ESTHER SHABOT EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

El número de víctimas mortales durante la Segunda Guerra Mundial se calcula entre 35 y 50 millones de personas, incluyendo militares y civiles. Las pérdidas humanas para muchos de  los pueblos afectados fueron tan grandes, que dejaron un gigantesco hueco demográfico en la siguiente generación. Para el pueblo judío, el Holocausto perpetrado durante esa guerra significó, en primer término, la desaparición de 6 millones de hombres, mujeres y niños, o sea, un tercio de sus integrantes. Así, de 18 millones de judíos en el mundo antes de la guerra, su número se redujo a 12 millones. El exterminio llevado a cabo por la maquinaria nazi, obsesionada por su ideología antisemita y racista, acabó por ejemplo, con las vidas de 3 millones de judíos polacos y 1.5 millones de judíos rusos, borrando con ello todo un entorno cultural y social que por entonces constituía uno de los centros más vibrantes de vida judía.

Si bien el pueblo judío había padecido en siglos anteriores la hostilidad y la persecución emanadas de una judeofobia de raíces eminentemente religiosas, el nacionalsocialismo cimentó su empresa de exterminio en biológico racial para la cual los judíos eran seres subhumanos, ubicados en el nivel más bajo de la clasificación construida por las teorías raciales, tan en boga desde fines del siglo XIX.

Para esta línea de pensamiento, la implantación triunfal de la civilización aria exigía como requisito principal, la eliminación total de los judíos de la faz del planeta, comenzando por supuesto, con los que habitaban en los  territorios europeos que paulatinamente se iban agregando mediante la conquista  militar a los dominios del Tercer Reich. No se aducían pues razones políticas, militares o económicas, sino que el afán de exterminio estaba sustentado primordialmente en consideraciones raciales cuyos parámetros, por cierto siempre fueron imposibles de definir de manera fundamentada por los “científicos nazis”.

El continente europeo contaba hacia 1939 con una población judía que oscilaba entre los 9 y los 10 millones. A partir del inicio de la guerra , el violento traslado de los judíos a los ghettos donde se les hacinó y diezmó, su posterior deportación a los campos  de concentración y exterminio para su asesinato por gas u otros medios, y las acciones de lo Eintzangruppen (escuadras de fusilamiento en el frente ruso dieron como  resultado que al final dela guerra, sobrevivieran en Europa sólo 3.5 millones de judíos.

Únicamente las comunidades de países como gran Bretaña, Bulgaria, Suiza, Suecia y Noruega sobrevivieron más o menos íntegras. De esa forma, Europa como continente en cuyo seno vivía desde hace centurias la mayor concentración judía del mundo, pasó a ser hacia 1946, el mayor cementerio del pueblo hebreo, un espacio en el que la vida judía y su tradición milenaria quedaron reducidas tan sólo a ciertos islotes que con el tiempo se irían debilitando aun más a causa de la emigración voluntaria y una baja tasa de natalidad. En la actualidad, la población judía europea alcanza si acaso, una cifra que oscila alrededor de 1.5 millones de personas.

Puede afirmarse así, que el mapeo de la demografía judía sufrió una transformación radical a causa de la Segunda Guerra Mundial. Tales cambios se verían a su vez incrementados mediante un proceso que en otras regiones, significaría también una intensa sacudida. A partir de 1984, con el nacimiento del Estado de Israel y el conflicto suscitado por ello con el mundo árabe en general, antiquísimas comunidades judías que por siglos y aún m ilenios habían residido en tierras del islam, se vieron obligadas a abandonar intempestivamente sus hogares, trasladándose en su mayoría hacia el joven Estado de Israel y, minoritariamente, hacia otros lugares. Esta situación, junto con los procesos de independencia política de varias naciones árabes en los 50´s y los 60´s dieron lugar, a causa del fervor nacionalista árabe, a una intensificación de la hostilidad local contra la población judía que, al igual que en 1984, tuvo que emigrar.

El resultado fue que en total, cerca de 800  mil judíos se convirtieron en exiliados, dando con ello lugar a que el mundo árabe –excepto en el caso de Marruecos donde permaneció una pequeña comunidad de 6000 miembros-quedara vacío de judíos.

Por otra parte, la segunda Guerra Mundial con su destrucción de las juderías europeas provocó que en noviembre de 1974, cuando en el seno de la Asamblea General de la ONU se votó la partición de Palestina para crear ahí un Estado judío y un Estado árabe, una mayoría de sus miembros, sensibilizados por el conocimiento reciente de los horrores perpetrados por las huestes hitlerianas, aceptara tal proyecto. Con 33 votos a favor-incluidos los de la URSS y otros países comunistas -, 13 en contra y 10 abstenciones, el Estado de Israel pudo proclamarse en mayo de 1948, y sobrevivir a la embestida de cinco ejércitos árabes que lo atacaron de inmediato.

Israel, como patria recuperada tras dos mil años de errancia fue así, en un principio, el único refugio y hogar posible para los sobrevivientes del Holocausto y para la mayoría de los judíos expulsados de los países árabes.

A 60 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, el cuadro de la distribución de los 13 millones de personas que conforman al pueblo judío es bien distinto al de antes de la guerra. Hoy, Israel y Estados Unidos albergaban alrededor de 5.3 millones de judíos cada uno, mientras que los restantes 2.5 millones están repartidos entre una veintena de naciones, ninguna de ellas islámicas, excepto en los casos de Marruecos, Irán  y Turquía donde aún permanecen pequeñas comunidades.

La magnitud de lo que significó Auschwitz, como emblema de una grave ruptura civilizatoria, incidió también en el surgimiento de nuevas posturas en la Iglesia católica y otras iglesias cristianas, para las que se impuso el imperativo moral de hacer un examen de conciencia ante la demonización de los judíos que durante siglos marcó la relación de la Iglesia con éstos. El papado de Juan XXIII, con el Concilio Vaticano II y la Encíclica Nostra Aetate, rompió abiertamente con esas añejas concepciones una vez reconocido el papel que las tradicionales enseñanzas cristianas acerca de los hebreos habían tenido en propiciar la estigmatización, persecución y violencia contra ese pueblo.

Juan Pablo II, como polaco testigo en su propia tierra de lo que fue “la solución final del problema judío”, prosiguió en la labor de construcción de relaciones cualitativamente diferentes con los judíos a quienes denominó con respeto “nuestros hermanos mayores”.

El Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial tuvo además muchas otras consecuencias, quizá más difíciles de apreciar que las cifras duras, pero igualmente dramáticas. El Trauma colectivo por la magnitud y forma en que se dio esta “guerra contra los judíos” ha sido inmenso. Los 6 millones de asesinados fríamente-entre  los que había 1.5 millones de niños-dejaron en los sobrevivientes y el resto de los judíos del mundo un sentimiento de abandono e inseguridad que sólo la existencia del estado de Israel ha sido capaz de paliar. La crisis ha sido también religiosa. La teología judía tradicional se vio sacudida hasta sus cimientos y aún ahora permanecen sin respuesta muchos de los porqués de esta catástrofe . La perplejidad y el dolor son así una herencia ineludible de ese periodo oscuro en el que, como bien lo expresó Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz 1986 y sobreviviente de Auscwitz, “no todas las víctimas eran judías pero sí todos los judiós fueron víctimas”.