SUSY ANDERMAN

Hablar de valores podría parecer absurdo cuando estamos asentados en una fuerte estructura social, en cuya base se centran todas las normas de conducta; sin embargo, en pleno postmodernismo, percibimos cómo se presentan una serie de factores que diluyen algunos valores que a lo largo de los siglos permanecieron en el seno familiar.

Un nuevo fenómeno en el que posiblemente lo establecido deja de tener una congruencia con el bienestar individual. Normas y modelos que ya no satisfacen las necesidades de los hombres, desamarres del Yo interno, imposibilidad de contener el estado del momento actual; instituciones, creencias, cultura, tradiciones, costumbres, conceptos desgastados. Individuos que no coinciden que viven en total incongruencia, al tratarse de un ejercicio en el que el egoísmo emergente resulta un punto determinante en la ausencia de una ética de respeto hacia el otro. Porque sin duda, lo cabal en una persona, tendría que ver con la consideración del otro como tal. Y si el otro no me importa, para qué proceder con rectitud a través de un código de valores.

Inmersos en una tormenta de información, donde se rompen las fronteras, somos recipientes de la invitación persistente a un millón de alternativas para satisfacer las ansiedades y nuestros fantasmas, perdiendo de vista el acercamiento con lo que es nuestra propia esencia, y así, nos enajenamos al renunciar a nuestros deseos intrínsecos.

La enajenación tiene muchas vertientes, se trata de alienar, hacernos ajenos a nosotros mismos y a nuestros propios valores. Sabemos que cada vez más nos alejamos, contiene un complejo mecanismo mental de nuestras más profundas ambigüedades.

Lejos de ser solamente un término que nos remite a un concepto primero hegeliano y luego marxista cuando habla de la sociedad capitalista, define que la enajenación no era un sentimiento ni una cuestión mental, sino una condición económica y social de la sociedad de clases. Fuera de ser la transformación, debida a condiciones históricas, de los productos de la actividad humana y de la sociedad, así como las propiedades y aptitudes del hombre, en algo independiente de ellos mismos y que domina sobre ellos, la alienación ha pasado también a caracterizar un cambio en los fenómenos y relaciones, cualesquiera que sean, en algo distinto de lo que en realidad son, la alteración y deformación, en la conciencia de los individuos, de sus auténticas relaciones de vida, influyendo en el patrón de valores, la configuración de “referentes éticos”, proceso mediante el cual, la persona va progresivamente construyendo certezas acerca de lo éticamente “bueno” y lo “malo”, en cuanto van más allá de la mera voluntad o sensibilidad propias. En términos generales, hablamos de hacer posible para el sujeto, la configuración de un marco de referencia de la objetividad ética.

A qué se debe que en pleno siglo XXI, una sociedad sumamente estructurada, compenetrada en el gran contrato social que rige las normas que ningún individuo osa transgredir, de pronto se enfrenta a una severa crisis de valores, que difícilmente se puede cuantificar, pero que en términos generales, confronta muchos factores que ponen en riesgo el bienestar social.

Sin entrar en definiciones, acatar la larga lista de valores, tiene implícito un compromiso moral y ético que va desde un individuo hacia el otro.

Erich Fromm explica que la mayoría de los individuos buscan escapar del problema de la libertad a través del conformismo autómata. Dejan de ser ellos mismos y adoptan el tipo de personalidad propuesta por la cultura. Mientras que Karen Horney (1937) se concentró en los aspectos neuróticos de la conducta, con el propósito de ayudarnos a entender por qué nos comportamos como lo hacemos. La autora creía que una característica primaria de la sociedad y cultura es la hipercompetividad, un deseo arrollador de competir y ganar a fin de conservar o aumentar creencias de que uno es valioso. Y aquí, en el lugar en el cual se presenta una separación del yo real y el yo idealizado, la enajenación hace presa de nuestras necesidades genuinas y la vida comienza a estar gobernada por lo que ella llama “la tiranía de los debería”. Puede uno pensar en tipos diferentes de “deberías” que fomentan culturas o valores diversos, o mejor dicho, puede este factor provocar que el individuo sea incapaz de afrontar la realidad y que “sus castillos en el aire no funcionen de manera tan efectiva como podrían”.

El concepto de enajenación alcanza la mente del individuo en cualquier momento de su desarrollo. Por supuesto no podemos dejar de mencionar lo que los medios masivos de comunicación influyen en este aspecto. Los efectos de sus tentáculos, han provocado una severa crisis de valores cuando influyen en los modelos de personalidad, desajustando los esquemas de individuación. “Para Jung, individuación no significa individualismo en ese sentido estrecho, sino satisfacción de la propia naturaleza específica y la realización de la unicidad de uno, en el lugar de uno dentro del todo”. Es por eso que de pronto comenzamos a distinguir la inmensa división de generaciones, cuando el efecto de empatía equívoca se da en los jóvenes, quienes altamente expuestos a mensajes de manipulación mercantilista, son presa fácil precisamente de esta necesidad de adquirir ideales ajenos a su persona, y es entonces cuando de pronto, no encuentran correlación y las cosas o las formas les parecen incongruentes. Esta despersonalización agobia y rige los enormes muros de la incomunicación, entonces, si me siento tan solo, no existe el otro y si no existe el otro, no tengo porque alinearme con su esquema de valores.

Dejemos descansar un segundo al lector, tome aire, medite, ¿para quién estamos viviendo?

Es un momento de profunda reflexión, acerca de lo que hemos permitido que se nos imponga hoy y a nuestras próximas generaciones, a costa de eso, nos olvidamos de lo que verdaderamente importa en la vida de una persona y muy difícil nos resulta poder pensar en si confrontamos una crisis de valores, ya que no estamos relajados o inspirados para ello.

Con qué nos identificamos y a qué nos hemos acercado más, (a la avaricia, codicia, envidia, deslealtad, enemistad, competitividad, engaño, mentira, abuso), o nos suenan más acordes, otros conceptos (la bondad, sencillez, humildad, confraternidad, amistad, compañerismo, respeto, etcétera.)

¿Nos sería suficiente leer algunos artículos para dar inicio a un profundo trabajo enfocado a concienciar si en nuestro entorno familiar existe una problemática derivada de la ausencia de valores? ¿Hemos sabido cómo educar a nuestros hijos? ¿Como padres contamos con esas cualidades para dejar un legado más allá de otros bienes? ¿Conversamos con un discurso que genere un diálogo de trascendencia en lo humano?

Podríamos hacer el ensayo más extenso enunciando cientos de autores, de lo que se trata aquí verdaderamente, es de que reflexionemos al respecto, aunque tan sólo sean unos segundos.

La condición humana mantiene necesidades básicas, de las que se derivan algunos de estos principios. “La capacidad para relacionarse con otras personas y amar de manera productiva es innata e instintiva. Podemos buscar relacionarnos con los demás por sumisión o dominación. Sólo el amor productivo, el cual implica cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento, impide el autoaislamiento”. El arraigo se refiere a la necesidad de sentir que pertenecemos, a través de que los seres humanos requieren percatarse de sí mismos como individuos únicos. Por tanto, nuestra personalidad final, representa un compromiso entre las necesidades internas y las demandas de la sociedad.