MARIO NUDELSTEJER T.

Relato de un brigadista mexicano

-¡A la Hora “D”, camarada!- me dijo el Comandante Molojest sincronizando nuestros relojes luminosos.

-Cuida tus lanchas y lleva a tus hombres a la victoria. ¡Buena suerte!

Eran las ocho de la obscura noche del 24 de julio de 1938, cuatro horas antes de que diera principio la batalla más grande de la guerra española, la Batalla del Ebro.

El combatiente fue Néstor Sánchez Hernández. Este relato fue la primera lectura por la que muchos iniciaríamos por tener una visión distinta de España, ya no la de tierra de gachupines, sino la de seres humanos que sufren igual que cualquiera en esas condiciones.

El autor de esas memorias nos regaló sus recuerdos completos en el libro: Un mexicano en la Guerra Civil Española y otros recuerdos.

De las batallas que recuerda el autor, la que destaca es la del Ebro. Sus recuerdos, junto con las hazañas militares, también incluyen los momentos de convivencia en las Brigadas Internacionales y con los españoles a quienes apoyaban en la defensa de la República ante el alzamiento de los generales encabezados por Francisco Franco, quien gobernó España mediante una dictadura.

Avanzada la guerra y cumpliendo acuerdos, la República decidió la salida de la Brigadas Internacionales. Antes de salir de España, los combatientes de esas Brigadas desfilaron en Barcelona. Néstor Sánchez desfiló portando la bandera de México. Luego salieron.

A su regreso a México, los combatientes entre los que venía Néstor Sánchez, fueron recibidos por líderes del Partido Revolucionario Institucional como héroes, sólo en el discurso, ya que no les otorgaron ningún apoyo. Recuerda el autor sus andanzas en la ciudad de México para conseguir un trabajo con el fin de poder vivir. Al conseguirlo, lo alternó con el estudio autodidacta. Fue empresario productor de paletas heladas. Viajo y vivió por temporadas en varias ciudades. Después ingreso al diario Novedades como reportero, y se retiró: Regresó a Oaxaca.

Fundó la revista Oaxaca en México y, ya residente en la capital oaxaqueña, fundó y dirigió el diario Carteles del Sur, que ya no se edita. Fue agredido por lo que escribía y publicaba. Éste era el diario que se leía esporádicamente en todo hogar del Estado oaxaqueño.

También compartió su acervo periodístico: En 1972, fundó la Hemeroteca Pública de Oaxaca, ésta ahora lleva su nombre. A esa hemeroteca acudían estudiantes a leer los diarios, y estaba entonces en unas salas del edificio del

Teatro Alcalá; ahora se ubica en el Centro Cultural Santo Domingo.
Lenguaje sencillo, como escribía Néstor Sánchez en Carteles del Sur, es el de sus memorias en este libro que nos acerca a un capítulo de la historia de España que le causó una gran herida que, a más de siete décadas, no termina de sanar.
Néstor Sánchez Hernández nos legó a los mexicanos una lección de dignidad, de solidaridad, de lucha contra el fascismo. Una lección de dar, y darse inclusive a riesgo de perder la vida. Nos legó su acervo en la Hemeroteca de Oaxaca, de las pocas que hay en la República Mexicana. Y nos legó su ejemplo de valor.

Título: Un mexicano en la Guerra Civil Española y otros recuerdos

Autor: Néstor Sánchez Hernández (1918 – 2001)
Editorial: Carteles Editores
Edición: Segunda. Abril de 2005.

Leí en El País, editado en Madrid y que por las maravillas de la tecnología se puede adquirir en su formato impreso en esta ciudad, que una investigación permitió identificar a unos 850 republicanos fusilados y enterrados entre 1937 y 1948 en una fosa común en Santander, pequeñas historias de hijos y nietos que no sabían de sus padres y abuelos. Para esos fusilados ya hay un monumento en el cementerio Ciriego, sus descendientes han mostrado cartas que escribieron antes de ser fusilados por la dictadura franquista. También el suplemento Babelia publicó, con el título “Retrato de una miliciana extremeña” de María de la Luz Mejías Correa, esa reseña.

