MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ

“La tradición no es una estatua inmóvil,
sino una corriente viva que fluye
como un rio”.

Hegel

Hoy en día existen dos grupos principales de judíos que se dividen en ashkenazí y sefardí. Es precisamente este último grupo el minoritario, formado por aproximadamente alrededor de un quince por ciento de la población. En la actualidad no es extraño tropezarse con estos “Españoles de Oriente”, los que aunque sean de nacionalidad turca, egipcia, yugoslava, eslava, búlgara, etc., no tienen apellidos acordes con su nacionalidad o incluso no hablan como propio los idiomas de esos países, sino que continúan utilizando con una gran familiaridad el castellano antiguo como lengua materna y siguen llamándose “españoles”, aunque su segunda patria sea Israel. Los mismos judíos procedentes de Polonia o Alemania que emigraron a Israel han observado las diversidades étnicas, lingüísticas, históricas, folclóricas, etc., existentes dentro de la familia de Israel. Si es cierto que las comunidades de judíos en Madrid, Cataluña o Málaga están perfectamente integradas, haciendo aquellos que viven en Cataluña uso del idioma catalán para hablar entre ellos.

Sabido es que los sefardíes en los diversos países de los Balcanes mantuvieron el español; pero casi desde el principio se estableció entre ellos una diferencia. Adoptaron muy pronto un lenguaje especial; formaron una especie de koiné, que hoy es el judeo-español. Este dialecto que sostiene inalterablemente las palabras y giros del idioma español del siglo XV, se fue lentamente fusionando con vocablos y locuciones, hebreas, turcas o ya del lenguaje franco usado en las costas levantinas. Desgraciadamente, a través de los siglos, se ha desintegrado bastante y está en decadencia. Sería un error asumir además en otro aspecto, que el ladino es una forma de español que usaban los judíos sefarditas en el siglo XV, pudiendo ser solo interpretado como una lengua. En particular, la inmigración después del exilio inspira muchos debates sobre lo que significa ser judío sefardí y hablar el ladino.

Hoy en día, el exilio es más distante y por eso, el uso refleja el deseo de mantener a la cultura sefardí en vez de recrear la vida de los judíos en España. Hay muchísimos factores que luchan contra la lengua de los judíos sefarditas y es necesario ser activo y promover el ladino para evitar su pérdida.

Existió tanta mezcla, inclusive entre la nobleza, a través de siglos de convivencia en el antiguo Sefarad debido a la convivencia, que se puede asegurar que los sefardíes se diferencian étnicamente hablando de los españoles exclusivamente por la religión que estos practican.

Muchos españoles o portugueses descienden de los conversos ignorando estos sus raíces ya que fisonómicamente es imposible hacer alguna distinción. Hoy en día podríamos afirmar que el mundo cultural sefardí – hispánico esta en un estado terminal. Las nuevas comunidades sefardíes son fruto de las corrientes migratorias del pasado y otras posteriores, que están presentes en prácticamente todos los países occidentales. Estos sefardíes lo son vistos desde el ámbito genealógico, pero no desde el punto de vista cultural aunque exista una cierta corriente surgida en la última década, aun no han logrado que la lengua hoy en día en desuso siga viva – salvo, quizás, para la poesía -, siendo difícil encontrar sefardófonos practicantes por debajo de los cincuenta años.

Si España no hace nada por desarrollar la vida del judeo-español, a través de la enseñanza en los países donde en la actualidad concurren comunidades de estos “españoles sin patria”, el judeo-español sucumbirá pronto. España debería contribuir a la facilitación y posibilitación de la refundición del dialecto judeo-español hasta la altura del moderno castellano, con lo que los sefardíes tendrían accesibles los tesoros de su literatura y ciencia. Aunque en los últimos tiempos se han desarrollado actuaciones para realizar una aproximación a lo hispano – sefardí, queda aún mucho por realizar. Miguel de Unamuno apuntó unas palabras que son tan proféticas hoy por hoy como hace medio siglo cuando las escribió:

“…Mientras los judíos de Oriente conserven el habla española y en habla española, recen a su Dios, al Dios de Abraham y de Jacob, mientras viertan en español sus sentires y sus añoranzas, será su patria esta España que tan injusta y cruel fue con ellos. Podrá decir alguno que sólo buscan en el español un recio atadero que los una entre sí y a los hijos de Israel esparcidos por el Oriente, pero ese recio atadero que los una entre sí los atará reciamente a España”.

