PETER KATZ

La tragedia de los judíos alemanes entre el ascenso al poder de los nazis, en 1933, durante el Holocausto y hasta la liberación, en 1945, fue porque precisamente ellos, los judíos alemanes, los que más trataron de asimilarse, fueron, no solamente rechazados, perdieron sus derechos civiles, sus empleos, fueron humillados, como los profesores ante sus alumnos. Simplemente los dejaron sin futuro.

Había miembros del partido nazi infiltrados en todas las esferas. Los empleos de los judíos, tanto en la administración pública, como en la educación, la industria y el comercio, ya estaban codiciados por otros.

Desde la Emancipación que fue, paralelamente, el inicio de una esperanza realizada, de un nuevo orden de valores, que visualizaba para los judíos una igualdad con los demás.

Si bien el rechazo, de una parte de los judíos alemanes, de todo aquello que había sido su identidad por siglos, la gloria de sus antepasados. A pesar de que estos renegados, que eran minoría y que se daban asco a sí mismos, buscaron y encontraron la conversión, querían aprovechar la apertura proveída por el recientemente creado Imperio Alemán. Repito, fueron pocos. De nada les sirvió la huida, ya que las Leyes Raciales de Nuremberg rechazaban la liga sanguínea hasta la tercera generación.

Otros más habían cambiado sus apellidos, para que sonaran más germanos. La mayor parte, desde la creación del Imperio y la unificación de los Laender, se ocupaban y trabajaban en profesiones liberales. Había muchos abogados, había jueces nombrados por el poder judicial, profesores de universidad, investigadores en varias áreas de la ciencia, escritores y periodistas. Eran más de medio millón. Al final de la República de Weinmar y de la toma de poder por Hitler, eran 600 mil.

La inmensa mayoría conservaba la religión de sus antepasados, aunque en diferentes formas de expresión. En 1820 se creó en Hamburgo la primera sinagoga Reformista. En todo el país había desde sinagogas liberales hasta ortodoxas muy estrictas.

En varias ciudades había grandes edificios, llamados Templos, que eran el orgullo de las ciudades y de sus habitantes.

La máxima de Mendelshon, un filósofo y teólogo: “ser alemán en la calle y judío en la casa”, imperaba y era la forma en que se comportaban los ciudadanos alemanes judíos en el vasto país teutón. El judío efectivamente hacía todo lo posible para pasar desapercibido y cuando era necesario expresarse y verse igual que los demás.

En dos generaciones había desaparecido cualquier “dejo” judío en el hablar, que antes revelaba al que pronunciaba una frase en alemán con alguna sospecha de acento. Lo mismo acontecía en la vestimenta que debía de ser igual a la de los alemanes.

En la primera sinagoga reformada, que hemos mencionado, las vestimentas del Rabino y del Jazan, eran idénticas a las que usaban los sacerdotes en los templos protestantes.

La atención al detalle, casi con una neurosis extrema, era constante para no cometer algún error, que podría revelar el origen judío.

En el primer conflicto armado que el recientemente creado imperio, llevó a cabo contra Francia, para recuperar Alsacia y Lorena, los voluntarios judíos que se presentaron fueron bienvenidos. Sirvieron en el ejército. Varios de ellos llegaron a ser oficiales. Lo mismo aconteció cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914. Los participantes judíos fueron reclutados, como los demás jóvenes de su edad. Hubo suficientes heridos de esta guerra, como para que se fundara una “sociedad de heridos de guerra judíos”, que existió hasta 1934, año en que fueron publicadas las “Leyes de Nuremberg”. Simplemente fue disuelta, porque estaba contra el espíritu de esta ley.

La “tragedia” consistió en que este grupo de ciudadanos, los judíos, perdieron su derecho de serlo, de la noche a la mañana. Cuando fueron publicadas las Leyes de Nuremberg, el veredicto contra ellos estaba pronunciado.

La “tragedia” también provocó el suicidio de varios judíos alemanes, para los cuales el mundo en el que ellos vivían, se había terminado.

La educación del alemán, de respeto absoluto a la ley, la pésima situación económica, las manifestaciones de los nacional socialistas que siempre terminaban en agresiones, el esparcimiento del terror, la imperante ambivalencia del resto del mundo, les dio mano libre a los nazis para implantar su teoría racial, que en realidad carecía de valor científico.