SHARON GESUND K.

Ser un adolescente judío viviendo en México puede resultar un tanto confuso. Desde pequeños, muchos de nosotros fuimos educados en escuelas judías donde aprendimos de la Historia del pueblo judío, sus tradiciones y sus valores. De la misma manera nos inculcaron el amor hacia Israel por un lado, y, por el otro, el respeto a nuestra patria mexicana. Todo esto puede resultar agobiante para un joven quien está buscando su propia identidad: ¿soy judío mexicano? ¿Soy mexicano judío? ¿Mi patria es México o Israel? ¿Por qué debo aprender hebreo? Todas estas preguntas pueden ir surgiendo en el transcurso de nuestra adolescencia y muchos se quedaron con ellas ya que no supieron hacia dónde dirigirse.

Ahora, a mis 22 años, puedo darme cuenta que la escuela y la educación de la casa son lo más importante para formarnos como personas, pero hay un elemento más que nos puede hacer madurar y encontrar muchas respuestas a las preguntas anteriores y esto es ir a una tnuá.

Yo comencé a ir a un movimiento juvenil cuando tenía 14 años, comencé en Hejalutz Lamerjav, donde aprendí la importancia del sionismo y de la existencia de un Estado Judío; sin embargo, parte de la ideología de este movimiento no iba conmigo, por lo que decidí cambiarme a Hashomer Hatzair. En los años que estuve dentro de la Shomer, me fui formando como una persona consciente de mí alrededor y crecí con la idea de que yo como joven sí puedo hacer un cambio en las personas y para mí este cambio se podía realizar por medio de la educación no formal.

Me formé como madrija (líder) y gracias a todas estas herramientas y conocimientos adquiridos, me fui inclinando hacia la parte educativa del movimiento aportando ideas innovadoras sobre cómo transmitirles a los niños aspectos de la vida judía sin que parezca algo aburrido ni monótono como podría llegar a ser en la escuela.

Lo importante para mí era que los niños logren ser críticos y reflexivos en sus propias vidas, que sepan tomar decisiones en base a sus propias opiniones, que elijan el judaísmo porque le da sentido a su forma de vida y no por simple inercia. El objetivo era para mí que los niños se cuestionen sus propios actos y su forma de pensar.

Ahora, a 4 años de una Hajshara Tnuatí y a 2 años de haberme salido del movimiento, me doy cuenta cuánto crecí y orgullosamente puedo decir quién soy y cuáles son mis convicciones.

Finalmente doy gracias por todas las herramientas que adquirí en todo ese tiempo, herramientas imprescindibles para enfrentar la vida cotidiana que está afuera de la burbuja judía, herramientas que no se adquieren en cualquier lugar. ¡Gracias Hashomer!