La palabra “judaísmo”, que suele sujetarse a la religión judía y que durante muchos siglos aludió a la apelada “nación judía”, hoy en día ha dejado de referirse meramente a una entidad etnicorreligiosa llegando a englobar una realidad sociológica, cultural y de identidad mucho más amplificada, rica e imbricada que la creencia monoteísta transmitida por el patriarca Abraham o la unicidad del antiguo pueblo semítico. En el siglo XX permanecieron floreciendo nuevas corrientes religiosas que fueron apareciendo, siempre mostrando un antagonismo doctrinal con la(s) anterior(es), que pretendían contribuir con respuestas novedosas y a ser posible, también con ciertas mejoras. Esta fragmentación continúa del judaísmo, próxima primero, a ciertos cambios socioculturales, pero también a grandes traumas (Shoah) ha ido determinando su recomposición. Hoy, desde un punto de vista sociológico, cabe hablar de un judaísmo de carácter plural que evidentemente conlleva una gran complejidad que no radica solamente en la diversidad de las corrientes y en sus diferencias, a veces muy sutiles, ya que las fronteras entre ellas llegan a ser muy finas y porosas.

Según los países donde se agrupe una gran concentración judía, una misma corriente puede ser y vivirse de maneras muy distintas. De este modo, la supervivencia del judaísmo fue un asunto de mantener y transmitir un conocimiento y de desarrollar ese mismo conocimiento a lo largo de los siglos, para poder adecuarlo a las cambiantes condiciones de los múltiples países en donde los judíos se emplazaban. Modos que incluso pueden considerarse como antagónicas. Si a ello, agregamos la diversidad de denominaciones de una idéntica corriente según los países de implantación, podremos comprender la dificultad de una mirada global y comparativa de este panorama de “los judaísmos”.

El judaísmo en España ha flanqueado la presencia discreta y monolítica a una realidad pluralista, reivindicada y con visibilidad cada vez más considerable en la vida pública, aunque relativamente restringido desde un punto de vista numérico-demográfico. La presencia judía en España es atenuada, si se contrasta con la presencia de otros colectivos religiosos no católicos presentes en la sociedad española. El primer núcleo —informal y no oficial— se afinco en Sevilla, oriundo de Marruecos, a finales del siglo XIX e inicios del XX (Caro Baroja, 1978: T3, 206-223). En 1918, unos judíos en Barcelona reflejaron por escrito para su posterior depósito ante las instancias administrativas oficiales los primeros estatutos internos de una comunidad organizada, iniciativa continuada por los de Madrid en 1919. A partir de los años setenta comenzaron a establecerse oficialmente como asociaciones israelitas culturales, evitando así el delicado problema religioso ya que en el país no existía por aquella época, otra confesión que la católica (Lisbona, 1993; Berthelot, 2005).

Por la década de los ´80, comenzaron surgieron una diversidad de publicaciones de carácter divulgativas y científicas, que acercaba a los lectores el pasado de los sefardíes, debido a la declaración por la UNESCO del Año Maimónides en 1985. Del mismo modo se originaron frecuentes manifestaciones artísticas de variada índole impulsados por ayuntamientos y asociaciones de relaciones culturales entre Israel y España. La apertura de diversos museos al igual que inauguración de diversas rutas turísticas que hacen referencia al legado hebreo del medioevo, consigue acercar la cultura judía tanto a su propia población como a los foráneos. Las conmemoraciones del Quinto Centenario de la Expulsión en 1992, dieron un fuerte impulso a la publicación de investigaciones históricas sobre Sefarad, y a la celebración de congresos, simposios, seminarios y jornadas de estudio y divulgación del pasado judío en España hasta la Expulsión.

En ese mismo año, y en el contexto de los actos del Quinto Centenario, el Parlamento de Cataluña condenó la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos y reconoció la obra cultural desarrollada en hebreo por los judíos catalanes como parte integrante de la historia y la cultura de Cataluña. Cabe por destacar el papel central que juega la actividad turística y de ocio en la puesta en valor del patrimonio cultural. La creación de itinerarios temáticos, folletería específica, señalización en las localidades, centros de interpretación, teatralización de las visitas, etcétera, para no hablar de la creación de museos, realización de festivales de música, de cine, de teatro, de jornadas gastronómicas y de otro tipo son herramientas de difusión que no se deben de menospreciar. Estas actividades incitan a la investigación histórica, filológica y social en un proceso de realimentación continua, y, sobre todo, acercan a las personas al conocimiento de un pasado y un presente que también les pertenece. Se va erigiendo así una percepción más valiosa de la realidad, y se impulsa una mejor comprensión de la multiculturalidad que hoy singulariza a nuestras sociedades.