Otro es un relato de las vicisitudes de un Brigadista judío de los Estados Unidos:

Alejado siete mil kilómetros de casa, David, “Duddie”, Lipton hizo una pausa en su labor de soldado para dejarse ir en un buen llanto. Pareciera que fue solo ayer que había pasado casi seis semanas sumergido en una obscura reflexión para unirse a los esfuerzos de la guerra. No era realmente del tipo miliciano pero, tras meses de insomnio nocturno pensando en el futuro, determinó que todo aquel apoyo moral y financiero internacional a la lucha de la democracia en España no eran suficientes. Corría el año de 1938 y las primeras fuerzas antifascistas del orbe estaban recibiendo sus primeras golpizas en el campo de batalla.

En ese trance, mientras reponía fuerzas en un compás de la batalla, escribía: “Queridos; queridos, amados; queridos mamá y papá: Estoy sentado en una montaña, entre viñedos y árboles de olivo cubiertos por la sangre de España. Miro el atardecer y lloro, lloro y lloro”, penaba Lipton, en Yidish.

En esos momentos los jóvenes americanos se enfrentaban cara a cara con la Guerra Civil Española, miles de tantos jóvenes, mujeres y hombres judíos de todo el mundo, muchos de ellos de habla yidish, se habían sumado  vehementemente a las Brigadas Internacionales.

Continuaría suplicando el perdón y comprensión de sus padres, así como solicitando paquetes de productos de aseo personal y tabaco, chocolate y comida enlatada. Pero, tres semanas más tarde, antes de que su carta del 10 de julio arribara, Lipton caería en batalla. Aunque su carta sobrevivió, no así muchos detalles sobre las vidas de sus compañeros judíos en las Brigadas Internacionales han visto la luz. La mayoría de los historiadores que han reseñado la Guerra Civil Española, no han documentado la experiencia judía.

Parte de la razón para la escasez de información era que los voluntarios judíos no se enlistaban bajo una enseña judaica. En su lugar, muchos se identificaban como socialistas, comunistas, anarquistas, radicales, o simplemente liberales que se habían unido, como extranjeros, contra Franco y sus aliados fascistas: Mussolini e Hitler.

Muchos, o la mayoría, hablaban Yidish, pero se sentían como buenos comunistas, de acuerdo a sus unidades nacionales. Fueron a combatir por la democracia y contra Hitler. Algunos soldados judíos ya estaban en España aun antes que se desatara la guerra.

En 1936, con motivo de las Olimpiadas que se celebrarían en la Berlín de Hitler, otra Olimpiada de Protesta se había organizado en Barcelona, respaldada por académicos, liberales e, incluso, líderes religiosos opuestos a Hitler. Un número de los atletas judíos que arribaron de naciones de todo el orbe –incluidos 22 de Palestina bajo Mandato Británico–, decidieron quedarse y unirse a las fuerzas antifascistas.

No todos los voluntarios eran combatientes. También hubieron cifras de médicos y enfermeras, pilotos, técnicos, y administradores. Un 60 por ciento de médicos y enfermeras, mujeres y hombres, eran judíos; en las Brigadas estaban integrados a docenas de unidades, en 1936. Durante el primer año de la guerra un número de miembros de habla Yidish cabildearon, en 1937, para conformar una unidad independiente. En diciembre de ese año fue re-nominada la Segunda Compañía del Batallón “Palafox”, de la Brigada polaca “Dombrowski”.

La nueva Compañía Judía “Naftali Botwin”, se convirtió en la primera unidad antifascista de habla Yidish en la historia. La Compañía –nombrada a la memoria de un joven miembro del encubierto Partido Comunista Polaco, que había sido ejecutado–, también publicó seis números de un boletín en Yidish, cubriendo los hechos de la guerra.

