WILLY DE WINTER

Nadie llega al final de su vida sin contratiempos. Creo que hasta en el paraíso debe haber un rincón dedicado a las sorpresas desagradables porque reírnos todo el tiempo… como que no es muy positivo. Sufrir tropiezos es lo más humano que puede existir. La desilusión es una parte tan inseparable de la vida que ya no podemos vivir sin ella.

Vemos sus estragos por doquier. Incluso entre los animales nos percatamos del fenómeno. Por ejemplo, en el programa televisivo “El Reino Animal” podemos observar a un lince persiguiendo a un pobre venadito en alguna zona desértica de África, y ¡zas! se le escapa. El lince tiene ahora una expresión en su cara como si fuera el entrenador de futbol Beenhakker – ya hace mucho tiempo – cuando la dirección del América, después de producir una racha de éxitos en la cancha, lo despidió de la noche a la mañana.

Lo podemos experimentar con nuestro propio perro. Le preguntamos al animal si quiere salir. El animal aúlla de felicidad, la cola entra en un frenesí sin par. En cosa de segundos, su cuerpo alterna entre la esclavitud total y brincos estrafalarios. Pero todo el goce se derrite cuando ve como, en lugar de sacarlo a la calle, prendemos la computadora y nos dedicamos a navegar por Internet. Le decimos: -Luego te llevo a la calle, Cuqui, tengo que trabajar un rato.

El fenómeno de la desilusión es común en el ajedrez. Hemos visto jugadores respetables, que ya deberían saber mejor, salir del salón de juego, bañados en lágrimas tras la derrota. A otros les entra una catalepsia cual estatua griega.

Pero el mayor desencanto, dentro del mundo de los sesenta y cuatro escaques, le pasó a un Gran Maestro. Se sentía orgulloso de sus victorias e ideas geniales. Con todo su empeño había enseñado el divino juego a su hijito, ahora de nueve años. Lo había encaminado hacia el disfrute de una vida intelectual, rica en experiencias y grata en satisfacciones. Durante cinco años, el Gran Maestro le había revelado pacientemente los secretos de matar con alfil y caballo y todo lo demás. Su cría había absorbido todo.

Pero al cabo de un buen tiempo, el niño le dijo: -¿Papi, ¿por qué no cambias los alfiles y los caballos, que están en mi tablero de ajedrez, por muñequitos de peluche y el rey blanco por el hombre araña?

DEL LIBRO:”HOMO RIDENS, CUENTOS CORTOS PARA LEER BAJO LA REGADERA”, PRÓXIMA PUBLICACIÓN