ÓSCAR GANTES

A menos de un año para las elecciones presidenciales, el incombustible primer ministro ruso, Vladímir Putin, ha decidido poner orden, tras tres años de mutismo, en la política exterior del Kremlin. Se acabó el aceptar a pies juntillas la estrategia occidental en Libia.

Putin dejó claro esta semana de que no volverá a permitir que Moscú apoye una resolución del Consejo Seguridad de la ONU que apruebe una injerencia aliada en los asuntos internos de otro país. Son malas noticias para Occidente, que se queda solo en su respaldo a la operación militar aliada en el país norteafricano, ya que Putin es secundado por los líderes del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

Putin acostumbra a decir que la política exterior no es de su incumbencia, ya que es el jefe del Kremlin, Dmitri Medvédev, quien delinea las líneas maestras de la diplomacia rusa. No obstante, últimamente no ha desaprovechado ocasión para desautorizar al presidente, especialmente con motivo de visitas al exterior. Sea esto un aviso para navegantes cuya intención es conminar a Occidente a abstenerse de interferir en la política interna rusa o la promesa tácita de que se presentará a los comicios presidenciales de principios de 2012 aún está por ver. Lo que está claro es que si es Putin quien marca a partir de ahora la pauta a la Cancillería, el reinicio de las relaciones entre Rusia y Occidente estará en serio peligro.

Medvédev no ha dejado de ser blanco de las críticas desde que decidiera abstenerse en la votación de la resolución 1.973 que allanó el camino para la actual operación aliada en Libia. Putin calificó ese documento de “llamamiento a las cruzadas”, frase que fue plasmada en grandes titulares por la prensa de medio mundo.

“Hablaban de cerrar el espacio aéreo. Pero, ¿dónde está el cierre del espacio aéreo cuando martillean cada noche los palacios de Gadafi?. Dicen: no lo queremos eliminar. Entonces, ¿para qué golpear los palacios? Gadafi no está allí, hace tiempo que se escondió. Mientras, los civiles mueren. Cuando el llamado mundo civilizado se lanza con todo su poder contra un pequeño país, destruyendo su infraestructura construida durante décadas, no sé si esto está bien o mal. Pero a mí no me gusta”, aseguró Putin durante una rueda de prensa con ocasión de su visita oficial a Dinamarca.

Estas declaraciones no dejaron lugar a dudas sobre el malestar la operación comandada por EEUU, Francia y el Reino Unido en Libia provoca a los halcones rusos. Putin no está solo en sus críticas a Medvédev, quien durante sus primeros tres años de mandato presidencial tuvo relativamente las manos libres para reiniciar las relaciones con la OTAN y con Washington. Muchos otros acusaron veladamente al presidente de no defender los intereses nacionales y de bajar la cerviz cada vez que el presidente de EEUU, Barack Obama, descolgaba el teléfono para pedirle su apoyo. A decir verdad, Medvédev ha intentado mantenerse firme, pero son mayoría en Rusia los que preferirían que fueron los libios y también los sirios los que solucionaran sus problemas sin injerencia occidental.

Poco después de que estallara el conflicto, Medvédev dejó claro que no daría asilo a Gadafi, al que el Kremlin calificó de “cadáver político”. En ese momento, la suerte del dictador libio parecía echada. No obstante, las cosas han cambiado desde entonces. Los rebeldes no han logrado avanzar hacia Trípoli y Gadafi se mantiene firme en el poder. Aunque no es una sorpresa, Putin dejó bien claro que no permitirá en Libia un ajusticiamiento sumario como el de Sadam.

“Sí, quieren eliminar a Gadafi. ¿Y quién les ha autorizado? ¿Acaso ha habido un juicio? ¿Quién se ha arrogado el derecho a ejecutar a un hombre, sean quien sea? Y todos callan. ¿Qué, tenemos pocos regímenes malvados en el mundo? ¿Vamos a intervenir en todas partes? ¿Vamos a bombardearlos a todos? ¿Lanzar ataques con misiles? Hay que dejar que los pueblos se las arreglen por su cuenta”, aseguró.

De hecho, lo que Putin está diciendo a Occidente es que, en muchas ocasiones, las dictaduras son garantes de estabilidad internacional. Es lo que en Rusia se conoce como democracia soberana, es decir, cada país es soberano al elegir el sistema político que mejor que le convenga, aunque suponga conlleve una flagrante violación de los derechos fundamentales.

Y lo mismo puede decirse del régimen de Bachar al Asad en Siria. Rusia tiene grandes intereses en ambos países. Precisamente, tras la visita de Putin al país árabe el gigante gasístico Gazprom entabló una relación privilegiada con el régimen libio similar a la que trabó la petrolera Lukoil con el derrocado régimen iraquí. Mientras, Siria es uno de los principales clientes de la industria militar rusa en Oriente Medio y la Armada rusa está reconstruyendo la antigua base naval soviética en el puerto de Tartus.

“Libia ocupa el primer lugar de África en reservas de petróleo y el cuarto en gas. En seguida, por supuesto, surge la pregunta: ¿no es ese precisamente el principal interés de los que allí combaten? “, denunció Putin. El primer ministro ruso se hace eco de la opinión de muchos otros países que consideran que Occidente aplica el doble rasero con las dictaduras dependiendo de sus intereses y de las reservas de hidrocarburos que acojan. Lo que se olvida Putin es que Occidente sí aceptó a Gadafi en su seno cuando éste decidió hacer público su programa nuclear.

El cambio de actitud por parte de Moscú no ha pasado inadvertido para el régimen libio, que ha pedido a Rusia que medie en el conflicto y que convoque una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad. Por el momento, Rusia se resiste, pero no se puede descartar que Moscú asuma un papel más activo en caso de que el conflicto libio se estanque. Lo que está meridianamente claro es que los rusos no permitirán la aprobación de nuevas resoluciones sancionadoras, tanto contra Libia como contra Siria, donde centenares de manifestantes han muerto en las últimas semanas a manos de las fuerzas de seguridad. Putin no lo permitirá.

Muchos analistas consideran que lo que, en realidad, está en pugna en Libia son las dos Rusias. La de Putin, que aún no ha renunciado a las ambiciones imperialistas heredadas de la Unión Soviética, y la de Medvédev, que aspira a devolver a Rusia al redil de naciones democráticas que respetan el derecho internacional. Si Putin regresara al Kremlin, Occidente tendrá que hilar muy fino para mantener buenas relaciones con Moscú.

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