“El que, tal vez, esta Compañía sea poco conocida para los historiadores militares –o historiadores en general–, es entendible pues poco, si acaso algo, ha aparecido en Inglés sobre los Botwin; y lo que se ha publicado está tanto en Francés como en Yidish”, escribió Benis Frank, historiador en jefe de los US Marine Corps, en un informe de 1992.

Entre los más de mil  miembros de la “Botwin”, hubo algunos no judíos, incluido un griego americano que sentía cierta afinidad por otro “antiguo pueblo”; un polaco étnico de habla Yidish, y dos árabes, uno que era panadero y había aprendido Yidish en su ciudad natal, de acuerdo al informe de Frank.

Muchas de las unidades internacionales, incluida la “Botwin”, estaban mal entrenadas y equipadas, y escasas de implementos. Como resultado, sufrieron devastadoras pérdidas humanas –contadas en millares. En tanto algunos voluntarios del extranjero inicialmente se volcaban a substituir las bajas en batalla, su número se vio dramáticamente reducido conforme el mundo se dio cuenta que los miembros de las Brigadas Internacionales fallecían uno tras otro.

Después de caer el gobierno leal a España y que sus fuerzas fueran derrotadas en enero de 1939, muchos de los judíos sobrevivientes de las Brigadas Internacionales se convirtieron en apátridas. Conforme la influencia de Hitler crecía, ya no era seguro para los judíos alemanes, austriacos, italianos, rumanos y de otras naciones de Europa retornar a sus hogares; a algunos se les había retirado la ciudadanía. Los refugiados judíos se unieron a los cientos de miles de españoles que viajaron, únicamente a pie, a Francia, y terminaron en campos de internamiento.

Así como la Guerra Civil Española se confundía con la Segunda Guerra Mundial, muchos sobrevivientes judíos de las Brigadas Internacionales morirían en los campos de concentración nazis; otros se unirían a la resistencia subterránea.

Mientras medio millón de personas murió en la Guerra Civil Española, y el fascismo rigió hasta el deceso de Franco, en 1975, los miles de voluntarios en las Brigadas Internacionales, y 7 mil o más judíos entre ellos, hicieron historia.

Nahum Sofer, de Haifa, tenía tal intención de combatir el fascismo que, incluso después de haber sido herido en la Guerra Civil Española, se enfrentó a los doctores con objeto de volver al frente. Un documento apareció, y constata que los médicos le forzaron a firmar, diciendo que abandonaba el hospital en contra de sus recomendaciones. También se encontraron docenas de fotografías, incluida una de las Olimpiadas de la Esperanza, de Barcelona en 1936, en que aparece el atleta polaco judío Emanuel Mink, quien permaneció ahí para convertirse en uno de los primeros combatientes antifascistas, que ganó un rango en la “Botwin” y, tras sobrevivir la Guerra Civil Española, terminó sus días en Auschwitz, asesinado. Asimismo un álbum de fotos muestra a los judíos de Palestina y a Ali Abdel Halik, el árabe palestino de habla Yidish, en la Brigada “Botwin”.

Por lo que respecta a Duddie Fisher, cayó en batalla durante los principios de agosto de 1938, antes de que sus padres tuviesen tiempo de enviarle chocolates o aceptar sus disculpas. Pero, verlo fotografiado bajo un árbol de olivo, llorando ante sus padres con esa carta de julio 10,  nos remite a reflexionar que él, como muchos otros, continuará muy en vida, en la memoria de su pueblo y en la del pueblo español.

Por su parte, Milagros Latorre Piquer, quien se refugió en la URSS y también lo pasó mal trabajando de sol a sol, dice: “Así no podíamos continuar, no me llamaban de la embajada y la salida del país no la veía muy clara. Fuimos a hablar con el director de la fábrica de conservas; era judío, muy agradable y comprensivo. Le expusimos nuestro caso y nos dijo que no podíamos estar sin trabajo, por lo tanto que fuéramos al día siguiente y él nos diría qué hacer, Ya formamos parte del joloyilnik. (…) además nos dieron de comer mucho mejor que en la fábrica anterior. De sopa nos dieron borsch, la sopa de verduras típica rusa y además la papilla que comimos durante toda la guerra”.

