EDMOND FLEG

A veces, hijo mío, cuando recorro un museo y me detengo ante los cuadros, esculturas, muebles, armas, cristales, mosaicos, vestimentas, adornos, monedas, y joyas provenientes de todos los lugares y de todos los tiempos, en paredes, pedestales y vitrinas, clasificados, numerados y marcados, sueño que alguno de mis antepasados pudo haber visto, tocado o admirado algunos de estos objetos…en el mismo lugar y tiempo que fueron fabricados para el uso, para el trabajo, para el consuelo o para la alegría del hombre.

Esa puerta de herrajes grises, entre dos álamos, que se ven en aquel cuadro de marco dorado, es la puerta de la Sinagoga de Ginebra a la que mi padre concurría para orar. Y allí, ese puente sobre el Rhin, me recuerda a otro puente por el que transitaba mi abuelo de Huningen . Y el abuelo de mi abuelo, ¿Dónde vivió? Acaso, el descansar de sus fervorosas calculaciones con sus números místicos de la cabalá, contemplara a través de los melancólicos vidrios de su ventana, los trineos que se deslizaban sobre las nieves de Alemania o de Polonia.
¿Y el abuelo del abuelo? Quizá fuera el que pesaba el oro en el Ghetto de Amsterdam, pintado por Rembrandt.

Tal vez, uno de mis antepasados haya tomado de aquella copa de vino al retornar a su hogar, luego de haber librado las enseñanzas de su maestro Rashi en la Escuela de Troyes en Champaña. Uno de mis ancestros pudo haberse sentado en ese sillón, ornado con aplicación de jade. Uno de mis antecesores pudo ser aquel condenado que es conducido a su auto de fe por ese monje encapuchado que enarbola una cruz de Castilla. Uno de mis ascendientes pudo haber visto a sus hijos aplastados bajo los cascos del caballo de este cruzado, cuya armadura tanto refulge en el cuadro.
Esas coronas de plumas ¿Fueron colocadas en las manos de algún otro antepasado mío, por un indígena americano? Aquellos marfiles africanos o aquellas sedas de china, ¿Fueron compradas por otro de mi sangre, a orillas del río Congo o del Amur, para ser revendidos en las playas del Ganges o en los Canales de Venecia?

Uno de ellos cultivaba la llanura del Sharon, arado endurecido por el fuego, mientras que otro subía al Templo con alguna de esas canastas de mimbre para depositar su ofrenda.

Cuando ese mármol -de la época de Tito-ornamentaba una calle de la Roma Imperial, uno de mis antepasados, encadenado al carro triunfal del Emperador, se arrastraba tras él en el Foro con los pies sangrantes.

¿Y esos magos barbudos, de orladas vestimentas, que se hallan entre aquellos dos toros alados, con perfiles humanos? Debajo de sus pies prepotentes, uno de mis antepasados respiró el polvo de Babilonia. ¿Y aquel faraón de pórfido, que tiene las manos apoyadas sobre sus muslos achatados?

¡Quién sabe si alguno de sus antepasados no inclinaba ante él su cerviz, antes de tomar sus bártulos, para seguir a Moisés, camino de la tierra prometida? Y ¿Quién puede asegurar que ese ídolo de Samaria, de ojos esféricos y mandíbulas triangulare, no sea el ídolo que destruyó a Abraham cuando dejó su hogar en Caldea, obedeciendo a su Dios invisible?

Sí, desde aquél padre remoto, hasta el autor de mis días, todos esos padres me han transmitido una verdad…Una verdad que corría por sus venas y corre por las mías.

¿No he de transmitirla, pues, con mi sangre, a mis descendientes
¿Aceptarás esa verdad, hijo mío? ¿La transmitirás? ¿Acaso querrás
abandonarla?

En tal caso, no podrás reprochártelo. Yo sería culpable de no haberte llegar la verdad de mis antepasados, del mismo modo como yo la recibí. Pero, independientemente de si tú la abandonas o la cultivas, Israel seguirá marchando hasta el fin de los días….