LEÓN OPALÍN

Las protestas de los indignados en los países árabes continúan y han contagiado a diferentes grupos sociales en otros continentes. En Egipto el mariscal Mohamed Husein Tantawi, quien dirige el gobierno de ese país desde la caída del ex Presidente Mubarak en febrero pasado, no ha podido o no ha querido implementar las reivindicaciones sociales, económicas y políticas que demanda la población.

Por el contrario, el gobierno ha reprimido severamente a los manifestantes, especialmente de minorías religiosas, como los cristianos coptos, causando numerosas bajas entre muertos y heridos.

En Tunes, donde se iniciaron las revueltas populares de la denominada Primavera Árabe, grupos integristas islámicos siguen provocando desordenes y enfrentamientos con la policía. Igualmente, en Yemen, el Presidente Ali Abdala Saleh, quien regresó a su país el 23 de septiembre pasado, después de curarse en Arabia Saudita de las heridas que tuvo en junio pasado en un atentado en su contra, se resiste a entregar el poder a la oposición, de aquí que la violencia se haya recrudecido.

Por otra parte, en Libia los insurgentes apoyados militarmente por la Organización del Tratado Atlántico del Norte (OTAN) no han logrado vencer al ejército del Coronel Ghadafi, que ha podido resistir los ataques de los rebeldes. En Siria el Presidente Bashar El Assad enfrenta desde hace siete meses una rebelión popular que busca la democratización del país y que ha sido “aplastada” brutalmente por el ejército leal a el Assad y que es controlado por su hermano menor, Mahir. La represión gubernamental ya ha causado más de 2,500 muertos; cabe mencionar que Siria recibe apoyo financiero y militar de Irán, China y Rusia y han vetado en la ONU la ronda de sanciones que le ha tratado de imponer Occidente; la Unión Europea ha buscado establecer un embargo petrolero a Siria, país que envía el 95.0% de su exportación petrolera a la Unión Europea, y que representa alrededor de un tercio de su exportación total; el gobierno de Assad ha consignado “que substituirá a sus clientes europeos por China y Rusia si la Unión Europea veta sus productos petroleros”. Siria representa para Rusia la puerta de entrada para ejercer su influencia en el Medio Oriente; por lo demás, el puerto Sirio de Tartus alberga la mayor base militar rusa fuera de la antigua URSS.

 

En este contexto, la oposición al Presidente Assad creó el 2 de octubre pasado un Consejo Nacional Sirio (CNS) que agrupa a la mayoría de los movimientos que están en su contra; ante este hecho, Assad ha advertido que tomará represalias contra los países que reconozcan al CNS y ha amenazado que si la OTAN ataca a Siria como lo ha hecho en Libia, lanzaría misiles sobre Tel Aviv y pediría a su aliado Hezbolá que hiciera lo mismo desde Líbano.

Fuera del mundo árabe destaca la “rebelión pacífica” de España y las protestas contra la crisis económica y el sector bancario en EUA; en este último país el movimiento de los indignados se inició en Nueva York, en septiembre de este año, y comenzó a replicarse en Washington, Austin, Houston, Tampa, Filadelfia, entre otras ciudades. Los protestantes son por ahora alrededor de dos mil personas.

Entre los indignados hay un gran número de jóvenes “enojados” que se han graduado y no encuentran trabajo. Los inconformes “aceptan el apoyo de sindicados y de personalidades”, empero, no quieren líderes y cuestionan a los partidos políticos por que piensan que la democracia de estos no funciona y buscan alcanzarla vía la participación directa de la ciudadanía.

La inconformidad de los indignados se centra contra el poder financiero (Wall Street), al que culpan de la actual crisis; su irritación deriva “de los abusos de los bancos y de la avaricia de las corporaciones”.

En América Latina destacan las protestas de los estudiantes de Chile que han provocado violentos enfrentamientos con la policía. Los estudiantes piden que la educación sea gratuita y de mayor calidad. No obstante que sus peticiones se centran en el sector educativo, el trasfondo, al igual que en la Primavera Árabe, es la inconformidad social por las crecientes desigualdades.

Las peticiones de los indignados del mundo pueden evaluarse como lícitas y justas; conllevan cambios profundos en el tejido social; sin embargo, si no se concretizan de manera transparente y a través de un proceso de transición pacífico, pueden derivar en transformaciones cosméticas que encubran a intereses antidemocráticos disfrazados de modernidad.