Carmen Romero describe en esta obra: “Mi padre y el ex Director General de Seguridad de España, Francisco Buzón, fueron llevados al campo de concentración de Gurs (en Francia, aclaración del recopilador), donde seleccionaban a los judíos que serían enviados hacia Alemania, para su exterminio en las cámaras de gas. Mi padre y yo a Grénade sur Adour, pueblecito de los Bajos Pirineos, próximo a Pau. Estábamos confinadas en el único hotel del pueblo, bajo vigilancia de de una pareja de gendarmes alsacianos, ansiosos de que pronto toda Francia fuese ocupada por los nazis, y que parecían querer vengar en nosotras cuanto estaba tardando lo que deseaban… Cuando podía, me comunicaba telefónicamente a la Legación de México, con Don Gilberto Bosques (quien por cierto ha merecido ser nombrado Justo Entre las Naciones en el Instituto jerosolimitano Yad VaShem, por su salvamento de miles de judíos franceses y, por supuesto, de españoles. Nota del recopilador), al que estaré eternamente agradecida por sus gestiones en agilizar los trámites para nuestro salvoconducto y documento de identidad, y viaje que nos permitirían nuestra llegada a México”.

En adelante, Carmen Romero señala que: “Al fin, después de casi una semana de espera, llego el barco procedente de Lisboa.

“El Nyassa, trasatlántico de 9,000 toneladas, durante la guerra hizo tres viajes a México transportando refugiados. Nuestro viaje en mayo, erróneamente se piensa que fue el primero. En realidad el primero fue fletado en enero de 1942 desde Marsella por un comité israelita. Al no completar el cupo debido a dificultades migratorias que se les presentaron a los judíos, al llegar el Nyassa a Casablanca el 30 de enero, pudo recoger a 136 españoles que estuvieron en posibilidades de pagarse el viaje por sus propios medios…

“Llegaron a México el 3 de marzo, o sea que el viaje fue el más largo de los tres. No se ha considerado el primer Nyassa, por ser mixto, no colectivo. El tercer Nyassa, o sea el último, también fue el último barco que llevó a México refugiados españoles en forma colectiva, llegó a Veracruz en septiembre de 1942”.

La idea del desarraigo muerde, más aún el sentirse traicionero de los ideales. Así, Leonor Sarmiento echa una mirada al espíritu del pasado y menciona que: “Desde Bellver mamá escribió a un tío suyo que vivía en México, quien ya antes de la guerra había hecho ofertas a papá para que fuera allá con un buen empleo en la industria que tenía. El tío Manuel, que así se llamaba, contestó rápidamente enviando un visado para venir a México toda la familia. Papá no lo pensó mucho; decidió que salir entonces era desertar, y allí nos quedamos esperando las consecuencias”.

Begoña Alonso, quien con parte de su familia terminó en el campo de concentración de Rivesaltes, relata: “La enfermería era una pesadilla. Allí estaban reunidas todas las nacionalidades: judías austriacas, alemanas, católicas polacas, y las españolas. Y todas las enfermedades, hasta demencia. Recuerdo un incidente precisamente con una mujer loca. Era alguna festividad judía y con ese motivo, habían prendido velas. No tenían ninguna Menorah. Y esta pobre señora armó el gran escándalo porque decía que ella no estaba muerta, que no quería que le prendieran velas, y que si venían a llevársela al otro mundo no se iba a dejar. Armó tanto alboroto que se la tuvieron que llevar.

