Durante La Segunda Guerra Mundial ocurrió uno de los sucesos más trágicos que afectó para siempre al Pueblo Judío: el Holocausto. Un acto más en la historia de la perversidad humana, de una nación que tuvo el poder de hacerlo, a un pueblo que no pudo evitarlo. Ciertamente resulta impreciso señalar a toda la nación, como lo sería si nos refiriéramos a La Inquisición como a toda España o a los pogromos como a toda Rusia. Existen libros y relatos que documentan los incontables actos de heroísmo de grupos y personas que sintieron la injusticia y muchas veces arriesgaron sus vidas en defensa de los perseguidos. Pero esto no trata de esa parte de la historia que será siempre recordada y agradecida.

Se trata de 6 millones de judíos bestialmente asesinados.

Y cada año queremos recordarlo y recordárselo al mundo; a un mundo que siempre se preguntará si hizo lo posible por impedirlo, por detenerlo, por acortarlo; a un mundo que a veces prefiere no recordarlo, que busca maneras de trivializarlo; a un mundo que encuentra siempre formas para sembrar viejos resentimientos y abonarlos con sofismas desgastados. Vuelven a resonar las palabras de Santayana:

“Quién no recuerda el pasado está condenado a repetirlo”

Pero pueden presentarse los momentos más obsequiosos e irresistibles para olvidarlo, como ocurre en la película de Stanley Kramer, “Los Juicios de Nuremberg”, cuando la atractiva viuda del General Alemán le dice al viejo juez estadounidense quién preside un juicio contra criminales nazis, con una apelante sonrisa: “Tenemos que olvidar si queremos seguir viviendo”.

La escena se desarrolla en un restaurante alemán de la posguerra, con atractivas y sonrientes meseras, mientras un grupo musical que inició con la bella Liebeslied continúa con Du Du, y los comensales empiezan a cantar al vaivén de sus cuerpos, golpeando las mesas con sus tarros de cerveza al ritmo de la música; sus rostros llenos de felicidad y nostalgia al haber terminado la guerra. ¡Qué música y escenografía tan seductoras! Frau Bertholt no suelta su sonrisa mientras el Juez la mira y mira a su alrededor, tratando de encontrarle sentido a sus palabras ante la enorme monstruosidad ocurrida: ¿Tenemos que olvidar si queremos seguir viviendo?

Y estos momentos pueden presentarse una y otra vez en la vida, con diferente coreografía quizá, tratando de justificar el olvido. Pero el juez no se deja seducir, y, contra los intereses polìticos de personas y naciones, condena a los prisioneros a cadena perpetua, recordándoles el valor que debe merecer tan sólo una vida humana.

Hace unos años leí en un artículo, en el periódico del CDI, que el museo Yad Vashem de Israel, ante el número cada vez menor de sobrevivientes en el mundo, ha buscado formas de personalizar la historia del Holocausto y en marzo del 2005 incorporó: “Artefactos personales, diarios, fotografías y testimonios grabados de los sobrevivientes” para “evitar que el Holocausto se convierta en un acontecimiento abstracto, relegado a las páginas de los libros de historia”, en palabras del Presidente de Yad Vashem, quien añade: “Se tiene que aprender cómo funcionar en un mundo sin sobrevivientes”.

Estas renovaciones seguramente aportarán una forma efectiva de recordar lo imborrable, permitiendo que afloren las emociones y los sentimientos ligados a esa terrible realidad del siglo XX que sufrió el Pueblo Judío.

En el año 2001 participé en el Certamen Literario del CDI con el poema “Yo no Sobreviví”, el cual expresa precisamente la necesidad de escuchar la voz del sobreviviente para liberar las lágrimas del recuerdo, y me resulta gratificante saber que mis pensamientos personales sobre el recuerdo del Holocausto se anticiparon a los cambios en el Museo Yad Vashem de Israel.

A nosotros nos toca recordarlo, a nosotros como seres humanos y como judíos, grabarlo para siempre en el mapa de nuestros cerebros, como dice la neurociencia moderna que es posible hacerlo, para que nunca vuelva a germinar “la radicalización de la cultura de la discriminación”, en palabras de Gilberto Rincón Gallardo, quien fuera Presidente Nacional del Consejo para Prevenir la Discriminación.

La tecnología de nuestros días haría que el genocidio industrializado del siglo pasado pareciera anticuado, y se volviera aterradoramente superado, en cualquier parte del mundo.

A continuación transcribo el poema:

Yo no sobreviví…
soy uno de los seis millones;
una marioneta grotesca,
sin nombre, sin dignidad.

Un día fui como ustedes
que están ahora escuchando;
hoy estoy en los museos,
mis despojos y recuerdos.

Cuando me miran despierta
la memoria adormecida,
y la lágrima guarecida
ante la pena del horror.

Necesita al sobreviviente,
necesita escuchar su voz;
para poder liberarse,
necesita escuchar su voz.

Yo no sobreviví…..
soy uno de los seis millones;
pero la lágrima se refugia

ante la pena del horror.