JULIAN SHVINDLERMAN EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

¿Quién hubiera imaginado que el suicidio a lo bonzo de un tunecino desesperado dispararía revueltas en una docena de países árabes, provocaría la caída de dos gobiernos y una intervención militar mundial en un tercero? ¿Quién hubiera concebido, apenas poco tiempo atrás, que manifestaciones populares en el Medio Oriente se verían libres de las consignas anti-norteamericanas y anti-israelíes tan típicas y que se enfocarían en su lugar en los propios monarcas y presidentes vitalicios? ¿Quién hubiera anticipado que luego de décadas de fallidos y apasionados proyectos -panarabismo o islamismo- los habitantes incursionarían en un inédito (y todavía incierto) activismo democrático?

“Las grandes revoluciones que nos sorprenden a primera vista deben haber estado precedidas por una revolución calma y secreta en el espíritu de la época…” escribió Hegel, “… especialmente imperceptible a los contemporáneos, y tan difícil de discernir como de describir en palabras”. Hegel veía en la falta de familiaridad con ese aspecto espiritual de la revolución “lo que hace que los cambios resultantes sean asombrosos”. Y decididamente asombrosos han sido los resultados, por el momento, de estas movilizaciones árabes. Revolución es una palabra demasiado grande para lo que estamos presenciando: no se percibe una ideología unificadora de las masas, ni líderes nítidamente identificables, ni una visión, o si quiera una propuesta, abarcadora de qué nuevo estadio se aspira a alcanzar. Pero ciertamente estamos ante unas revueltas significativas contra la represión política, el subdesarrollo económico, la postergación social y a favor de la libertad, la prosperidad y la democracia.

El Medio Oriente árabe es una de las zonas más corruptas, inestables, violentas y a la vez poblacionalmente joven del planeta. La edad promedio es de veintiséis años. Por demasiado tiempo, sus gobernantes eludieron realizar reformas políticas y económicas y culpar de todos los males internos a fuerzas externas. El “imperio americano” y el “ente sionista” han sido los blancos preferidos de autócratas ineficaces e incapaces de brindar soluciones reales a las necesidades de sus pueblos. China ofrece un contrapunto interesante. Pekín sostuvo un sistema político dictatorial donde la elite miembro del Partido Comunista gobierna con mano de hierro a más mil millones de personas que aún desconocen la brisa de la libertad. Pero económicamente, China adoptó reformas importantes que le han dado un crecimiento apreciable. Las naciones latinoamericanas ofrecen el contrapunto inverso. Cada nación es singular, pero en términos generales podemos ver que la región, aún cuando ha hecho esfuerzos económicos diversos, todavía tiene brechas sociales escandalosamente amplias. Sin embargo, América Latina hizo una transición de la tiranía a la democracia de manera generalmente pacífica y bastante exitosa. Pero los gobernantes árabes eligieron ni reformarse política ni económicamente, ni dieron señales de hacerlo en el futuro cercano. “Para millones de personas que concluyeron que sus sueños de vidas mejores expirarían incumplidos”, observó el autor Zachary Karabell, “nada podía ser peor que el presente”.

Las masas árabes ya no están dispuestas a consumir la retórica oficial. “No permitiremos que estos cristianos vengan por nuestro petróleo” bramó Muhamar Gaddafi ante la inminencia de la intervención internacional. Pero los opositores pidieron por asistencia externa para dar combate al régimen de todos modos. En Yemen, el presidente Alí Abdullah Saleh aparentemente permitió a grupos afiliados a Al-Qaeda tomar posesión de una fábrica de municiones, la que fue rápidamente explotada, en un intento de sugerir que si él se va, los fundamentalistas ingresarán. Après moi le déluge, lo mismo que enunció Hosni Mubarak al presentarse como el único líder posible para Egipto… por treinta años. Y en Irán, único bastión chiíta no árabe de la región, los ayatollahs ya no saben que hacer retóricamente para justificar su apoyo a los rebeldes árabes que desafían a sus enemigos sunitas históricos y simultáneamente reprimir manifestaciones democráticas en su propia nación, sin caer en contradicciones insalvables.

Se ha dicho de las guerras que se sabe siempre como comienzan pero nunca como terminan. Una definición en la que caben perfectamente los acontecimientos actuales del Medio Oriente. No obstante la incertidumbre del destino de esta realidad, la determinación colectiva de los árabes de comenzar a mirar dentro de sus sociedades y dejar de obsesionarse con los sospechosos usuales externos es un desarrollo tan inesperado políticamente, como necesario culturalmente.