En adelante, las perspectivas se iban aclarando y su cercanía a la difícil emigración parecería una bendición: “Dejar aquel infierno era tener mucha suerte. Y, efectivamente, un día salimos de ese triste lugar. El señor Raspail y su esposa nos invitaron a su cas a comer y después nos llevaron a la estación de ferrocarril (…) Después de dos años de cautiverio, por fin nos sentíamos libres; aunque no tanto porque teníamos que ir a Bonne Part, no a cualquier hotel, y allí esperar hasta que embarcáramos. Bonne Part era un pequeño hotel que en otros tiepos fue bueno. Conservaba algo de ese señorío, aunque las habitaciones estaban repletas de refugiados judíos y españoles. Allí alojaban sólo mujeres. A los hombres, mi padre entre ellos, los mandaban al campo de Milles en las afueras de Marsella”.

En referencia al penoso trayecto de desarraigo y migración forzada, María Magdalena Sans nos ilustra: “El camión siguió camino a la línea de fuego. Ya, desde este momento, nuestra retirada iba a ser caminando. Nos quedamos a la orilla del puente. Éramos muchos e hicimos una fogata para calentarnos un poco. Era de madrugada y nuestros hombros estaban llenos de escarcha. Serían las cuatro de la mañana cuando corrió la voz de que desalojáramos el puente y fuéramos a guarecernos bajo los árboles porque, en poco tiempo, volvería la aviación franquista a bombardear y ametrallar toda el área del puente. Así sucedió, como todas las mañanas. Cuando volvió la calma, emprendimos la marcha de nuevo en dirección a la Junquera. El Socorro Rojo Internacional y la Cruz Roja tenían, a lo largo de las carreteras que daban acceso a Francia, unos puestos surtidos de sándwitches y leche (…) Conforme íbamos avanzando más, más eran los bultos y maletas tirados al borde de las carreteras. Eran las pertenencias de otras personas que, no pudiendo seguir con tanta carga a cuestas, se iban desprendiendo de ellas (…) La mayoría éramos catalanes. Quedaban restos todavía de los integrantes de las Brigadas Internacionales y de otras regiones de España”.

De los rescoldos que aún permanecían bullendo en el alma de los desplazados, Guillermina Medrano señala que: “…Pocos lograron salir de España íntegros físicamente. Muchos quedaron enterrados en suelo español, símbolo de la fuerza de los ideales. Años después, cuando las persecuciones en los EE. UU., durante la era de McCarthy, tuve ocasión de hablar con uno de ellos en Maryland. Durante mucho tiempo estos heroicos luchadores tuvieron que esconder su pasado como miembros de las Brigadas Internacionales (pues se les consideraba comunistas. N. del R.), para poder librarse de la persecución en aquella época de triste recuerdo”.

Y Genoveva Pons Rotger concluye esta obra mencionando enfática: “España había sido el primer campo de batalla, y todavía quedaban en ella, en sus cárceles, personas que penaban por sus ideales pero, como nuevas crueldades se iban descubriendo en los campos de concentración alemanes, lo pasado en España se iba convirtiendo en historia. De todas formas, entre los que éramos sobrevivientes de nuestra guerra, la esperanza se iba convirtiendo en agotamiento.

“Continuaban las persecuciones. Como estábamos <<fichados>> la policía violaba nuestros hogares a cualquier hora siendo ello causa de redadas en las que nos veíamos incluidos”.

Y si miramos en retrospectiva, la reflexión que nos asalta se vuelca hacia la comprensión de que, si estas han sido solo unas cuantas historias, en lo global y desde el inicio de la infame guerra en España hasta el término de la Segunda Guerra Mundial, el horror nos puede asaltar ya que, por menos que se quiera uno ver inmerso en este dolor, queda solamente concluir que durante casi una década, el mundo estuvo de visita en el infierno. Un infierno que los extremismos y los excesos se trastocaron maldiciendo a la humanidad.

Sin embargo, también es ejemplo de que en casos extremos los seres humanos buscamos el calor del gregarismo social, nos cohesionamos con nuestros congéneres y, ahí, es donde surge el heroísmo y la filantropía, la conmiseración y la empatía que debieran ser una constante en toda sociedad con buena voluntad.