SHULAMIT BEIGEL/DESDE TEL AVIV, EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Muchas veces los recuerdos se visten con los zapatos que llevabas puestos aquella tarde, o tienen la sonrisa y la mirada de los amigos que conociste. “¿Te acuerdas? ¿Dónde?, ¿no fue en 1969, en la cafetería de la universidad?”

Y entonces te acuerdas que en aquella época tenías veinte años, que ibas a la biblioteca para ver si te encontrabas al posible “amor de tu vida”, y que salías a la calle con ganas de cambiar al mundo, y de protestar contra las mil cosas que nos torturan cada día.
En mi memoria personal, aparecen los psicodélicos años sesenta: radicalismo cultural y político, revueltas estudiantiles, contracultura, moda hippie y liberación sexual.

Y mientras intentábamos en la Universidad Hebrea de Jerusalén entender a Spinoza, Hegel, Marx y Sartre, a través de las clases de algún profesor conocido por todos, en la cafetería (en aquella época estaba la Universidad Hebrea en Guivat Ram), urdíamos maquiavélicos planes para trasformar al mundo.

Nuestra revolución en aquellos años fue un collage de sionismo e integración social, de lucha de clases y de libido, mezcla de crítica política y de utopía poética, manifestación y mescolanza de juego y seriedad multidimensional, que vivimos los que entonces teníamos veinte años.

Estos recuerdos son inseparables del espacio que nos juntaba a todos con el pretexto de “te invito un café”, o “te voy a leer unos poemas”, o “nos vemos en la cafetería a las cuatro, no te olvides de traerme el libro que te presté de Thomas Mann, y yo te llevo el disco de Bob Dylan”.

En las cafeterías, todo sucedía en las cafeterías. Allí encontrabas a los profesores más populares y ahí también encontrabas a los amigos… ¿qué más podía uno pedirle a la vida?

Las distintas cafeterías universitarias, de los distintos países del mundo, vieron desfilar a la generación que empezó a bailar con Elvis en los años cincuenta, al igual y como lo hicimos nosotros, mi generación de la Tarbut.

Pero la fama de las cafeterías se remonta más allá de aquellas que conocimos en las universidades.

Varios escritores israelíes han dejado excelentes testimonios del ambiente imperante en las distintas cafeterías universitarias, u otras, como lo fue el café Kassit en Tel Aviv, cuna de la crema y nata de la intelectualidad israelí de los cincuentas, o el café Taamón en Jerusalén.

Café Kassit en Tel Aviv, años 60’s.

Una de mis “cafeterías del recuerdo”, la de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, donde continué mis estudios en los setentas, fue cerrada en 1972 después de huelgas estudiantiles, y problemas administrativos, que involucraban a huelguistas, gánsteres y mafias. Desde entonces nos vimos los estudiantes condenados a deambular por pasillos y escaleras, a reunirnos donde podíamos, en cualquier otra cafetería, mercado o estacionamiento.

La nostalgia de la cafetería universitaria nos hizo entonces añorar viejos tiempos y a quejarnos por la falta de sitios que proporcionen la comunicación y el intercambio de ideas.

¿Que por qué les cuento todo esto? Pues porque le pregunté hace unas semanas a mi hijo Jonathan el nombre de la cafetería donde él y sus amigos se reúnen en la universidad, y no sabía de qué le estaba hablando, porque hoy en día, aquí en Israel, no existen ese tipo de cafeterías.

Se lo comenté a un amigo de la vieja época y le sugerí que abriera una cafetería al viejo estilo, aquí en Tel Aviv. Aceptó la idea y muy pronto se inaugurará su cafetería en la calle de Dizengof, al viejo estilo de café Kassit, que en su momento fuera casi una institución… esperaremos que se convierta en “La Cafetería”.

Mi amigo, un argentino de los buenos, tiene muchos proyectos. Quiere, antes que nada, acondicionar el lugar para poder iniciar con todos ellos. En efecto, en cosa de dos meses será inaugurada oficialmente La Cafetería, con un ciclo de Woody Allen. Tiene además proyectados eventos musicales, debates, exposiciones, etc. La directora del lugar, Ana Teplinsky, se ha reunido con todo tipo de gente, a las que les interesa colaborar, con varios intelectuales israelíes y de otros países también, y se está conformando ya un grupo de Amigos de La Cafetería.

Asistí a una de las reuniones, donde se plantearon los proyectos más adecuados para satisfacer la necesidad de jóvenes y adultos. Con imaginación y creatividad se abrirán las puertas de este nuevo espacio en Tel Aviv, donde convergerán sueños y realidades, espacio de convivencia, de diálogo abierto y polémica, que animará a todos aquellos que vengan aquí en una confluencia de intereses, desde la poesía y el teatro, el cine y la filosofía, la música, la pintura, es decir, algunas de las cosas por las que todavía dan ganas de seguir viviendo…

A la espera del regreso de Ajmed

Tan solo sé de él que se llama Ajmed, que vive en Ramalla, y que dos veces por semana limpia las escaleras de nuestro edificio en Tel Aviv. Sin haberle preguntado, calculo que se levanta a eso de las cinco de la mañana para llegar a Tel Aviv, que debe exhibir sus documentos dos o tres veces en el camino de ida y otras tantas veces en el camino de regreso… que no vive en un hotel de cinco estrellas como Abu Mazen, o como vivía Arafat, que no quiere volver a ser súbdito de los líderes árabes, y que está harto de la ocupación israelí.

Sin embargo, cada vez que le pregunto: “Ajmed, ¿cómo están las cosas?” esgrime la misma sonrisa cansada y repite: “Hakol beseder” (todo en orden).

La semana pasada, debido a las fiestas de Sucot, Ajmed no vino a trabajar.

Ignoro si fue por miedo a lo que digan sus vecinos árabes, o por cuidar a que sus hijos no tuviesen problemas en Ramalla, o porque una patrulla israelí le cortó el paso.

Aquí en Tel Aviv, solo quedaron las escaleras vacías y sucias, que ni yo, o ninguno de mis vecinos quiso limpiar. También quedó el “hakol beseder”, flotando en el aire, a la espera del regreso de Ajmed.