En el ámbito religioso, el Concilio Vaticano II (1962-1965), lanzó a la Iglesia hacia el siglo XXI, promulgando la declaración ” Nostra Aetate “, con la que los católicos retiraron las acusaciones de deicidio contra los judíos. El papa teólogo Benedicto XVI afirmó que los judíos no fueron los culpables de que Jesús fuera condenado a muerte.

Desde la instauración de la Constitución, el Estado español dio pasos firmes para conseguir la equiparación progresiva del estatuto jurídico de las confesiones religiosas minoritarias. Fue en el año 1992 cuando se firman los acuerdos de cooperación con las distintas comunidades religiosas minoritaria, especificándose los derechos y obligaciones de las partes implicadas en materia religiosa. Según los dirigentes de las federaciones representativas de las diversas confesiones presentes, la firma de los acuerdos fue en su día un gran logro, pero en los años siguientes no se desarrollaron actuaciones suficientes como para seguir el crecimiento que conocieron las comunidades. Hasta el año 2004 no llegaron a desarrollarse los acuerdos y las relaciones con las minorías pactantes, donde se crea la Fundación para el Pluralismo y Convivencia, planteándose programas y proyectos de carácter cultural, educativo y de integración social de las confesiones minoritarias.

“En la España de hoy no se es judío como hace medio siglo, es decir, adoptándolo todo o en parte de la ortodoxia organizada (mayoritariamente sefardí), o al contrario, marginándose. Por motivos históricos en el imaginario colectivo de los españoles todavía persistía la idea de que los judíos “de” y “en” España eran solamente los de origen sefardí. Sin embargo, tal visión ocultaba el componente no hispánico del colectivo judío, es decir, los asquenazíes, procedentes de la Europa Central, países anglosajones y —la gran mayoría— América del Sur.

Dentro del conjunto ashkenazí, con la emergencia de nuevas corrientes procedentes del extranjero se han ido imponiendo en España nuevas maneras de ser judío, de definirse y afirmarse como judío: en el seno mismo del judaísmo doctrinario, respecto a las raíces y vivencias familiares, a la historia diaspórica o los vínculos con el Estado de Israel, todo ello teniendo en cuenta la rápida y profunda evolución de la sociedad española contemporánea. Estas identidades judías se combinan con las opciones de los individuos, es decir, ya no únicamente como judíos, sino también como ciudadanos (por ejemplo, homosexuales, parejas no casadas, familias recompuestas, mujeres integradas en el mundo laboral, etc.), borrando así las disociaciones interiores y disonancias que, a nivel individual y psicológico, uno podía sufrir por no estar en concordancia con las opciones judaicas establecidas”

Ser ortodoxo en España, en ciudades del siglo XXI, con pocos judíos tiene sus trabas que pueden manifestarse por ejemplo a la hora de poder acceder a los alimentos kosher, sinagogas rodeadas de contaminación acústica, carteles que anuncian en la sinagoga “a los voluntarios de protección comunitaria” si advierten algún acto sospechoso que amenace la seguridad, etc. En un mundo globalizado como el nuestro, las personas se aferran a su identidad como fuente de sentido de sus vidas. Los ortodoxos consideran la religiosidad como el elemento esencial del judaísmo; es la guía que debe regir la vida cotidiana pública y privada de cada judío. Con una gran variabilidad en cuanto al grado del cumplimiento real de los numerosos preceptos religiosos que regulan estos ámbitos, enfatizan verbalmente el mantenimiento de los mismos, como medio de asegurar la transmisión a los hijos de un bagaje cultural judío suficiente que evite su aculturación y asimilación en la sociedad circundante.

De cara a las nuevas generaciones de nuestro país, que carecen tantas veces en sus “cursus” primarios y secundarios de las enseñanzas necesarias para adquirir la cultura humanistas que permite conocernos a nosotros mismos y sobre todo conocer – y aceptar – a los demás, juega un importante papel el desarrollo de proyectos que incentiven la diversidad cultural con el pasado y no solo con el presente. Más aun en una época como la que estamos viviendo, cuando el patrimonio cultural se ha convertido en un fenómeno de sociedad y asistimos, además, a la irrupción de nuevas identidades que emergen en nuestro propio cuerpo social al hilo de los fenómenos migratorios. La desterritorializacion de la noción misma del patrimonio cultural, da lugar a un fenómeno amplio de posesión emocional de esos bienes materiales e inmateriales por parte de ciudadanos, que carecen de una vinculación de origen, familiar o territorial con los mismos.