, cuya finalidad era buscar que el ciudadano de a pié venciera el miedo y saliera a las calles para retomarlas como sitios de convivencia. A juicio de Juan Palomar, en México falta mucho por hacer en este sentido. “Ha habido esfuerzos por recuperar el espacio público, que es lo fundamental para provocar una salud urbana, pero hace falta avanzar en cosas cotidianas. Por ejemplo las banquetas, que son el primer espacio común con que todo ciudadano se relaciona en lo cotidiano. Deben pensarse como sitios más cercanos a la plaza que al arroyo vehicular. Son lugares no sólo de tránsito sino de reconocimiento. Se ha puesto mucho énfasis en la vialidad motorizada, pero faltan alternativas para la vialidad o convivencia peatonal. Los esfuerzos realizados en el Centro Histórico van en esa dirección. Recuperar el espacio urbano pasa por darle dignidad y un marco adecuado a las actividades de la gente. Por desgracia eso no lo entienden las autoridades y prefieren, porque es más vistoso, hacer una obra de transporte colectivo que arreglar las banquetas o poner árboles”.

CON MIRAS AL FUTURO

En cincuenta años, la Ciudad de México pasó de dos a 18.5 millones de habitantes, lo que supone un crecimiento de la mancha urbana no sólo en espacio sino también en términos de densidad. La invasión a lugares de gran importancia ecológica es cada vez más frecuente, mientras que el agua extraída del subsuelo es mayor de la que es capaz de recargar. Lo que se traduce en una paradoja: escasez del líquido durante la primavera e inundaciones en verano. El proyecto Ciudad Futura, expone Kalach, es una opción integral para los grandes problemas de la metrópoli. “La recuperación hidrológica de la cuenca de México significa el reencuentro de la ciudad con su geografía, con el origen de su historia y probablemente la única posibilidad de garantizar su futuro. Es, además, un paso fundamental hacia la comprensión y el aprovechamiento de los recursos naturales y humanos en todo el país”.

La columna vertebral de Ciudad Futura es la recuperación del Lago de Texcoco para convertirlo en un nuevo parque metropolitano conformado por un gran sistema de lagos, que a su vez tendrá unos litorales tres veces más grandes que la bahía de Acapulco. Se tiene contemplado crear una serie de islas geométricas similares a las chinampas, así como la generación de áreas de reserva ecológica. Se plantea, también, la construcción del aeropuerto en la isla más grande y rodearlo de un paisaje lacustre. Todo ello conectado por distintas vialidades y calzadas. Sólo mediante un gran ejercicio de imaginación es posible visualizar lo que podría ser un nuevo DF.

Juan Palomar asegura que todo ello es posible: “Es un proyecto viable porque se puede desdoblar en una serie de acciones. Hay que encontrar la manera del solventar los costos, pero lo más importante es instalar el tema en la agenda pública. Convencer a la sociedad civil y al gobierno de que realmente es un proyecto que atañe a más de veinte millones de mexicanos y que incide en la mejoría de su calidad de vida. Con un gasto no demasiado elevado en cuatro o seis años se podría tener una extensión de cuatro o cinco hectáreas hidratadas del Lago de Texcoco. Esto como un primer paso que ya supondría también una reconversión en la manera en que se trata el agua pluvial. Para que concluyera totalmente se requieren varias décadas”.

Alberto Kalach reconoce que llevar a la práctica Ciudad Futura implica un cambio de mentalidad de la sociedad en su conjunto: “Es responsabilidad nuestra construir y buscar alternativas, no quedarnos con los brazos cruzados. Este proyecto supone un cambio de perspectiva en nuestro país. Técnica, económica y socialmente es muy viable para cambiar hacia un derrotero más optimista y amable. Nuestro desarrollo no ha sido orquestado, sino anárquico. De lo que se trata es de retejer las zonas inconexas de la ciudad y prever los desarrollos futuros. Afortunadamente la ciudad ya no crece al ritmo de los años setenta pero aun así hay que ver el futuro de manera más planificada”.

En el papel, el trazo luce impecable, pero ¿qué ha impedido pasar de las palabras a los hechos? González de León, es quien toma la palabra: “El cortoplazismo, es necesario romper ese ciclo. Éste es un programa a largo plazo pero muy flexible. Implica muchas acciones pero que no requiere de un orden preciso, se pueden empezar por cualquier lado. Hace falta voluntad política. Ahora que el país está azotado por la violencia se requiere de un plan que nos dé un horizonte de esperanza, tranquilidad y mejor vida. Con ideas de desarrollo urbano a largo plazo se contrarresta el pánico en la gente. Si sólo se tiene una guerra y no planes que favorezcan a la gente, no sirve de nada. La naturaleza es persistente y la hemos traicionado, ella sigue trabajando duro y nosotros la hemos olvidado”.

En la misma línea comenta Juan Palomar: “Distintos actores políticos han comprendido la magnitud y la trascendencia del proyecto, lo que hace falta es focalizar el tema de manera que puedan encontrar la forma de aterrizar acciones inmediatas. Hemos hablado con todos los niveles de gobierno, pero falta la voluntad política que concrete y avance de manera decidida e independientemente de los tiempos y de las ambiciones de tal o cual partido. En ese sentido, es fundamental la presión de la sociedad civil en la búsqueda de un desarrollo más inteligente y pertinente para una ciudad aparentemente encerrada en un callejón sin salida. Tenemos una urbe muy vasta que ha vivido durante muchas décadas peleada con su propio territorio, con una lectura defectuosa e inmediatista respecto a sus posibilidades. Una nueva lectura de la geografía y los recursos naturales, a través de un adecuado manejo hidráulico puede redireccionar el desarrollo de la Ciudad de México de manera más eficiente”.

“Me la imagino una ciudad con más espacios públicos, donde el Lago de Texcoco sea el espacio público más importante, tres veces más grande que la bahía de Acapulco con su consecuente litoral de cerca de 80 kilómetros”, piensa Alberto Kalach, mientras dibuja ante sus ojos el presente de Ciudad Futura. Sabe que si consiguen concretar el proyecto, no le tocará inaugurarlo. Sin embargo eso no le apura, lo que le quita el sueño es que si en verdad las ciudades hablan y son reflejo de sus habitantes, más adelante nos arrepintamos de no haber atendido a su llamado.

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