MARÍA JOSÉ ARÉVALO GUTIÉRREZ

Desde principios del siglo XVIII algunas Logias se establecieron  tanto en Francia como en España. El llamado Rito Escocés (Ecossais) fue traído al Nuevo Mundo de Francia a las Indias Occidentales por Esteban Morín y luego gradualmente se distribuyó en Latinoamérica. Se puede decir, que los antecedentes de la masonería en México se encuentran en unas sociedades afines a la masonería llamadas “Sociedades de pensamiento”, que se fundaron a fines del siglo XVIII tanto en España como en algunas de las colonias de ultramar y a las que pertenecieron varios mexicanos que después se afiliaron a la Masonería.  La primera evidencia documental existente sobre la Masonería en México, es la de fecha 24 de junio de 1791, quedando esta Logia establecida por un número de franceses residentes recién llegados de Europa.

La primera Logia en Salónica se estableció en 1904 por los líderes judíos de dicha ciudad bajo el patrocinio del Gran Oriente de Francia. En cuatro años, un puñado de hombres griegos, armenios y musulmanes se sumaron a ella, aunque fueron los judíos los que continuaron liderando esta Logia numéricamente. Las Logias masónicas eran conocidas por los inmigrantes sefardíes orientales. La persecución histórica de los grupos masónicos llevadas a cabo por la iglesia católica y los gobiernos, así como la oposición a las enseñanzas de la iglesia masónica, puede haber facilitado las cálidas relaciones entre los gentiles hermanos hispanos y sefardíes.

La mayor parte de los fundadores y primeros miembros de las Logias fueron los refugiados de Cuba que habían luchado en contra de lo que veían como el dominio despótico español. Pero el vínculo más importante que les unía era el idioma. Sin el conocimiento del ladino, los miembros orientales sefardí no podían permanecer en estas Logias hispanohablantes.

En relación con los judíos sefardí procedente del este, el director de una de las Logias, Manuel Creso expreso que: “debido a que sus antepasados fundaron en siglo XI extensas colonias en el interior de España, o contrajeron matrimonio con mujeres nativas, podrían considerarse a estos como nuestros hermanos de sangre, que están orgullosos de ser llamados españoles y nosotros nos sentimos satisfechos de llamarles hermanos”.

Pero la masonería iba más allá de la cofraternidad en las Logias. Una gran parte de la tradición masónica, sobre todo la referente a las costumbres sociales fuera de la Logia, como es el caso de la comida, se ha perdido por ser de transmisión oral, dejándose de practicar para caer en el abandono y olvido. Esta relajación de costumbres, es decir, olvidar los principios elementales de los alimentos y consumirlos sin mayor fin que el de la gula, ha llevado a comunidades enteras a verdaderas calamidades, desde el famoso mal de rosa o pelagra, que causó miles de muertes en Galicia por el consumo masivo de maíz casi como único vegetal, hasta el problema actual que está sufriendo la sociedad con la obesidad.

Pero el ser masón no es algo que desaparezca con la muerte. Tenemos el ejemplo del Cementerio Judío de Coro, que es calificado como el cementerio judío en continuo uso más antiguo de América. Su origen se puede ubicar en el siglo XIX, cuando la comunidad judía sefardí de la isla holandesa de Curazao empezó a emigrar hacia la ciudad venezolana de Santa Ana de Coro en el año 1824. El cementerio se comenzó a construir en el año 1832 por el señor Joseph Curiel y su esposa Débora Levy Maduro, los cuales habían comprado un lote de tierra. Fue  declarado patrimonio cultural del municipio Miranda el 5 diciembre de 2003 y monumento histórico regional el 20 de julio de 2004. Sobre su fundación existen dos versiones: la primera de ellas (oral y escrita) señala que al morir la hija de Joseph Curiel y Débora Levy Maduro, Curiel buscó en las afueras de la ciudad un lugar apropiado para enterrarla; la  segunda, eminentemente oral, establece que una viuda judía, al no poder enterrar a su esposo en el cementerio de la  iglesia San Nicolás, compró un terreno y durante muchos meses pagó a un celador para evitar el saqueo de la tumba.

En los actuales momentos, el cementerio judío, que aún se encuentra activo, alberga ciento ochenta y dos túmulos, de los cuales dieciséis presentan símbolos de origen masónico: el reloj de arena, el uroboro, las flores, las garras de león y el pavimento ajedrezado. Sin embargo es interesante señalar que los cuatro primeros símbolos se encuentran en  una  sola  tumba,  la  de  Abraham  de  Meza Myerston, la  cual se erige como columna conmemorativa.

Del mismo modo ocurre en muchos otros camposantos del mundo, como es el caso del cementerio de Guadalajara (México), donde con una revisión superficial de las lapidas se puede denotar la existencia de símbolos masónicos no solo como indicio de la pertenencia a la fraternidad sino de la importancia atribuida a esta.

A este tenor, existen estos testimonios de la masonería por innumerables lugares de la geografía española, sean en la fachada de una casa, cornisas, balcones, dinteles de puertas de entrada, vidrieras, plantas de iglesias extrañamente poligonales flanqueadas por dos columnas, sillas de coro, pulpitos, etc. Es solo cuestión de prestar atención, para descubrir estos detalles que muchas veces pasan desapercibidos.